La primera de las "cuatro nobles verdades" que enseñó Buda, consiste en que "La vida es sufrimiento".
Nuestra sociedad actual con su nuevo dios del "placer", padece de una fobia pertinaz a todo lo que implique dificultades y sufrimientos. Nada más alejado de mi propósito, que defender un amor vicioso al sufrimiento. El querer sufrir o el buscar sufrimientos innecesarios, implica un grave trastorno: el (masoquismo).
Aún cuando sabemos que un porcentaje de seres humanos busca intencionalmente el sufrimiento y que gozan con representar el papel de "víctimas", sabemos que lo hacen con la finalidad de obtener "ganancias secundarias": tratar de saciar su anhelo de ser mimados, atendidos y hasta comprendidos. De cualquier manera, todas las modalidades de "masoquismo", encubiertas o francamente abiertas, revelan una personalidad trastornada.
Ahora bien: no es necesario ir en busca del sufrimiento. Él, durante toda nuestra vida nos estará clavando sus aguijones. ¡Que todos vamos a sufrir en múltiples ocasiones, es la verdad más incontrovertible!
Nuestros antepasados de hace 30,000 años (idénticos a nosotros anatómica y genéticamente), sufrían al igual que nosotros: se les morían seres queridos muy cercanos, se enfermaban, abrigaban miedo a las fieras salvajes, a la escasez de alimentos, etc.
Pero había una diferencia muy grande entre ellos y nosotros: esos antepasados aceptaban el sufrimiento como una parte esencial de sus propias vidas. Lloraban a sus muertos y sufrían cuando enfermaban, sólo que contemplaban a la muerte como a una parte también, esencial de su existencia.
La fobia al sufrimiento que actualmente padecemos, el pánico que sentimos por futuros sufrimientos, la idea "loca" de que sufriremos menos entre más riquezas poseamos, y la ansiedad constante de que "tenemos a toda costa que gozar y ser felices", es una poderosa idea y un desquiciante sentimiento que arranca de 1920 en adelante, fecha de la última epidemia de la "gripe española", que mató sólo en Europa a más de 50 millones de personas.
"La peste negra" mató en Europa en el siglo XIX entre 50 y 100 millones de personas. A lo largo de la evolución humana, las enfermedades, cataclismos y eras de hielo tuvieron a la especie humana al punto de la extinción.
Los humanos de hoy en día, con una candidez propia de una inocente paloma, pensamos que la ciencia y la tecnología serán los grandes enemigos de la muerte, y nuestros aliados contra la mayoría de los sufrimientos. No hay un solo indicio que apoye está ingenuidad, sino todo lo contrario: los avances científicos están por reventar a nuestro planeta.
¿Qué hacer pues, ante la amenaza constante de tantas dificultades a lo largo de nuestras vidas? ¡Aceptar de una vez por todas que vamos a morir para siempre! Si llegamos a aceptar este hecho, los sufrimientos presentes disminuirán en su intensidad, porque, ¿qué tal si una buena dosis de nuestros sufrimientos de todo tipo no son más que un recuerdo "inconsciente" de que vamos a morir?
En su nivel abajo del sufrimiento podríamos situar a nuestras dificultades, con la salvedad de que nos enfrentamos a dificultades tan grandes, que nos producen intensos sufrimientos.
La realidad es que ni de los sufrimientos ni de las dificultades podemos escapar. Podemos evitar muchos de estos dolores y problemas si observamos en nuestra conducta una vida prudente y si actuamos con sensatez.
Pero por más prudentes y sensatos que seamos, una gran cantidad de dificultades y de sufrimientos nosotros no la generamos. Las circunstancias se las arreglan, para que nos aplasten.
¿Qué podemos hacer, pues, cuando menos, ante las dificultades de nuestras particulares vidas? Primero: tratar de evitar las que estén en nuestras manos evitar. Segundo: todas las dificultades que nos lleguen, enfrentarlas; confrontar, siempre confrontar, y jamás hacer lo que hace el avestruz: meter la cabeza en un hoyo.
Critilo quiere contribuir con una idea que de mucho nos puede servir sobre esta "verdad" tan importante, en el sentido de que la vida suya, la de cada uno de nosotros, es difícil, y a veces, muy difícil. La idea es la siguiente: si llegamos a comprender y a aceptar en nuestro corazón, que su vida, la mía, la de cada uno de nosotros, es difícil y que siempre lo va a ser, pues somos seres humanos y no seres divinos, se dará en nosotros un proceso emocional muy interesante: al aceptar que nuestra vida no puede ser de otra manera, más que difícil, en muchos sentidos, dejará de serlo.
Esto no quiere decir que las dificultades serán menores o que, sugestionados, dejaremos de ver las dificultades, sino al aceptar que toda la vida estaremos presos entre las dificultades, nos sucederá lo que les sucedía a prisioneros que llevaban en un pie una cadena sujeta a una bola pesada de acero: llegaremos a aceptar con dulzura nuestras cadenas.