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NUESTRA SALUD MENTAL

LA CONSTRUCCIÓN DE LOS PUENTES

DR. VÍCTOR ALBORES GARCÍA

Asociación de Psiquiatría y Salud Mental de La Laguna A.C. (PSILAC)

Creo firmemente que ese contacto más íntimo con nosotros mismos, que sería quizás nuestro primer propósito del año, puede ser la clave para el diseño y la construcción del tipo de puentes que deseamos, lo que a su vez nos permitirá lograr nuestros objetivos de una manera más tangible y realista. Enero es el momento en que podemos cerciorarnos y aceptar el hecho de que la construcción de cualquier puente lleva consigo un costo, mayor o menor según nuestras ambiciones, un costo que no necesariamente tiene que ver con el dinero, sino más bien con la motivación, la planeación, el esfuerzo, el tiempo que estemos dispuestos a invertir en el proyecto, así como el interés, la disciplina y la constancia para perseverar en nuestro intento, cualidades que como se mencionaba la semana pasada, no se dan tan fácilmente en nuestra cultura. Cuando no las tenemos, o cuando si las tenemos, pero no las utilizamos sabiamente, lo que ocurre con mucha frecuencia es que para el final de enero, la mitad de febrero o incluso unos pocos días después de que iniciamos esa construcción, aparece el desánimo, el cansancio, la frustración o el aburrimiento, factores que determinan todos ellos el que abandonemos el proyecto, lo dejemos a medias o sin siquiera haber fortalecido sus cimientos. En esa forma, el siguiente paso será el desahogar nuestra frustración y falta de esfuerzo, quejarnos de nuestra impotencia, y culpar en seguida a cualquiera que se encuentre a la mano para ubicarlo en esa posición de chivo expiatorio, sean los padres, los hermanos, la pareja, los amigos, los vecinos, el ambiente, el clima, el dinero, la crisis, las circunstancias y cuanto factor imaginable se presente ante nosotros, incluyendo a Dios. Como consecuencia, es muy probable que dejemos pendientes esos buenos propósito de tan corta duración, y al abandonarlos, inventemos buenas excusas para justificarlos ante nosotros mismos, para luego prometernos muy fervorosamente reanudarlos a la brevedad posible, como si se tratara de esos asuntos y papeleos tan típicos que suelen ventilarse en las oficinas burocráticas. Quizás inclusive dejemos pasar el año completo, con la nostalgia de nuestro proyecto fallido, que podremos llorar y añorar, pero que al fin y al cabo lo dejaremos hundirse por el momento, pero siempre con la esperanza de que llegará otro enero en el futuro, uno en el que nuevamente nos pondremos a prueba.

Tristemente nos hacemos conscientes de que fallas semejantes no sólo ocurren en los casos individuales, sino que también hay algo ancestral y tal vez hasta "genético" cultural y mexicano en ello, algo que hemos heredado a través de los siglos como rasgos que compartimos en nuestra sociedad. Con frecuencia en los períodos gubernamentales, nos damos cuenta de proyectos semejantes, más o menos grandiosos, programados y prometidos durante los períodos electorales, pero que desgraciadamente tampoco toman forma ni se materializan, y tienden a olvidarse somnolientos en algún rincón de la historia, como malos recuerdos de algo que nunca sucedió. En otras ocasiones y de forma muy concreta, hay proyectos que si logran salir de la verborrea, y se llevan a cabo como lo hemos podido confirmar recientemente en nuestra comarca, proyectos muy importantes, y de una gran magnitud, como sucedió con el lamentablemente célebre y a la vez impopular Distribuidor Vial Revolución, apodado el DVR. Un proyecto de un costo estratosférico no sólo en cuanto a los millones de pesos que en él se invirtieron, sino también en cuanto al tiempo, energía, esfuerzos y el sinnúmero de molestias viales productos del caos y la desorganización en el tráfico citadino, pobremente orientado y señalado entre las obras y los escombros durante el largo tiempo de su construcción. Desgraciadamente ese bien intencionado y necesario proyecto terminó su existencia como un terrible fracaso, un ejemplo sumamente obvio e ilustrativo que nos sirve de ejemplo en este tema de los buenos propósitos y el diseño y la construcción de puentes. ¿Qué sucedió con el proyecto? ¿Acaso tiene que ver con las capacidades de la empresa que lo construyó, y del personal profesional y técnico encargado de la obra, o de las autoridades que se encargaron de aprobarlo y monitorearlo, o de quienes lo valoraron posteriormente? Problemas de planeación, de adjudicación de la obra, de organización, de administración y manejo de recursos y finalmente del deslinde de responsabilidades, en un país como el nuestro, en donde a la hora de la verdad, nadie sabe realmente "en donde quedó la bolita", ni quien es quien. El silencio se hace hermético porque todo se oscurece y se archiva en el olvido; los buenos propósitos se desvanecen y los puentes se desmoronan y se caen precisamente ante la carencia de todos esos valores y cualidades que no siempre existen, ni tampoco se hacen efectivos aún en los mejores propósitos. Un nuevo proyecto también colmado de muy buenos propósitos surge de entre sus cenizas para erguirse en la tumba del otro, como un monumento a la impunidad y a la carencia de transparencia y explicaciones, en donde los secretos y el silencio florecen como un homenaje funerario a uno más de esos complicados "puentes" mexicanos difíciles de comprender (Continuará)

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