Nadie me dijo que la vida sería justa, pero al fin y al cabo, es la vida y hay que vivirla a plenitud porque no tenemos otra.
En la vida se denota el cansancio de los años, cuando en el recuento de los daños miramos hacia el fugaz pasado.
Uno quisiera que la vida fuera como estar enamorado eternamente. Pues en ese estado todo nos parece diferente.
Y contamos los días por alegrías, por momentos felices que pasamos, sin preocuparnos más por el mañana.
Pero la vida es esa que nos quita, placeres e ilusiones juveniles. Nos da vigor, mas no nos da fortuna; y cuando nos da haberes nos quita la pasión de los amores.
Van quedando tan sólo los recuerdos, de pájaros cantores milenarios; de arrullos maternales y canarios que cantaban felices en un tiempo.
Es así tan confuso lo que siento, que no sé si agradecer o reclamar de plano; pero agradezco más cuando aún escucho lejanas notas de aquel viejo piano, en que mi padre tocaba por las tardes.
No eran tiempos de alardes o de gozos, pero eran sin dudar tiempos dichosos. Porque todos vivíamos arropados en el dulce regazo de mi madre, sin más preocupación que ver caer la tarde.
La vida también da gozos y bendiciones majestuosas. Dichas sin fin, que cual alondras presurosas tornan aquélla mucho más hermosa.
Nos da también amigos divertidos, sabios y cultos como los hay pocos. Pero igual nos los quita de repente y huérfanos nos deja entre un frío inclemente.
Mas al tiempo feliz siguen los años del reposo obligado y el sosiego. Y el animal que alimentaba el ego, se va apaciguando lentamente.
Llega la calma y el tiempo de batirse en retirada. Pero en el alma luchan las dos fieras que no quieren quemarse en esa hoguera.
La vida se debate entre sollozos, en lágrimas furtivas y rebeldías tardías. Queremos seguir vivos, pero no aceptamos, que la vejez se ha vuelto nuestra amiga.
Y a veces, para el colmo de los colmos, esa vejez terrible e implacable, nos roba los recuerdos de la mente y nos aísla envidiosa de la gente.
Nos pone presos en un rincón de casa y ya no recordamos lo vivido. Nos deja los recuerdos más antiguos y el aroma sutil del primer beso.
La vida es envidiosa y caprichosa. Recela del pasado más dichoso. Nos tira en un rincón en donde el ocio nos hace presa de su mortal sentido.
La vida debía ser, como lo dice Quino. Una vida al revés de lo que es. Que comenzara con la muerte misma y nos fuéramos de ella con placer.
Que la partida fuera en sí un orgasmo. Frenético, brutal y arrebatado; y en un instante de gozo inusitado, abandonáramos un mundo desgraciado.
Quino lo dice así y lo cito textual:
"¡LA VIDA DEBERÍA SER AL REVÉS!
Se debería empezar muriendo y así ese trauma quedaría superado.
Luego te despiertas en un Hogar de ancianos mejorando día a día.
Después te echan de la Residencia porque estás bien y lo primero que haces es cobrar tu pensión.
Luego, en tu primer día de trabajo te dan un reloj de oro.
Trabajas 40 años hasta que seas bastante joven como para disfrutar del retiro de la vida laboral.
Entonces vas de fiesta en fiesta, bebes, practicas el sexo, no tienes problemas graves y te preparas para empezar a estudiar.
Luego empiezas el cole, jugando con tus amigos, sin ningún tipo de obligación, hasta que seas bebé.
Y los últimos 9 meses te la pasas flotando tranquilo, con calefacción central, roomservice, etc., etc.
Y al final... ¡Abandonas este mundo en un orgasmo!" Quino.
Así debería ser...Pero no es.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".