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PALABRAS DE PODER

ASTUTA Y ENGAÑOSA APARIENCIA

JACINTO FAYA VIESCA

¡Qué débiles somos ante las "apariencias", y qué reacios para querer conocer la realidad de las cosas! Con mucha frecuencia, la realidad es dura, difícil; y si tememos conocer la verdad, haremos lo que podamos para no conocerla. Preferimos un engaño suave y prometedor, al conocimiento de una realidad dolorosa. Esta es la causa por la que somos tan proclives al autoengaño. Al engañarnos a nosotros mismos, podemos imaginarnos el mejor de los resultados y el más bello de los mundos posibles.

En cambio, la "apariencia" siempre nos es grata, pues al encontrarnos con personas y situaciones que nos "parecen" buenas y convenientes, nuestro miedo o deseo se inclina hacia ellas. Lo que parece bueno nos gusta, y por lo general, no indagamos más delante.

Basta que veamos a un hombre vestido de monje, para que le atribuyamos las más preciadas virtudes. Si un metal brilla con esplendor, podemos ser engañados al creer que se nos ofrece oro. Si una persona a la que no conocemos nos habla con dulzura y nos baja el cielo y las estrellas, podemos ser presa fácil de su engaño. Nos quedamos con el encanto de sus palabras, sin siquiera sospechar que con frecuencia la piel de oveja esconde un corazón de lobo.

"Las apariencias engañan", escribió Séneca. Y es que las apariencias agradables siempre nos gustan. Pero si nos presentan la probabilidad de una dolorosa realidad, tratamos de no verla. Nuestro miedo aborrece lo que nos puede ser dañino, y por ello tratamos de diferir el conocimiento de la verdad, tanto tiempo como sea posible.

La "apariencia" nunca cura, al menos que lo aparente sea idéntico a lo verdadero. Para el filósofo alemán, Hegel, "Todo lo real es racional". Enfrentarnos a la realidad nos reporta grandes ventajas. Y esto lo observó muy bien el escritor francés, Anatole France, al escribir: "Concentrando toda la vida en el instante presente, sin distraerse de la inmediata y preciosa realidad, se puede ser un dominador incomparable"

La apariencia se aprovecha muy bien de todo lo que le es útil. Se apoya enormemente en todo tipo de ornamentos: adornos, vestimentas, gemas preciosas, marcas reconocidas, publicidad subliminal, adulación, etc. Una mala acción explicada con dulzura y voz lastimera, encubre su maldad. Sacerdotes de Iglesias con almas malvadas, tapan toda su fealdad moral a base de togas, mantos y rituales.

Cualquier vicio lo podemos encubrir si sólo defendemos sus extremos que pueden aparentar acciones virtuosas. ¿Cuántos cobardes no conocemos, que inflan el pecho al igual que una rana inflada, pero que si les vemos las entrañas, veremos sus hígados de leche con una extrema blancura? Bravucones que gritan, que se mueven como guerreros valientes, pero que ante el mínimo estallido, salen corriendo. Aquí, la apariencia de valentía y de bravura esconden los acelerados latidos de palomitas asustadas.

La apariencia de verdad siempre les está tendiendo trampas a los ingenuos. Pero debemos ser conscientes, que la apariencia de verdad es muy atrevida y audaz, no sólo pretende atrapar en sus redes a los incautos, sino que se esmera en ganarles la partida a los más astutos. Le gusta atrapar tanto a palomas como a zorras.

Si un hombre se siente bajo de estatura, no dudará en usar tacones altos y usar camisas con rayas verticales a fin de aparentar mayor estatura. Si una mujer está inconforme con su belleza, para qué están entonces, tantos caros maquillajes. Y si el padre orgulloso, empeñado en casar a una hija que considera fea, le salta la astucia de la apariencia, y felizmente se dice: "la fealdad de mi hija, mi riqueza la hermosea".

Shakespeare, en su obra, "El Mercader de Venecia", dice a través de Bassanio, personaje de esta obra, en relación a la apariencia: "Por tanto, oro chillón, duro alimento de Midas (recodemos que el rey Midas todo lo que tocaba se convertía en oro, habiendo sufrido la desgracia de convertir en oro a su adorada hija, al tocarla), no quiero nada contigo. Ni contigo, pálida y común mediadora (refiriéndose a la apariencia) entre hombre y hombre. Pero tú, magro plomo, que más amenazas que prometes, con tu palidez me conmueves más que la elocuencia, y te elijo a ti".

Critilo repara en el elogio que Shakespeare hace del magro plomo (metal con muy escaso valor), al que prefiere sobre el oro chillón (apariencia del oro verdadero). El plomo en su humildad y sencillez, no promete nada, pues poco vale. El plomo, al mostrarse tal como es, simplemente plomo, se está revelando en su realidad sin apariencia alguna.

Y para Shakespeare, este don de revelarse tal cual lo que se es, viene a resultar mucho más conmovedor, que la elocuencia, la que con frecuencia está cargada de promesas, que no son más que vaho que se lleva el viento.

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