Todos somos hermanos: nuestro cuerpo contiene polvo de estrellas, átomos de lo que fueron flores o arbustos, agua del mar. Somos hermanos porque por igual, poseemos un alma que nos puede convertir en divinamente humanos si nuestras acciones están nutridas de nobleza.
Gozamos de la vista, y con ella no necesitamos penetrar en los secretos de las flores. Una mirada a un pétalo de rosa nos indica que podemos maravillarnos de la Naturaleza. La margarita que cuido y riego en mi maceta, es infinitamente más bella que el más ostentoso ramo de flores de plástico.
Mi hogar, rico o humilde, guarda el recuerdo de mis seres queridos. En sus pasillos y cuartos están presentes las risas de mis hijos y de mi esposa. El amor de que está impregnado mi hogar, es el perfume más exquisito, y nadie cambiaría su hogar donde reina la paz, por el palacio más suntuoso sin la sangre del amor.
Me tiendo en el pasto y mis ojos se encienden de una luz celeste, no comparable a cualquier artificial espectáculo. Tendido en la hierba escucho las palpitaciones de mi corazón. Siento fluir mi sangre por arterias y venas. Mi respiración está acompasada por los latidos del cosmos.
¡Y es que estoy vivo! Gozo de la irrepetible oportunidad de ser hijo de la vida. De esa vida que contiene el secreto más grande del universo. ¡No sé cómo surgió la vida! Pero sí sé, que el regalo de la vida es el obsequio más sublime que se me pudo dar. Me maravillo ante el verdor de la primavera, estación que revienta de vida. El verano me deslumbra con el dorado de los trigales. El otoño nos muestra los colores ocres de las hojas caídas y nos advierte que el año está fatigado. Invierno bendito que obliga al descanso a una Naturaleza vibrante.
Doy la bienvenida al frío y al calor. Abrazo a la aurora que nos anuncia el nacimiento de un nuevo día. Despido al sol que se oculta para descansar. Le agradezco que me permita asombrarme ante la negrura de un firmamento tachonado de estrellas. Y me deleito viendo cruzar bolas de fuego en los cielos.
Mis oídos jamás se sacian de escuchar el trino de las aves, el sonido que produce el murmullo de las hojas zarandeadas ante un ligero viento. Es un regalo escuchar el sonido incomparable de un arroyo que conduce a las alegres y traviesas aguas. ¡Y qué decir del maravilloso sonido que produce el silencio de una noche tranquila!
Los claroscuros en las ramas de los árboles nos brindan bellísimos colores. Estos danzantes cambios de luz nos permiten percibir lo que una luz constante no podría. Las decenas de verdes y de ocres en las hojas, son manifestaciones variadas del asombroso fenómeno de árboles en los que corren ríos de sangre verde que les dan vida. Tendido en la orilla de un río, platico con los sonidos de sus aguas, y mis pláticas y murmullos se van en compañía del viento. Viento fresco, húmedo, seco o cálido, lo recibo como un regalo del cielo. Mi piel platica con el arroyo, y me siento parte de la orilla del río, de sus aguas y del viento.
El olor de la húmeda pradera, el perfume que produce el rocío recogido por las flores, el olor de la madera, la fragancia que nos trae el viento de lugares remotos, hincha mi corazón de gozo. Todo a mi alrededor está repleto de vida. Una vida que nos invita a vivirla sin límites y sin fronteras.
Mi júbilo empieza cuando la aurora con sus dedos rosados acaricia mis mejillas y mis labios. La mañana me indica que el día me recibe con un cálido abrazo. No sé si estaré solo o si formaré parte de un tumulto o si gozaré de una cálida compañía. Como quiera que sea, formaré parte de esta Naturaleza divina.
No quiero que mis ojos tengan la mirada de los muertos. Ni que mi sangre corra lenta y pesada como sucede con todo aquel que ha dejado morir su capacidad de asombro. Quiero que mi mirada repose en la esplendidez de la Naturaleza y que mi sangre veloz y caliente me funda con la vida.
La Naturaleza está repleta de vida y yo sigo sus enseñanzas: ímpetu, vigor, poderío, diversidad y renovación constante. Estos principios deben llevarme a una permanente creación, a un respeto y veneración por la vida, a un profundo agradecimiento hacia lo bello y lo noble, y a una actividad constante que me permita estar más vivo.
Ante el inmenso asombro en que siempre vivo, mi corazón palpita de impaciencia por crear. Los briosos corceles de mi alma quieren desbocarse en los escarpados caminos de la vida. Mis arterias se expanden y en ellas resuenan las corrientes tumultuosas de una sangre ávida de vida, de una avidez de amor por la vida.
No ansío nada que no purifique mi alma. Nada me gusta si no eleva mi espíritu. Quiero lo que es puro y transparente. Creo en la ayuda mutua como la palanca más poderosa para mejorar el mundo. Creo en la vida y en sus encantos: amor, acción, arte, belleza, asombro, y creo en las inmensas fuerzas espirituales del hombre.
Este es un canto de Critilo a la vida.