Según la serie de horror japonesa Ju-On, una maldición nace, en determinado lugar, cuando en él muere una persona embargada por ira cegadora o por pesar demoledor.
Esta muerte puede dar origen a un Onryo, que en el Kabuki aparece como fantasma vengativo y obseso, ansioso por trasladar a otros su suplicio. Yo no creo en maldiciones ni en fantasmas, pero estoy convencido de que un proceso igual al que he descrito puede asaltar y poseer a cualquiera de nosotros, si es que nuestro peor miedo se materializa. Entonces sí, maldición, fantasma, ira, pesar y obsesión asaltan con violencia el escenario, en la función sin fin del oscuro y misterioso teatro de la mente humana.
La Isla Siniestra no es propiamente una cinta de horror, pero juega de tal modo con nuestros temores más hondos, que bien podría serlo. Es un excelente ejemplo de thriller psicológico, construido por Martin Scorsese con mañosa mano maestra. Parece al principio una cinta de investigación policial tradicional, pero a medida que el ambiente se va enrareciendo, vale recordar que muchas de las pistas que se nos ofrecen pesarán más por su fondo simbólico que por su contenido informativo.
Leonardo de Caprio es un detective de carácter endurecido que arriba a la muy siniestra isla Shutter, escarpada prisión y complejo de atención psiquiátrica para mentes criminales inestables. Su misión es investigar la desaparición de una interna, que fue recluida por ahogar a sus hijos en un lago, y luego sentarlos en la mesa para esperar la llegada del padre a cenar. La mujer ha vivido en estado de negación, según le informa el sospechoso staff, y cree que sus hijos están vivos y esperándole. Mientras interroga a médicos, enfermeros y pacientes, descubriremos que el detective tiene una agenda oculta: en pesadillas se nos revela que su verdadera intención es encontrar al piro maniaco culpable de la muerte de su esposa. O denunciar una inhumana conspiración Macarthista. ¿O es otra más?
La Isla Siniestra se basa en una novela de Dennis Lehane, autor de Río Místico y Gone Baby Gone, historias en que la muerte o desaparición de los hijos también son el detonante de los conflictos. El material le ha servido a Scorsese para crear una película muy efectiva, que brillaría más en la filmografía de otro director. Los fantasmas de Leahne son terribles y universales, sí, pero los espectros de Scorsese, que no aparecen aquí, pueden ser más intensos aún. La cinta nos hace cuestionarnos, con sádica minuciosidad, que es real y qué no, para demostrarnos que con demasiada frecuencia la realidad la construimos con nuestros anhelos y fantasías. Y aunque el poema de Donne asegura que nadie es una isla, que todos somos el continente, hay hombres y mujeres insulares que se alejan, y sólo quieren naufragar en paz.
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