EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

No aprendimos nada

ADELA CELORIO

Según algunas teorías espirituales como la del "Cuerpo Místico" que propone el catolicismo, o la budista que asegura que todos somos uno solo con el universo, o para ser más terrenal y moderna, el Internet, esa bola mágica que nos acerca el mundo; todos los seres humanos estamos íntimamente conectados, de modo que cuando se te cae la casa encima a ti, deben rompérseme las vértebras a mí.

Sin embargo la práctica demuestra lo contrario. Es verdad que estamos en permanente contacto y ocurra donde ocurra, desde la pantalla asistimos a cualquier catástrofe. Las cámaras enfocan lo mismo al moribundo cubierto de moscas, que al cuerpo inerte de un niño cayendo en una pila de cadáveres. El olor dulzón de la muerte nos llega por asociación, pero ya nada nos quita el apetito.

El conocimiento de que alguien idéntico a nosotros agonice bajo una montaña de escombros, sin que nos de siquiera un ataque de asma, resulta insufrible, y por lo tanto cambiamos de canal y seguimos comiendo palomitas.

Menos mal que existe eso que llamamos solidaridad que es la forma que hemos encontrado de tranquilizar la conciencia ante el dolor ajeno. Lo que resulta inevitable ante las recientes catástrofes: Haití, Italia, Portugal, Chile, sólo en lo que va del año; es recordar: ¿Qué hacías tú?, ¿qué hacía yo cuando en el 85 del siglo pasado sobrevivimos a un terremoto?

"No es momento de escribir- dijo Elena Poniatowska quien por entonces nos enseñaba a pensar: "salgan a las calles, remuevan escombros, lleven agua, vendas, las que sepan aplicar primeros auxilios atiendan a los heridos, preparen comida para la gente..."

Nunca supimos con exactitud el número de muertos, pero fueron algunos miles. La catástrofe era de tal magnitud, que daba vergüenza sobrevivir. "No necesitamos ayuda" pretendió el presidente De la Madrid, pero la realidad se impuso. La tragedia nos había rebasado y ¡menos mal! recibimos ayuda de todo el mundo que como ahora con Haití y con Chile, se solidarizó con México.

Desgraciadamente no capitalizamos la crudelísima experiencia. No aprendimos nada. Tenemos una alarma antisísmica que nunca ha funcionado, no hemos desarrollado estrategias de sobrevivencia ni un sistema serio y permanente de información sobre cómo afrontar y cuáles han de ser los comportamientos ante un fenómeno que ojalá no nos toque, pero para el que más nos valdría estar preparados.

En lugar de eso, insistimos en desafiar nuestro destino de ciudad de alto riesgo sísmico; construyendo segundos pisos en el periférico, obstruyendo las barrancas con desarrollos residenciales, colgando viviendas sobre las faldas de los cerros.

A nadie en el Gobierno se le ha ocurrido desalentar el crecimiento alucinante de la sobrepoblación (más de veinte millones de personas aperradas, rozándonos, insultándonos en las calles porque el espacio no alcanza, porque el agua se acaba, porque no podemos circular ni respirar) que en caso de un terremoto de la magnitud del que asoló Chile, (como la Guadalupana no se aplique, y dudo que pueda hacerlo con la sobrecarga de trabajo que tiene atrasado) el daño sería inimaginable.

De seguir sin tomarnos en serio nuestra condición de capital sísmica, lo que toca es rezar, es aceptar humildemente que el planeta Tierra se está poniendo bravo, y que los designios de Dios son inescrutables.

Adelace2@prodigy.net.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 506569

elsiglo.mx