Ningún presidente de esta nación ha sido totalmente bueno, tampoco hubo alguno absolutamente malo; quizá nuestros mandatarios tipifiquen a la generalidad de hombres que al pensar, sólo sueñan a nuestro país o a cualquier otro; pues en verdad no hay personas enteramente malas, o integralmente buenas. Los seres humanos somos mezcla de dos valores éticos. Pero al calificarnos debemos reconocer que somos criaturas ordinarias, regulares, tibias, medianas, mediocres, pasaderas, ni chicha ni limonada; aunque existan excepciones en algunos hombres públicos que a pesar de contener ambas características, pasan a la historia en razón de una o por culpa de la otra. Vayamos a un ejemplo:
Don Porfirio Díaz, un personaje loado y defendido por el segmento conservador de la sociedad, fue en su juventud y madurez un personaje violento, duro, cruel e inflexible; como también lo fueron, al inicio de los enconos liberales contra los conservadores, Benito Juárez García, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz Mori, según apunta Georgette José Valenzuela en su análisis histórico sobre el período 1877 y 1888.
La historiadora pone distancia entre Juárez, Lerdo y Díaz, basada en los antes y después que registran algunas películas, fotografías de época y varios murales posteriores. Don Porfirio aparece en los primeros testimonios gráficos "vestido con su uniforme militar de gala, cubierto el pecho de medallas y condecoraciones, y la banda presidencial bien ceñida alrededor de su cuerpo". Luego consigna la señora Georgette otra visión ulterior, muy difundida, en que aparece el general Díaz con "la imagen de un anciano con ochenta años a cuestas, senil, cansado, agotado, igual que estaba el período al que dio su nombre".
Y sin embargo, Georgette se pregunta: "Cómo logró Porfirio Díaz, en tan sólo once años --de 1877 a 1888- cambiar tanto su imagen personal como la del país. ¿Cómo consiguió que los extranjeros volvieran a tener confianza para invertir sus capitales en México? ¿Cómo pudo dejar atrás la imagen de militar golpista, jefe de guerrillas y/o faccioso, ambicioso, arribista, falto de modales, producto de la 'chinaca popular' hasta convertirse en el hombre necesario, imprescindible para el mantenimiento de la paz, tanto tiempo anhelada para el crecimiento económico, el restablecimiento de la armonía social y la concordia entre los mexicanos?
Como sucedió a muchas otras personalidades, los cambios resultaron de las circunstancias históricas. Genes buenos, positivos, tolerantes e indulgentes, todos los tenemos, pero también portamos los contrarios: excesivas intolerancias, severidades, intransigencias, crueldades e inhumanidad. Tanto las virtudes como sus antónimos laten en la sangre, en el corazón, en la inteligencia y en las vísceras humanas, pero actúan sobre nuestros actos. Don Francisco Ignacio Madero (para no salirnos del espacio histórico propio de su contraparte don Porfirio Díaz) era un hombre esencialmente bueno, comprensivo y bienhechor, a quien las características vitales y éticas de su tiempo histórico empujaron a iniciar un movimiento de violenta rebeldía contra el dictador tuxtepecano que, a lo largo de su vigencia, generó más de un millón de muertos en el país, algo ciertamente indeseado y no previsto por el mártir de la democracia. Fueron la azarosa política y las concomitantes pasiones humanas las que condujeron el errático destino de la Revolución y de sus principales actores.
Muchos análisis críticos se hacen ahora sobre el centenario de la Revolución Mexicana y el bicentenario de la Independencia. El espacio cronológico entre ambas efemérides estuvo pleno de acontecimientos importantes y logros trascendentes. Obras humanas, al fin, compartieron las fallas y los aciertos de sus protagonistas e impulsores. Era el empeño de integrar a un país que recién había nacido a la vida institucional. Los héroes de la insurgencia libertaria -don Miguel Hidalgo y compartes criollos, ibéricos, mestizos y naturales- murieron en el esfuerzo de intentar resolver el destino del país, así como las vías útiles para lograrlo.
Luego vinieron los tiempos de construir adecuadamente a México bajo una carta política que normara las acciones de los hombres, los grupos y las instituciones políticas. Desde la óptica histórica estuvieron claras, mas no unificadas, las propuestas de las ambiciones, ideologías y opiniones, mismas que, por cierto, prevalecen aún bajo otras siglas, diversos fines, convicciones políticas y antepuestos enconos ideológicos. Hoy como ayer, estas diferencias hacen imposibles la soñada democracia y la unidad nacional.
No atinamos a encontrar un líder político capaz que acaudille nuestros sueños democráticos. El Congreso de la Unión y sus cámaras son un zoco público donde se ventila la codicia política de los que encabezan a los partidos en la anticipada lucha pre-electoral. Hay cero resultados en decretos reguladores y mandamientos que estimulen y acrezcan la economía y el trabajo. Presidentes buenos y malos, hemos tenido de todos hasta la fecha. Sueños, muchos. Realidades, pocas. En ésas estamos y en ellas estaremos, pero lo vamos a celebrar: ¡México, no te acabes!.