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PALABRAS DE PODER

NO CAMBIEMOS EL ORO DEL MIEDO POR LOS ESPEJITOS DE LA ESPERANZA

JACINTO FAYA VIESCA

En la columna pasada escribí con tal claridad, que antes de la Primera Guerra Mundial, el hombre cambió radicalmente su valoración sobre el "futuro". A lo largo de miles de años los seres humanos sentían un intenso "miedo" por el futuro. Pero a partir de 1915, su "miedo" por el futuro, lo sustituyó por la "esperanza".

Esta sustitución del miedo por la esperanza, ha creado un ser humano distinto. Anteriormente, el miedo por el futuro impulsaba a los seres humanos a luchar con sus recursos personales contra las adversidades que se les presentarían en el porvenir. Y hoy en día, el futuro es lo más importante para las personas, como lo era anteriormente, sólo que el "miedo ancestral" lo tienen anestesiado, al creer falsamente que la "esperanza" es una solución: la ciencia, los avances tecnológicos, el desarrollo en todos los ámbitos, se dará seguramente en el futuro, y "esa es nuestra esperanza", dicen los ingenuos de hoy en día.

La columna anterior fijó el marco general; en esta columna, explicaré las consecuencias prácticas del pésimo negocio del hombre moderno: cambiar el oro del miedo por los espejitos de la esperanza.

El romano de la Antigüedad, Severo Catalina, escribió: "La esperanza es la mano misteriosa que nos acerca a lo que deseamos y nos aleja de lo que tenemos". Esta esperanza nos llevaría a soltar el pájaro que tenemos en la mano, con la ilusión de atrapar varios de los cientos que están volando.

El profundo pensador Séneca nos dijo: "Cuánta locura de los que se forjan esperanzas de largo plazo". Y quiero dejar una cita de Benjamín Franklin, sobre este tema: "El que vive de esperanzas muere de sentimientos".

Por fijar una fecha: si hace cien mil años o cinco mil, los seres humanos hubieran carecido de "miedo al futuro", y en sustitución de ese miedo hubieran confiado en la "esperanza", sin duda alguna, la especie humana se hubiera extinguido desde hace mucho tiempo.

El miedo al futuro es normal, mientras que la esperanza es anormal. El miedo al futuro mantiene en los seres humanos una tensión permanente de su espíritu. Y cuando llega la adversidad, sabe que tiene que luchar contra ella con todas sus fuerzas. Este miedo al porvenir ha endurecido al hombre. Veamos la historia, que nos demuestra desde tiempos antiguos que naciones que fueron destrozadas por otras, pudieron reconstruirse, y algunas, alcanzar la grandeza.

Esos pueblos de la Antigüedad estaban temerosos por las próximas invasiones que sabían que pronto llegarían a sus territorios. Y gracias a ese temor, se preparaban de la mejor manera para expulsar a los invasores. A veces lo lograban y otras no, pero "jamás" abrigaban la falsa esperanza de que nunca serían invadidos.

Veamos este problema en el plano muy personal: todos sabemos, que en la Antigüedad se educaba a los persas de manera muy estricta. Lo más importante es que cada persa debería confrontar sus adversidades, decir la verdad, defender a su pueblo aun a costa de su propia vida, defender su honor personal, cumplir con la palabra dada. Por esto, no nos sorprende la bravura de los persas, como tampoco nos sorprende la disciplina militar y el honor de los espartanos, la ejemplaridad de los aztecas, el alto desarrollo de los mayas y de los incas, la dureza de los romanos. Se trataba de hombres que todo "lo confrontaban". Podían rezarle a sus dioses, pero en esos hombres superiores no cabía la blandura y cobardía del hombre moderno, que tiene a la "esperanza" como su virtud suprema, ignorando que la esperanza es la gran engañadora que propicia la creación del hombre moderno: blando, codicioso, acobardado ante las adversidades y padeciendo de una larvada y peramente angustia. ¡Todo lo asusta!

Si en la Antigüedad, un maya tenía un tumor en alguna parte del cuerpo, los cirujanos se lo extirpaban. Hoy, si nos diagnostican un tumor canceroso, dilatamos lo que vamos a hacer. Si padecemos de graves deterioros físicos, nos invade un pánico ante la necesidad de someternos a análisis médicos profundos. Y muchas veces, a fin de no enfrentar la realidad, pedimos una segunda, tercera, o más opiniones de médicos. Si su sobrepeso lo está matando, abriga la esperanza de que un nuevo medicamento científico muy avanzado, le permitirá seguir con su gula insaciable.

Una gran cantidad de enfermos abandonan sus más valiosos recursos. El cuidado de su alimentación, el abandono de hábitos dañinos para su salud. Y como sustituto, viven con la esperanza de que las cosas estarán mejor, sin querer aceptar, que lo que está mal en cualquier campo de la vida, tiende a empeorar, salvo sus excepciones.

Si tenemos problemas financieros, o problemas emocionales con un hijo o nuestro cónyuge, nuestra blandura no nos permite ejercer nuestra más importante conducta: confrontar con valentía los hechos objetivos. En vez de confrontar, nos echamos en brazos de la esperanza.

Critilo nos dice que contamos con enormes recursos para enfrentar las actuales y futuras adversidades. Y para ello, nada mejor que conducirnos con valentía, dignidad, honor, y fuerza.

¡No lloremos ni acudamos a las fuerzas divinas! Ejerzamos con bravura y dignidad, nuestros ricos recursos que nos dan nuestras capacidades y grandes deseos de vencer los problemas.

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