Desde Chile, ha vuelto a surgir una muestra electrizante y asombrosa de la capacidad de suepervivencia de un grupo de hombres.
Esta vez, el ¡Viven! surgió desde las entrañas del desierto de Atacama, 700 metros bajo tierra. Hace 38 años, fue a más de dos mil metros de altura en las cumbres nevadas de Los Andes.
Aquel fue llamado el milagro de Los Andes. Hoy, algunos ya hablan del milagro del desierto.
Atrapados en una vieja mina de cobre y oro a 800 kilómetros al norte de Santiago, 33 mineros esperan ser rescatados tras sobrevivir a un derrumbe ocurrido hace ya 19 días.
"Estamos bien en el refugio, los 33", decía una esquela que enviaron tras ser ubicados, y que el presidente Chileno Sebastián Piñera exhibió jubiloso a su país y al mundo.
En 1972, Chile fue también escenario de una increíble y exitosa odisea de supervivencia, cuando un avión Fairchild de la Fuerza Aérea uruguaya con 42 personas a bordo se estrelló en la cordillera. Setenta y dos días después, 16 fueron rescatados con vida, ante el asombro del mundo, después que dos ellos desafiaron la montaña nevada durante días caminado en busca de la vida. Un arriero los encontró, y avisó a las autoridades.
Habían sobrevivido a las penurias del frío, la falta de alimentos, la soledad.
Navidad de 1972, lograron ser rescatados,
Uno de ellos era Eduardo Strauch, ahora de 63 años, arquitecto y padre de cinco hijos.
"Cuando supe la noticia de los mineros, me sentí muy identificado. Hay un paralelismo con lo nuestro, de esto estoy convencido", dijo Strauch a la AP. "Además, estoy seguro que ellos van a salir de ahí. En esas circunstancias el instinto aflora al cien por ciento y ahí salen las cualidades del ser humano, la confianza en unos mismo".
Strauch aseguró que ese pensamiento sobre la fuerza por sobrevivir lo comparten sus compañeros del drama de Los Andes.
"El instinto del ser humano aflora con el objetivo de vivir, para llegar nuevamente a nuestros seres queridos. En este caso de los mineros, es lo mismo. Mucha fe en el ser humano. Ese fue nuestro caso", dijo.
Roy Harley, otro de los sobrevivientes, aseguró que la situación de los mineros "debe ser mucho peor" que lo que ellos atravesaron. Los sobrevivientes, llegaron a Montevideo con las muestras físicas y psíquicas de los padecimientos y las formas en que lograron sobrevivir, incluyendo alimentarse con la carne de sus amigos fallecidos. Ahora, algunos, dan clases en escuelas para exponer como se puede llegar al límite de lo humano, sin rendirse, para ganar el derecho a seguir viviendo.
La odisea de los 33 mineros se prolonga y sigue poniendo a prueba su temple --y el de sus familiares-- porque aunque ya han sido ubicados y la ayuda comienza a descender, saben que aún tienen que esperar mucho, quizás tres meses o más, antes de ser rescatados.
Su caso es un premio también a la tenacidad de las autoridades chilenas, que aunque a veces insinuado pesimismo, no cejaron en la búsqueda y mantuvieron por días y días el frenético perforar de la montaña, hasta el hallazgo el domingo último que conmovió al país entero y más allá de las fronteras.
Tenacidad que también mostró en 1972 el artista plástico uruguayo Carlos Páez Vilaró, que aún cuando se había abandonado la búsqueda del avión, insistía en que su hijo, Carlos Páez Rodeíguez, estaba vivo en algún lugar de la montaña. Y seguía sobrevolando por su cuenta las zonas donde podría haber caído el avión.
El premio fue el estrecho abrazo con "Carlitos", cuando éste descendía del helicóptero de la Fuerza Aérea de Chile que había realizado el rescate.
Páez Vilaró plasmó su experiencia en el libro "Entre mi hijo y yo la luna".
La experiencia total fue registrada en el libro Alive! (Viven), de Piears Paul Read, y en más de una cinta cinematográfica.
