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Palabras de poder

DINERO Y FELICIDAD

JACINTO FAYA VIESCA

En Japón, la segunda economía más rica después de la de Estados Unidos, se suicidaron en el año de 2009, treinta y cinco mil japoneses.

Ya está comprobado estadísticamente, que a mayor ingreso económico personal, no se da un incremento proporcional en la felicidad. Es cierto, que la miseria y la pobreza constituyen un atentado a la dignidad humana, y que la pobreza es una fuente generadora de muchos males sociales.

Pero es cierto también, que una vez que la persona llega a cubrir sus necesidades normales, sus aumentos de ingresos económicos no elevan sus niveles de felicidad. Y es cierto también, que la codicia y la envidia son los grandes motores de las sociedades más capitalistas, lo que viene a generar unas enormes desigualdades, lo que conduce a la vez, a que grandes sectores de la población vivan con miedo y niveles de angustia cada vez más crecientes.

El hundimiento económico de la sociedad de los Estados Unidos de Norteamérica en el año 2009, es el ejemplo perfecto: la codicia y la envidia constituyeron los motores de las grandes especulaciones financieras. Al final de cuentas, quince millones de norteamericanos perdieron su trabajo y otros millones más, perdieron sus casas al no poder cubrir sus pagos hipotecarios. En este país, el Gobierno reconoce que existen cincuenta millones de personas que viven en la miseria.

Los Estados Unidos de Norteamérica es uno de los países que gozan con menores niveles de felicidad. En las cárceles de ese país hay más de dos millones de reclusos, se reconoce que los niveles de violencia son cada vez más crecientes. Como podemos observar, más y más dinero no se traduce en una mejor sociedad y en niveles más altos de felicidad personal.

Las sociedades capitalistas (sin vocación ni sentido social) le hacen creer a sus consumidores, que su bienestar personal se finca y acrecienta en la medida en que consuma más de toda la amplísima variedad de bienes y servicios que se lo ofrecen. Esta premisa es falsa, pues a mayor consumo del cliente se incrementa su desilusión y frustración al darse cuenta que su bienestar no aumenta. Y la receta para éste problema, lo da la misma sociedad capitalista: más consumo, a fin de alcanzar la felicidad tan deseada. Como dice, Lipovensky, el mejor estudioso del tema hoy en día, se "produce" desdicha subjetiva en la opulencia material". Mas o menos, lo que le sucedería a un naufrago sediento en el mar: una intensa sed junto a una inmensa cantidad de agua salada no bebible.

La otra gran diferencia de querer obtener felicidad en base a ganar más dinero y consumir más, consiste en creer que el goce intenso de nuestros sentidos nos llevará al paraíso imaginado de la felicidad. En estas sociedades, todo lo que implique de goces intensos de nuestro erotismo, paladar, ansias de placeres de todo tipo, lujos, y en fin, todo aquello que sacie de placer nuestros sentidos, nos conducirán a nuestro paraíso soñado de la felicidad.

En este punto, el error esta en creer que el goce intenso de nuestros sentidos es igual a la felicidad y a nuestro bienestar emocional.

Este modelo económico que nos promete la felicidad, defiende y practica una serie de principios que no resisten las menores pruebas de validez. El modelo se basa en que debemos ser permanentemente competitivos, agresivos, duros negociadores; que debemos aspirar a la excelencia, a la creatividad e innovación constante, etc. Éste modelo agotó a la sociedad norteamericana y mantiene en la ansiedad y angustia a una serie de sociedades que han convertido al "dinero" en el pasaporte mundial a la felicidad.

Critilo advierte, que sociedades como estas, exacerban al máximo la envidia, codicia, frustración y celos de un alto porcentaje de personas que se quedan al margen de ese "imaginario paraíso del bienestar". Cuando la rivalidad, el éxito del más hábil y la ley del más rico y poderoso se impone, la resultante ya se ha medido por prestigiadas instituciones internacionales: aumento de la tristeza, desilusión frustración, miedo, angustia y violencia, y múltiples males sociales.

Otra vez, los pensadores de la Grecia Antigua tenían la razón: "Nada en demasía", como lo dijo uno de los siete sabios. "Lo abundante es dañino", según Tales de Mileto.

El ser humano no está hecho para los excesos, la desmesura y las estridencias; las personas no pueden ser felices en la guerra de la competitividad, la agresividad, la urgencia, la excelencia y la máxima productividad económica. El ser humano necesita del ocio para pensar, necesita de la contemplación, de la música más diversa, y de entablar relaciones cordiales y afectuosas con otras personas.

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