En California y también en México tenemos héroes.
Carlos Partida y Mario Contreras, empleados de la construcción, se levantaron la mañana de un viernes sin la seguridad de que ese día tendrían trabajo y menos que se convertirían en los nuevos héroes de la comunidad de San Diego.
Junto con su compañero Stephen Kane, Carlos y Mario reconstruían la cocina de una escuela primaria en la ciudad de Carlsbad, cuando escucharon varios disparos y los gritos despavoridos de los niños del plantel.
Pronto se percataron de que un pistolero solitario de unos cuarenta años brincó al patio escolar para disparar su arma contra los menores, herir a dos y provocar llantos y el pánico general.
El agresor Brendan O'Rourke se alejó unos metros del plantel para recargar su arma cuando los tres trabajadores iniciaron su persecución y con el vehículo de Carlos Partida lograron derribarlo y posteriormente someterlo.
Una tragedia de enorme magnitud se evitó con la captura del tirador. Para buena fortuna los dos niños heridos de 5 y 7 años de edad, respectivamente, presentaron lesiones leves en sus brazos que no ameritaron complicaciones.
Al siguiente día de clases los padres de familia de la escuela primaria Kelly organizaron varios homenajes en honor de los trabajadores, además de que el incidente recibió un amplio despliegue noticioso en los medios locales.
Mario es originario de Tijuana y trabaja en la construcción en San Diego desde hace más de veinte años. Carlos es criado en San Diego y sus ancestros son también mexicanos.
Ambos viven en Chula Vista y se conocen desde hace tiempo, ya que trabajan en la misma compañía contratista. Pero ese día no se imaginaron que se encontrarían en el mismo lugar de trabajo y que juntos ayudarían a salvar la vida de muchos niños.
Por desgracia el hecho no trascendió a nivel nacional ni internacional como tampoco se enfatizó que dos de estos héroes comunitarios tienen raíces mexicanas. En un país en donde los inmigrantes hispanos son tratados como intrusos y como una carga para el sistema norteamericano, la noticia pudo manejarse como una más de las contribuciones que día tras día y a lo largo de muchos años, realiza la comunidad inmigrante a los Estados Unidos.
A diferencia de lo que sucederá con los mineros chilenos, quienes ganarán dinero y fama por compartir sus experiencias, Carlos y Mario tendrán que regresar a sus labores cotidianas a enfrentar los sinsabores de la crisis económica que afecta al país más poderoso del orbe.
Nadie discute la hombrada de los 33 sudamericanos que se asemeja a la hazaña de los sobrevivientes de Los Andes en 1972, pero es una lástima que salvar la vida de muchos niños no merezca algo más que un homenaje local.
Por suerte Carlos y Mario realizaron su valiente acto con el único afán de evitar la muerte de menores indefensos quienes vivieron momentos de zozobra por la culpa de un maniático, uno de los tantos que existen en esa nación.
Tampoco tienen tiempo para más homenajes porque al igual que los millones de inmigrantes que viven en Norteamérica, deben salir cada mañana a ganarse el pan con el sudor de su frente.
Ellos no tienen seguro de desempleo ni de gastos médicos, tampoco una pensión rimbombante. De hecho tuvieron que pagar de su bolsillo las curaciones por las lesiones que sufrieron al detener al pistolero agresor.
Otros héroes mexicanos que ahora son recordados ante el milagro de Chile, son los 65 mineros que murieron en la mina de Pasta de Conchos en febrero del 2006 y cuyos cuerpos permanecen sepultados como una señal más de la corrupción y la insensibilidad que se vive en México.
Nuestro reconocimiento a Carlos y Mario y también a esos 65 hombres que no contaron con las agallas de una sociedad como la chilena que no descansó hasta ver a salvo a sus 33 hermanos.
