Hay tragedias inconmensurables, como la de Haití, encarnada en su gente desde antes, desde siempre, pero brutalmente expuesta a la luz y a los ojos del mundo por el terremoto del pasado12 de enero, que prefiguran la desaparición de un pueblo que había sobrevivido a un histórico canibalismo político, económico y cultural, pero que no pudo con la Naturaleza (esa Naturaleza que sigue haciendo de las suyas, llamando la atención a la criatura humana tan segura de sí, igual en el Caribe que en las Filipinas, en Ensenada que en Machu Picchu). Tragedias individuales y notorias, como la de Salvador Cabañas, quien en el mejor momento de su carrera deportiva, rebosante de salud y con un futuro más que promisorio, yace hoy mismo con una bala alojada en su cerebro, tal vez paralizando para siempre sus piernas goleadoras. Y tragedias anónimas, que cada día llenan las páginas de los diarios, los minutos y las horas del reporte radiofónico o televisivo, las estadísticas nacionales y los corazones de familias devastadas por el dolor y la incapacidad de comprender.
Nos rodea la tragedia y buscamos de dónde detenernos, de qué echar mano para contrarrestarla y aminorar sus efectos: la familia, la fiesta, el arte, el trabajo. Todo, sin embargo, hoy se tiñe en México de colores opacos -siendo el año emblemático del bicentenario que prometía ser tricolor y brillante-, porque a los recordatorios nefandos de la naturaleza se suma nuestra crónica enfermedad: la incapacidad de hacer algo que nos permita salir del hoyo para crecer como nación. Aun habiendo sobrevivido a la crisis de 2009 y a la perversidad del crimen organizado, seguimos en las mismas, pues lejos de que la desgracia relativamente superada nos estimule para caminar unidos hacia la paz, la recuperación y al ansiado crecimiento, todo parece augurar que estaremos peor, no por la crisis misma, sino por los movimientos que nuestro principal enemigo: los políticos de altos vuelos, andan haciendo para asegurar su permanencia y nuestra destrucción. Trato de pensar en lo positivo de esa alianza inimaginable PAN-PRD-PT-Convergencia y los que se agreguen al conjunto, aceptando que en la guerra y en el amor todo se vale; pero más allá de los posibles votos, no encuentro nada que la justifique y sí, en cambio, numerosos problemas por venir, desde el económico, pues los partidos pequeños seguirán dilapidando nuestro dinero, hasta el de los imposibles acuerdos por los que se tendrá que luchar, suponiendo que la alianza logre su propósito: agua y aceite no combinan, e ideologías que son esencialmente contrarias y no han podido conciliar ideas y proyectos en sus propias casas, menos lo harán en coalición ni resolverán nada a favor de México.
Por su parte, aferrándose con uñas y dientes al poder y a su más que posible retorno, el PRI, sus dirigentes y operadores exhiben cada día muestras de un populismo y palabrería obsoletos, de actitudes que creíamos superadas, de esa intolerancia retrógrada que rechaza "sin ver ni pensar" todo lo que venga del rival político. El viejo discurso de "la revolución que sigue viva...", que identificaba toda perorata pública y privada de los antiguos dinosaurios, nuevamente se escucha en la voz y el gesto de líderes como Beatriz Paredes, promoviendo acciones y repitiendo palabras, tonos y muecas que, en tiempos de cambio y democracia ya hacíamos muertos y enterrados, pero que ahora resulta que siempre no.
Y es que en México desde hace mucho todo es así: siempre no. Conscientes de la magnitud de nuestros problemas y de que si no los solucionamos seguiremos bajando peldaños en la escala del progreso, los que pueden hacerlo levantan tímidamente la mano para proponer acciones que a los ojos de todo el mundo, dentro y fuera del país, son elementales para frenar la caída y empezar a subir. Sin embargo, el "orgullo partidista" (con sus beneficios contables, claro) se impone a cualquier otra cosa y, como siempre que esperamos el "milagro", nos quedamos vestidos y alborotados: Iba a haber reforma hacendaria, pero siempre no; reforma electoral, pero siempre no; reforma energética, pero siempre no; reforma en las cámaras, en las leyes, en la administración pública, en el sistema educativo, pero mejor no, siempre no... Lo que urge, de plano, es la reforma mental de quienes hacen al país rehén de sus ambiciones, su ignorancia y su necedad. Escuche los discursos con que se dirigen a sus colegas en el Congreso, al público radioescucha y televidente, a usted y a mí. Histriones y efectistas, todos prometen, condenan, hablan del pasado y del futuro, aseguran que por obra y gracia de sus mercedes México va a cambiar y que estarán ahí para impedir los avances del maligno. Pero lejos de generar o permitir soluciones reales para el presente, se ahogan en palabras, eludiendo cualquier acción,
Ante Haití destruido y doliente, pienso que hay pueblos que nacen condenados, aunque sean inocentes de los crímenes del mundo; pero otros se condenan solos, a fuerza de inacción, de tolerancia ilimitada a la estupidez, al abuso, al egoísmo, a las incapacidades y la rapacidad impune de quienes ostentan cualquier clase de poder. En México somos cómplices de lo que nos sucede, porque no creemos que podemos ser mejores y, no obstante sabernos explotados y engañados, lamentamos nuestra suerte, pero nada más. Celebramos el valor de aquellos que hace cien y doscientos años se atrevieron a decir "¡basta!" y tomando las armas cambiaron las palabras por acción y también admiramos y envidiamos la vida y costumbres de otros países que se sobreponen a las amarguras y salen fortalecidos de la desgracia, mas parecemos convencidos de que el pasado glorioso y el presente próspero nos son igualmente ajenos.
Hablando de la recuperación de Hungría tras la invasión rusa de los años cuarenta Sándor Marai recuerda: "Nadie se preocupaba por la nación, y sí de conseguir la vacuna contra la fiebre tifoidea o un cristal para arreglar la ventana rota. En medio de aquella actividad febril, en aquel ir y venir constante había algo alentador: la gente sentía que arreglar las ventanas era bueno también para la nación. Se había vuelto opaco todo lo que con una palabra altisonante denominamos Historia. Y al mismo tiempo, las noticias cotidianas, como encontrar pan, un par de zapatos o atención médica, se convertían en Historia". Es decir que hechos concretos y no memorias ni grandes discursos; actos y no declaraciones es lo que requiere un país y una sociedad cansada de repetir, año con año, los mismos problemas, las mismas carencias, la misma frustración de que no pase nada.