Nada hay nuevo bajo el sol, dice el proverbio latino que tanto hemos escuchado, sin asimilar su trascendencia. En la vida nada hay que sea original, único e irrepetible; por el contrario la existencia misma nos enseña que lo que sucede ahora ya había pasado anteriormente, que desdeñamos las lecciones que recibimos y que, mientras no corrijamos nuestros errores, la vida nos los va a restregar en el rostro con el pedagógico afán de que aprendamos de sus enseñanzas y arreglemos lo necesario para nuestro beneficio.
Entre los años 1995 y 1998, la economía y las finanzas nacionales aparecían críticas y potencialmente ruinosas para los mexicanos. El país resentía los efectos del drama político y financiero de 1993, 94 y 95 que usted, lector, recuerda perfectamente: Esos años fueron inaugurados con la aparición de la llamada revolución chiapaneca que encabezaba el embozado "Subcomandante Marcos", cuyo preámbulo había sido el destape presidencial de noviembre de 1993 en la persona de Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Recordemos, de hecho, que los enmascarados del denominado Ejército Zapatista aguaron la celebración del año nuevo en el seno de la familia del licenciado Carlos Salinas de Gortari, la cual tendría lugar en una lujosa casa de Acapulco, Guerrero, donde estaban reunidos el presidente en funciones y el potencial presidente para el período 1993-1999. Apenas habrían saboreado el primer wiskey escocés cuando un elemento del Estado Mayor Presidencial comunicó desde su cuartel la mala noticia al Jefe del Poder Ejecutivo Federal.
Un largo silencio pudo haber recorrido el festivo ambiente post navideño de aquella reunión. Quizá fue el cerebro del presidente Salinas, inteligente de suyo, el que empezó a procesar las repercusiones de aquel acontecimiento con la de mayor trascendencia: el desmoronamiento de la candidatura de su amigo, Luis Donaldo, quien ya no iba a ser el más indicado para el cargo.
El propio Colosio, asustado, recorría en la mente la infinidad de posibilidades adversas que le provocaba aquel movimiento aparentemente revolucionario. En su magín estuvo presente Manuel Camacho Solís, su más serio competidor en la carrera por la Presidencia, quien había hecho pública su inconformidad ante el anuncio a favor de Colosio como candidato del PRI; y no sólo eso: había renunciado, con amargura, al alto cargo ministerial en el Gabinete de Salinas de Gortari, a quien además le participó que saldría a Chiapas a repensar su reacción y su conducta política para el inmediato futuro, ya muy complicado. En realidad deseaba concertar la paz con los levantados para ganarse la candidatura del PRI que tambaleaba.
La noticia había cimbrado las estructuras políticas de la República. Tanto Salinas como Colosio retornaron de inmediato a la capital del país, cada quien por su lado; cada uno con sus pensamientos y sus hipótesis; cada cual a la búsqueda del apoyo de sus propios colaboradores, consejeros y amigos. Estaba, por el lado del Gobierno Federal, la urgencia de resolver si prevalecía la candidatura de Luis Donaldo Colosio o se daba un giro hacia otra persona.
Muchas sugerencias de renunciar la postulación recibió entonces Colosio, directas desde la Presidencia e indirectas desde algunos autorizados u oficiosos personeros de la corriente neoliberal encabezada por Salinas de Gortari. Colosio se presionaba, pero lo jalaba el deber de corresponder con valentía y sin prejuicios, al cargo presidencial que había buscado y obtenido. El 6 de marzo de 1993, aniversario del PRI, se había fijado como fecha para la protesta formal como candidato y se presentó a rendirla consciente del peso político específico de su decisión.
El discurso de aceptación de la postulación presidencial ya estaba redactado; sin embargo él trabajó solo, en su casa, en algunos cambios esenciales. Quienes antes leyeron el primer proyecto quedaron asombrados al oír los conceptos vertidos por Colosio bajo la gran cúpula del Monumento a la Revolución Mexicana. Lo escuchamos cientos de miles de personas, ya en el sitio del evento, ya por la televisión nacional. El más sorprendido fue Carlos Salinas de Gortari.
Cuando el presidente de México escuchó las vibrantes palabras de Colosio con su concepción de un México distinto al que conocía y buscaba fortalecer el neoliberalismo, Salinas se preocupó. Esa no había sido su línea, que alentaba el establecimiento en el país de una corriente global conservadora sujeta a la inspiración del gobierno estadounidense y de las naciones más ricas del mundo. Hablaba Colosio de los miserables, de la vida de necesidades y carencias que protagonizaban los millones de pobres que subsistían en México. Era otra nación diferente: había niños éticos, familias hambrientas, hombres ignorantes y desempleados. Colosio buscaba la democracia sólo posible en un país con justicia social, educación, salud pública, empleo, productivo, generador de bienes y justo en toda la extensión del concepto.
Salinas pensaría en que no era lo planeado, Colosio había descarrilado el tren del partido, sujeto siempre a presidentes obsecuentes con Estados Unidos y otros socios comerciales. Habría otro candidato.
Lo demás, es ahora lo de menos. Ernesto Zedillo llegaría a la candidatura que perdió Colosio, sólo que por una vía equívoca. Enfrentó con frialdad, sin embargo, los problemas de una quiebra financiera atenuada por el apoyo del nuevo presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, que se expuso al decidir el apoyo de su país mediante un crédito de 20 mil millones de dólares para salvar a la economía nacional.
Más comprometidos que nunca con el Gobierno de Washington México volvió a caer años después en un pozo financiero, si bien con una reserva de dólares que lo ha blindado de daños mayores. La gente, usted lector, y todos nosotros los demás mexicanos seguimos en la estacada. Y ahora el mismo líder del Senado de México, Manlio Fabio Beltrones, quien promueve un nuevo consenso ¡otro más! Hacia la democracia. Si es para derrochar el dinero en diputados y senadores plurinominales. No, gracias. Así estamos bien, por el momento.