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Obama y el joven siglo (1)

CARLOS FUENTES

El presidente Barack Obama es atacado desde muchos rincones. Es un "socialista" que quiere extender un poder sofocante del gobierno. Es un "reaccionario" que limita al poder público y favorece a la empresa privada. Es un político "pasivo" al que le haría falta el activismo de Clinton. Es un político "frío" al que le faltaría, en cambio, la demagogia populachera de Bush.

En realidad, Obama es un nuevo político para un tiempo nuevo. Esta sencilla verdad es difícil de aceptar en un país, los Estados Unidos, acostumbrados a la vieja política de tiempos pasados.

Un poco de historia.

A principios del siglo veinte, dos presidentes, Teodoro Roosevelt y Woodrow Wilson, ejercieron una política intervencionista limitada al Caribe y a México. En Europa, tres primos (el Kaiser Guillermo II, el Zar Nicolás II y el rey Jorge V), nietos de la reina Victoria, se pelearon por razones diversas. Alemania e Inglaterra (así como Francia) tenían colonias de ultramar. Rusia tenía un vasto territorio. El imperio austrohúngaro dominaba los Balcanes y la Europa central. El imperio otomano se extendía de los Balcanes a Mesopotamia. ¿Cómo se repartiría, a favor de quién, el poder en Europa, Asia y Africa? ¿Qué derechos tendrían los países sometidos a uno o varios de estos centros imperiales?

Bastaría una chispa --Sarajevo y el asesinato del archiduque Francisco Fernando-- para incendiar a Europa en una guerra inútil, en la cual perecieron veintidós millones de seres y otros tantos resultaron heridos, sólo para satisfacer las rivalidades entre un pequeño grupo de familias...

La novedad de la guerra es que en 1917 los Estados Unidos, por primera vez en su historia, entraron a combatir en un conflicto europeo. El pretexto fue el hundimiento del vapor Lusitania por torpederos alemanes (y, acaso, la relación del Kaiser con México y el telegrama Zimmermann ofreciendo la devolución a México de Texas, Nuevo México y Arizona). Wilson ejerció, al terminar la guerra, una "diplomacia samaritana", como la llama Daniel Boorstin, que culminó en el Tratado de Versalles (1919) que desmembró a los imperios turco y austriaco, expulsó a Alemania de sus colonias e impuso al Reich condiciones humillantes: pérdida de territorio, onerosas reparaciones bélicas, prohibición de rearmarse.

Del resentimiento nacional contra Versalles surgió el nacional-socialismo de Hitler. El rearme de Alemania y las políticas antisemitas y antieslavas del Führer, condujeron a la Segunda Guerra Mundial, esta sí justificada pues se trataba de detener un expansionismo totalitario de barbarie incomparable. Los Estados Unidos entraron al conflicto después del ataque japonés a Pearl Harbor en 1941 y el presidente Franklin Roosevelt culminó una política que, en su dimensión latinoamericana, había renunciado al intervencionismo anterior a favor de una política de "buena vecindad" que lo mismo se llevaba con el gobierno revolucionario de Lázaro Cárdenas en México que con el Frente Popular de Izquierda en Chile que con el corporativismo brasileño de Getulio Vargas. ¿Y los dictadores tropicales?

-Somoza es un hijo de puta --dijo Roosevelt-- pero es nuestro hijo de puta.

La política de buena vecindad fue continuada por el sucesor de Roosevelt, Harry S. Truman, en la post-guerra atómica, y fue brutalmente interrumpida por su sucesor, Dwight Eisenhower, derrocando al presidente democráticamente electo de Guatemala, Jacobo Arbenz, en nombre de "una gloriosa victoria" para la democracia, dijo el canciller Foster Dulles.

La era Roosevelt-Truman concluyó, encerrada en el refrigerador de la Guerra Fría. Las dictaduras antiguas del Caribe y Centroamérica fueron protegidas. Las nuevas dictaduras (Pinochet, Videla) fueron apoyadas. Les bastaba declararse "anti-comunista" para ganar el favor de Washington y la impunidad criminal. La revolución cubana había subrayado esta política: el comunismo a las puertas de los Estados Unidos. Cayó el gobierno de Goulart en Brasil sospechoso de filo-comunismo. Uruguay, Paraguay, Chile, Argentina sucumbieron a regímenes de tortura, asesinato y desaparición de personas.

Carter buscó un cambio. Clinton lo confirmó: la Guerra Fría había terminado. Pero los Estados Unidos, país maniqueo, necesitaba un enemigo. Hay que saber quién es el malo para ser, nosotros, el bueno. El fin de la Guerra Fría privó a Washington del contendiente soviético. ¿Dónde estaría ahora el indispensable enemigo?

Los ataques del 11 de Septiembre de 2001 dieron la respuesta. Los Estados Unidos se arrogaron el derecho al ataque preventivo. En ausencia de pruebas en contra de Irak, la falacia del "ataque preventivo" quedó comprobada. Saddam no tenía armas de destrucción masiva. Bush y Blair engañaron al mundo. Como no había armas, se alegó que Saddam conspiraba con terroristas. Como Sadam era, en realidad, enemigo de los terroristas, quedó claro que la invasión de Irak fue para beneficiar a las compañías asociadas al vicepresidente Dick Cheney, Bechtel-Halliburton.

No importaba y la Secretaria de Estado de Bush, Condoleezza Rice, lo dijo en todas sus letras:

--Los Estados Unidos actúan de acuerdo con sus propios intereses nacionales, no los de una ilusoria comunidad internacional.

Abu-Graib, Guantánamo: la tortura, la detención ilegal, pero también la restricción a los derechos de los ciudadanos norteamericanos. "Tómenlo o déjenlo" dijo Bush de su política, "con nosotros o contra nosotros. No tiene importancia".

Estas son las políticas que anteceden al Presidente Obama. ¿Qué ofrece éste en su lugar?

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