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Niños sin sosiego

ADELA CELORIO

 V Amos niños al sagrario/ que Jesús llorando está/ pero viendo tantos niños/ muy contento se pondrá".

Así cantábamos los domingos los niños antiguos en la misa de 10 de la mañana que era la nuestra, porque la de las seis era de las beatas que seguramente insomnes, envueltas en su rebozo esperaban que el sacristán abriera la iglesia para refugiarse en ella. En la misa de doce se buscaba, y con frecuencia se encontraba pareja, se consumaban los noviazgos, y se realizaban las bodas que fueron siempre motivo de genuino regocijo; aunque no como las de ahora que se han convertido en suntuosos y competitivos eventos sociales.

La misa de diez era para los niños que con toda inocencia creíamos en la cigüeña, en los Santos Reyes, en los misterios; y estudiábamos el catecismo para recibir la primera comunión sin mayores aspavientos. Los padres no se hacían responsables del aburrimiento de sus hijos, no temían traumatizarlos ni los mantenían en movimiento constante para tenerlos contentos y divertidos.

Sin viajes ni clases especiales, sin películas, sin campamentos de verano ni la intensa vida social que tienen los niños ahora; la vida de los antiguos era rutinaria y sosegada.

Se limitaba a la escuela, las tareas, la bici o los patines compartidos con los amiguitos. Jugábamos libremente en la calle y organizábamos equipos: Yo pido a Juan, yo a Lolis -a mí como no era muy hábil me elegían la última, lo cual era bastante humillante, pero por entonces yo me sentía agradecida con el solo hecho de pertenecer al grupo.

Jugando aprendíamos de manera natural las reglas de la vida, el valor del esfuerzo, de la amistad, de la solidaridad. Vivíamos con la certeza de que los buenos eran los policías y los malos eran los ladrones. La violencia que conocimos fue la de ver a dos niños pegarse hasta sacarse "el mole".

Por el camino del juego aprendimos a respetar y a hacernos respetar, a comunicarnos y a construir fuertes y perdurables vínculos de amistad. El ocio consistía en sentarse a platicar con los amigos para compartir los miedos, pero también los sueños: yo por ejemplo solía contarles cómo pensaba huir de la casa con el cepillo de dientes y el dinero de mi alcancía en un calcetín.

Los juegos eran la escuela de la vida; y mi única queja de aquel tiempo sería que los niños antiguos debíamos obedecer sin chistar, obligación de la que todavía no me repongo. Lo único que envidio de los niños post modernos, es que se traen a los padres chicoteados como a mí me hubiera gustado traer a los míos.

No soy de las que creen que todo tiempo pasado fue mejor, pero al ver a los hijos de la buena vida: tecnológicos, bien informados, pragmáticos y con una identidad globalizada (comen, visten y se portan según la moda) y para colmo nutridos con las altísimas dosis de sexo, violencia y vulgaridad que les ofrece la televisión; dudo que los estemos preparando para ser seres humanos más íntegros, más valiosos, y más conscientes de que la felicidad nunca es un regalo sino una conquista personal.

Sin niño Jesús, sin raspones ni chichones ni poesía ni misterio ni magia en sus pequeñas vidas, estamos gestando niños "light" que se marchitan de aburrimiento cuando la vida les impone un momento de sosiego; porque no saben qué hacer con él.

Conste que quería escribir algo gracioso para los niños en su día; y acabé escribiendo algo sin gracia para los padres ¿no les digo?

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