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Nuestra 'democracia real'

Agenda ciudadana

LORENZO MEYER

"El problema no es la

Imperfección de nuestra

Democracia, sino la pérdida

De confianza en el futuro"

Lorenzo Meyer

La salud de la república

Se vuelve más precaria sin

La pluma de Carlos Monsiváis

. Philippe Schmitter, autor reconocido en el campo de las transiciones políticas del autoritarismo a la democracia, dictó hace poco en México una conferencia donde sostuvo que para entender dónde estamos en esa materia es necesario partir de un hecho obvio: la democracia política, tal y como fue imaginada por sus teóricos clásicos -sean los griegos o Rousseau-, no existe. Si por un lado se ha insistido que el único socialismo que ha habido fue el "socialismo real", es decir, el soviético y sus derivados, y que siempre estuvieron muy lejos del socialismo imaginado, pues lo mismo pasa con la democracia. La democracia en Estados Unidos, Francia, India o aquí, es una "democracia real", pero que está muy lejos de corresponder al ideal de "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo" al que hizo referencia Abraham Lincoln en 1863 en Gettysburg.

En el mejor de los casos, las "democracias reales" son variedades de lo que en 1956 Robert Dahl llamó poliarquías, es decir, sistemas políticos donde funciona una pluralidad de poderes públicos y privados (los poderes fácticos), donde la toma de decisiones le corresponde a funcionarios electos en procesos periódicos y libres, con participación mayoritaria de ciudadanos informados, pero donde muchos ciudadanos y sus intereses simplemente se quedan fuera de la jugada. La mexicana es, así, una de tantas "democracia reales", pero que hoy se distingue menos por sus virtudes y más por sus defectos y, finalmente, por el desaliento que ha generado entre sus ciudadanos.

. En México, y por casualidad, el fin del siglo XX coincidió con la conclusión de un proceso político que bien puede considerarse el cierre del último ciclo autoritario. La victorial electoral de la oposición en julio de 2000 despertó grandes expectativas en torno al futuro. No solamente se puso fin pacíficamente a 71 años de control ininterrumpido de la Presidencia por un partido de Estado sino que también fue la primera vez en 89 años -desde la victoria de Francisco I. Madero en 1911- que un opositor al régimen lograba la Presidencia por la vía electoral, y sin haber tenido que echar mano de una insurrección armada previa, como Madero. Ahora bien, ya sabemos lo que significó el ciclo que concluyó hace diez años, pero hoy estamos inmersos en un debate en torno a la verdadera naturaleza del nuevo.

. Hace casi medio siglo, en un estudio ya clásico de cinco países (The Civic Culture, Princeton University Press, 1963), Gabriel Almond y Sidney Verba buscaron mostrar cómo en ciertas sociedades se perpetuaban actitudes de desconfianza hacia la autoridad y hacia lo político en general, en tanto que en otras, la socialización de sus jóvenes lograba inculcar con éxito la confianza básica en las estructuras de poder y en la capacidad del individuo para actuar dentro y frente a ellas. México fue uno de los casos examinados y su cultura política se caracterizó por ser "aquella en la que menos espera [el ciudadano] un trato equitativo ante la burocracia o policía" (p. 40). La consecuencia era el cinismo y la enajenación frente al mundo de lo político y de las instituciones. Sin embargo, había algo muy positivo: pese a todo, en la sociedad mexicana campeaba un notable sentido de orgullo en torno a los logros históricos en el imperfecto proceso de democratización del país -la Revolución Mexicana-, sus instituciones -la Presidencia- y un aceptable grado de confianza en relación al futuro de la nación. Ese aspecto de orgullo y optimismo mexicanos resultó ser mayor entonces que el de alemanes o italianos, (pp. 40, 414 y 503). Y es que la última guerra europea había resultado un desastre para esos dos países europeos, pero la Revolución Mexicana parecía haber sido procesada como una respuesta exitosa a las demandas de la sociedad.

