A las pocas horas de que se hiciera público el atentado contra el futbolista Salvador Cabañas, el presidente de la República, Felipe Calderón, salió a los medios de comunicación para condenar el hecho e incluso se comprometió con su homólogo de Paraguay, Fernando Lugo, a castigar a los culpables.
Una semana después de ese hecho, 15 jóvenes en Ciudad Juárez fueron asesinados por un comando armado cuando celebraban una fiesta en una casa particular. Ese mismo fin de semana 10 jóvenes murieron en Torreón como consecuencia de un ataque perpetrado contra un antro.
A diferencia del caso Cabañas, el presidente Calderón no condenó inmediatamente los hechos. Fue hasta después de 48 horas que Felipe Calderón condenó el asesinato de los jóvenes, pero sólo el ocurrido en Juárez, el crimen en Torreón no fue importante para el presidente.
Pero lo más grave fue que Calderón al mismo tiempo que condenó el hecho, dijo que los jóvenes estaban relacionados con el crimen organizado y por eso se había registrado la matanza. Es decir, que en la lógica del Gobierno Federal todas las vidas que ha cobrado la guerra contra el narcotráfico son justas, porque las víctimas seguramente tenían nexos con criminales.
Cada vez son más las voces que cuestionan la efectividad de una guerra que hasta el momento lleva un saldo de más de 18 mil muertos y que no ha dado los resultados esperados, ya que el consumo de drogas se ha incrementado al mismo tiempo que la inseguridad se ha disparado. Es decir, a pesar de las espectaculares detenciones y de los discursos oficiales, es un hecho que la gente tiene más miedo hoy que en el 2006.
Sin embargo, todo parece indicar que el Gobierno Federal no escucha las críticas y sólo los crímenes toman importancia cuando las víctimas son personajes famosos como Fernando Martí o Salvador Cabañas.
