Un nuevo escándalo azota a la memoria del Padre Marcial Maciel Degollado, en ocasión de la denuncia que hace una mujer que asegura haber hecho vida marital con el sacerdote, de cuya unión habrían nacido dos hijos, que por añadido dicen haber sido víctimas de abuso sexual.
El caso involucra a la Legión de Cristo, orden sacerdotal y religiosa fundada por el Padre Maciel, considerada una de las más productivas de la Iglesia Católica, en cuanto a vocaciones consagradas e influencia social en el mundo.
La acusación es parte de una serie de casos sobre abuso sexual, que se enderezaron en contra de Maciel cuando ya era un anciano. Con el solo entredicho la Iglesia lo suspendió de sus labores pastorales, pasando sus últimos años recluido en su casa hasta su muerte.
El problema surgió hace años junto a otros señalamientos similares en contra de sacerdotes en diversas partes del mundo, acompañados de un reclamo en contra de la jerarquía de la Iglesia institucional, a la que se le atribuye negligencia y encubrimiento.
La gravedad del caso y las secuelas que deja en las víctimas y en la comunidad clama justicia, en orden a descubrir la verdad, castigar a los responsables, reparar el daño a las víctimas y evitar que el agravio se repita en el futuro.
Sin embargo, el castigo y la reparación resultan de muy difícil factura tanto por la naturaleza de los daños que en esencia son de orden psicológico, como en virtud de que en la totalidad de los casos las denuncias ocurre a destiempo a veces con un retraso de muchos años, lo que muestra además, descomposición familiar y social e ineficacia de los órganos del Estado encargados de procurar justicia. El testimonio de la Mujer involucrada en el caso Maciel, según el cual vivió con el sacerdote durante treinta años "sin conocer quién era realmente", es muy revelador al respecto.
Las circunstancias descritas impiden que la herida cure y por el contrario, ambiciones agregadas a los legítimos intereses de las víctimas mantienen un conflicto recurrente que amenaza ser permanente e irresoluble, en el que se forman bandos enfrentados en el vituperio, la descalificación genérica y la atribución de culpas colectivas, generando un encono tan profundo como estéril, que en nada ayuda en un país como el nuestro de altares ensangrentados, desde el culto de Huitzilopochtli hasta la Cristiada.
La infidelidad de los sacerdotes a sus votos ofrece el contraste de una vida productiva y luminosa en el orden pastoral, en paralelo de otra vertiente que transcurre en la oscuridad del pecado y daña a terceros. El tema del bien y el mal ha sido tratado por filósofos, criminólogos y terapeutas a lo largo de la historia, que desde siempre se plantean la pregunta de San Pablo: ¿Por qué no hago el bien que amo y en cambio hago el mal que aborrezco?
San Agustín sondea el enigma del yo profundo y descubre la identidad humana en su relación con Dios. Concibe la liberación del hombre en la inserción en Cristo a través de la vida sacramental de la Iglesia, bajo la premisa de que todos los hombres somos pecadores que necesitamos vivir en permanente conversión.
En cuanto a nuestra realidad terrena, es necesario orientar el tratamiento del abuso sexual atribuido a los clérigos y la reparación del daño hacia objetivos legítimos, constructivos y posibles. Uno de los presuntos hijos de Maciel de aparición reciente, reconoce haber pedido a la Orden veintiséis millones de dólares por su silencio, lo que entraña una extorsión vulgar que con razón ha sido rechazada para que la verdad se descubra y se conozca.
En México el asunto llega al Congreso de la Unión llevado por políticos interesados en descalificar la participación de la Iglesia en asuntos públicos como la defensa de la vida desde la concepción, el respeto a los derechos humanos, la búsqueda del bien común y la justicia, y otros en los que la Iglesia presta su voz a quienes no tienen voz propia.
La utilización del tema para desprestigiar a la Iglesia Católica, no es rara. Corresponde al misterio según el cual Jesús de Nazareth fue juzgado, condenado, crucificado y muerto para lavar los pecados de la humanidad y de igual manera, a lo largo de la historia la Iglesia es juzgada, condenada y crucificada por los pecados de sus hijos y sin embargo, permanece viva en Cristo Resucitado.
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