. Frente a la cultura política del antiguo orden, resalta el hecho que la actual, la de la "democracia real", se caracteriza por una pérdida de confianza en la Presidencia, disminución del orgullo en los logros históricos del siglo que acaba de concluir y menor confianza en el futuro. Un lustro después del cambio que puso fin al monopolio de un mismo partido sobre el Poder Ejecutivo, la Secretaría de Gobernación llevó a cabo una serie de encuestas para determinar la naturaleza de algunos de los componentes de la cultura cívica, (Conociendo a los ciudadanos mexicanos. Principales resultados, 2005). Lo que se encontró fue poco o nulo interés de la gran mayoría de los ciudadanos por la vida pública (88%). La principal o única fuente de información de ese ciudadano alejado de lo político era la televisión (62%), que seguía siendo la del antiguo régimen. La prensa, el foro más plural de noticias e interpretaciones, apenas si era consultada por el 10%.

A la pregunta ¿es México ya una democracia? las encuestas arrojaron una respuesta negativa, pues en 2005 apenas un tercio de los ciudadanos -el 31%- consideró que México era, efectivamente, una democracia. En contraste, una mayoría absoluta -51%- dudó o de plano negó carácter democrático al nuevo régimen.

Finalmente, resalta el hecho que hoy, dentro de las instituciones, aquéllas en las que más confían hoy los ciudadanos son precisamente las que tienen sus raíces en la época colonial y cuya naturaleza interna no es democrática: la iglesia, las universidades y el ejército. En contraste, las instituciones que menos confianza inspiran son justamente aquellas supuestamente creadas por y para la democracia: los partidos políticos y el congreso. La Presidencia bajó en la estima del público y quedó en una zona intermedia, en compañía de la banca, pero ligeramente por debajo de los empresarios y de los ministros de la Suprema Corte (Consulta Mitofsky, "Confianza en instituciones", www.consulta.com.mx).

En principio, la transición exitosa de México del autoritarismo a la democracia -una puesta en sintonía con el contexto internacional- debió de haberse traducido en una visión ciudadana más positiva respecto del futuro. Sin embargo, no ha sido el caso, y eso se debe, entre otras cosas, a la persistencia de un crecimiento mediocre del PIB, a los escándalos producto de la corrupción y a un aumento de la inseguridad. Para 2008, el 83% de los mexicanos consideraba que su país era gobernado en beneficio de unos cuantos (Reforma, 20 de mayo, 2008). Un año más tarde, apenas el 42% del público aceptó que la democracia era preferible a cualquier otra forma de gobierno (Latinobarómetro, 2009, www.latinobarometro.org). En los inicios de este año, las encuestas muestran que una mayoría -el 57% de los ciudadanos- tenía una percepción negativa en relación al rumbo general del país (Consulta Mitofsky, "Percepción del rumbo del país", www.consulta.com.mx).

El desánimo ciudadano y las dudas sobre la democracia mexicana al concluir el primer decenio del siglo XXI, se explican no sólo por la naturaleza turbia de las elecciones de 2006, la poca representatividad de los partidos y la polarización política. También ha contribuido al escepticismo que generó el que el nuevo régimen no pudo o no quiso pedir cuentas sobre la gran corrupción e impunidad del pasado y mantiene su continuidad en el presente, la caída de 6.8% del PIB en 2009, la persistencia de la pobreza y de la desigualdad social -el 20% más pobre de la población dispone de apenas el 3.1% del ingreso, (The Economist Intelligence Unit), así como la inseguridad creada por el crimen organizado.

En los 1960 Almond y Verba se sorprendieron por el orgullo y confianza que inspiraba en los mexicanos su pasado histórico inmediato. En contraste, casi medio siglo después, la mayoría se sentía más inclinada a celebrar el bicentenario de la independencia de España que el centenario de la Revolución Mexicana, pese a ser esta última la más cercana en el tiempo y la más identificada con las formas y el espíritu de la democracia política y social contemporánea (Consulta Mitofky "Independencia vs. revolución", noviembre de 2009, www.consulta.com.mx).

. La vida política mexicana cerró su último ciclo autoritario para abrir, con el nuevo siglo, uno democrático. Sin embargo, la cultura política dominante al inicio de la nueva etapa no expresa ni un apoyo decidido a la democracia ni una confianza extendida en el nuevo sistema o en el futuro inmediato. Y ese desencanto puede explicarse por el hecho de que nuestra "democracia real" ha resultado bastante inferior, no ya sólo respecto de la ideal -lo que es natural-, sino de la posible.

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