"Dos cosas son la fuente de la felicidad: una buena fama y una distinción justa de las cosas; quien algo busca más allá, marcha a su ruina", escribió un poeta árabe.
Ya el jesuita español, Baltasar Gracián, nos decía en una de sus obras, que la buena fama, el buen nombre, era la fragancia que más gustaba a todos.
"Una justa distinción de las cosas", consiste en aplicar nuestra inteligencia con todo cuidado al momento de valorar a una persona, cosa, o una determinada circunstancia. Seguramente, una de las destrezas más útiles y provechosas para toda nuestra existencia, consiste en saberle otorgar el debido valor a cada cosa, persona y circunstancia. La "justa distinción de las cosas" es también lo que entendemos por buen juicio, recto pensar, sensatez, etc.
Uno de los propósitos más importantes que debemos hacernos en cualquier etapa de nuestras vidas, consiste en otorgarle a la "buena fama", un lugar especial en nuestras vidas. La buena fama nada tiene que ver con los grandes éxitos profesionales o económicos, y ni siquiera, con nuestra cultura personal. Más bien, se trata de una estela de "confiabilidad" que los demás pueden depositarnos, ya que nos perciben como personas decentes y justas.
Todo aquel que goza de "buena fama" tiene las puertas abiertas, pues su confiabilidad y aura de buena persona, lo hace acreedor a que se le brinden oportunidades y ayudas. Dice un dicho popular: "Es bueno ser importante, pero más importante es ser bueno". Toda persona buena hacer referencia a la bondad, al buen comportamiento, a mantener la palabra dada. De hecho, no podemos tener un mejor negocio que gozar de "buena fama", pues en cualquier parte seremos bien recibidos.
Hay una reflexión del filósofo alemán Nietzsche, relacionada con el tema que estamos tratando, en su obra, La Gaya Ciencia, pensamiento que por su extrema importancia, transcribimos en su integridad:
"Lo que otros saben de nosotros.- lo que nosotros sabemos de nosotros mismos y conservamos en la memoria no es tan decisivo como se cree para la felicidad de nuestra vida. Un día nos cae encima lo que otros saben (o creen saber) de nosotros, y entonces nos damos cuenta de que eso tiene más poder. Nos resulta más fácil arréglanoslas con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación".
A algunos de nosotros nos ha sucedido que de manera acertada o equivocada, ciertas personas nos muestran su antipatía de manera notable, aun cuando se esfuercen en querer esconderla. Supongamos, que tienen razón en mostrárnosla debido a un comportamiento inadecuado que observamos durante algún buen tiempo. Y supongamos también, que nosotros dejamos desde hace mucho tiempo ese inadecuado comportamiento y ahora somos personas decorosas y decentes. Por desgracia, en la casi totalidad de los casos, sus primeras impresiones negativas son las que van a permanecer.
Algo muy similar nos sucede cuando conocemos por primera vez a una persona: la impresión que le causemos y que nos cause a primera vista, será definitiva en la abrumadora mayoría de los casos. O bien, algunas personas pueden tener de nosotros una magnífica impresión, aun cuando no esté sustentada en la realidad. Lo más probable es que, para bien nuestro, esa impresión se mantendrá.
Hay un refrán popular que dice: "Crea fama y échate a dormir". Esto significa, que si la persona goza de buena fama, su vida podrá ser mucho más cómoda en todos sentidos. La realidad es aplastante: la opinión que la generalidad de las personas tengan sobre nosotros, en un sentido negativo o positivo, nos traerá consecuencias para nuestra infelicidad o para nuestra dicha.
Es absolutamente cierto, lo que dice Nietzsche: "Nos resulta más fácil arreglárnoslas con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación". Podemos esconder dentro de nosotros nuestras malas acciones y aparentar decencia ante los demás. Pero nuestra mala reputación no la podemos esconder ni borrar.
Por esto, esforzarnos por alcanzar una buena fama, un buen nombre, respetabilidad, es una fuente directa a la felicidad, pues nos permite relacionarnos con muchas personas en un alto grado de confiabilidad.
Critilo nos deja una máxima de la Antigua Roma, que dice: "Vale más buena fama que mucha fortuna". Y nos ofrece Critilo también esta admirable sentencia del romano Plauto: "Si puedo preservar mi buen nombre, seré suficientemente rico".