Desolación. El dolor se apoderó de Haití aunque no hay cifras oficiales se calcula más de 100 mil muertos.
Pequeños cuerpos de niños yacían apilados al lado de las ruinas de su escuela derrumbada. Sobrevivientes pululaban por las calles con sus rostros asombrados cubiertos de polvo blanco y heridas sangrantes. Doctores frenéticos vendaban cabezas y cosían heridas en el estacionamiento de un hotel.
El país más pobre del hemisferio occidental era ayer una imagen de devastación conmovedora, un día después de un terremoto de magnitud 7.
El temblor dejó edificios colapsados, desde hospitales, escuelas, iglesias y casas destartaladas hasta el reluciente palacio presidencial, y de los escombros se desprendía una nube de polvo blanco que envolvía la capital entera.
Las ambulancias serpenteaban entre las muchedumbres, evadiendo a timonazos los cuerpos abandonados en las calles y a hombres que cargaban improvisadas camillas con algún herido.
Los sobrevivientes deambulaban aturdidos, algunos gimiendo los nombres de algún ser querido, rezando o pidiendo ayuda. Otros, con heridas que rápidamente se infectaban, se sentaban a la orilla de los caminos y esperaban un doctor, sin la certeza de que alguno llegaría. Helicópteros de rescate zumbaban encima de cuerpos semidesnudos, que yacían sobre montañas de escombros y metales retorcidos.
"Miles de personas se volcaron a las calles llorando, cargando cuerpos ensangrentados, buscando a alguien que pudiera ayudarles", dijo el director divisional de los servicios de desastres del Ejército de Salvación en Haití, Bob Poff.
Varios miles de policías haitianos e internacionales salieron a las calles para limpiar los escombros, dirigir el tráfico y mantener la seguridad. Pero era poco lo que podían hacer frente a los saqueadores que merodeaban las tiendas y las muchedumbres de refugiados desesperados que cargaban con posesiones rescatadas.
Los haitianos que aún podían caminar salían por cientos de la capital, muchos con maletas y otras pertenencias sobre sus cabezas.