CAPÍTULO ESTATAL DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA
(VIGÉSIMA TERCERA PARTE)
¿Por qué requerimos de tantas festividades, celebraciones, días de asueto y de esa continua construcción de tantos puentes a lo largo de todo el año, como espacios en los que se desatiende el trabajo y las labores a todos los niveles, incluyendo o quizás de primera instancia las instituciones escolares, lo mismo en las aulas de educación básica, como en las universitarias y las de educación superior? Pareciera como que contamos con toda clase de recursos ilimitados, tanto de tiempo, como de dinero, de esfuerzo y de personal, de manera que de alguna forma nos podemos dar el lujo de desperdiciar todo ese capital invertido, sin que aparentemente nos importe mucho, y sin que ni el trabajo ni la educación tampoco signifiquen gran cosa, ni formen parte de nuestras prioridades en general. Actuamos con ese cierto desparpajo de aquellos que no tienen carencias, de quienes no necesitan nada porque lo tienen todo en exceso, y por lo tanto les es indiferente despilfarrar sus posesiones a diestra y siniestra.
¿Hasta qué punto es esa la realidad que vivimos, en la que presumimos abiertamente de nuestros recursos, escasos o excesivos, para inmediatamente derrocharlos frente a los demás y demostrar así lo mucho o poco que tenemos o lo que ni siquiera poseemos verdaderamente, pero que al fin y al cabo decidimos desechar como un lastre que nos pesara demasiado? Desde lo más íntimamente mexicano y nacionalista de nuestra cultura, José Alfredo Jiménez cantaba a todo pulmón que en México, "la vida no vale nada", en uno de sus tantos y muy típicos poemas musicales entresacados de las más profundas raíces de nuestra idiosincrasia. Una frase acuñada por él hace unas cuantas décadas en un México bastante diferente al que vivimos ahora, aunque en el fondo y muy a pesar del polvo y de los años transcurridos, posiblemente siga conservando ese valor y esa profundidad que se le dio entonces en aquellos años, para tornarse quizás aún más estremecedoramente real ahora, en estos momentos tan sui géneris que estamos presenciando y experimentando. Si en el fondo, y en nuestro inconsciente, es ésa la representación, el valor y el simbolismo que le damos a la vida, tal vez entonces como cultura requerimos precisamente de esas tantas diferentes celebraciones, días festivos, jolgorios y puentes como algo que nos ayude y nos apoye para darle sabor y sentido a una vida que de otra forma no vale nada para muchos. Así posiblemente, cobra sentido entonces una vida que carece por completo de valor o que vale tan poco en el presente porque se ha ido deteriorando y perdiendo su significado, que al fin y al cabo basta con encogerse de hombros y seguir la corriente y la dirección de los vientos que mueven a nuestras mayorías, para sobrevivir entre las masas sin importar cualquier cosa que suceda.
Bajo una premisa semejante, tantas fiestas, puentes y celebraciones adquieren una perspectiva diferente, y le dan color y sentido a una experiencia cotidiana que para tantos desesperanzados y desilusionados se les antoje se gris y sin valor alguno, en la que se pierden y desaparecen cuando no han encontrado otras alternativas o estímulos para sobrevivir. Se trata posiblemente de la búsqueda de nuestro equilibrio emocional, como una especie de intento por controlar todo aquello que en las condiciones actuales no podemos controlar, y que nos produce consecuentemente ansiedad, enojo, miedo, frustración, tristeza, desilusión, impotencia y tantos otros sentimientos añadidos que nos invaden y que por lo mismo necesitamos canalizar de una u otra forma, en estilos que varían de acuerdo a la personalidad de cada quien, y para los cuales quizás también hemos encontrado en las festividades ese desahogo comunitario acorde a los rasgos de nuestra cultura y a las peculiaridades de nuestra idiosincrasia mexicana (Continuará).