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Papá en rosa

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Miriam Barker

¿Los colores se han quedado atrapados en el ser masculino o femenino? La respuesta puede tener dos vertientes: la histórica y la de género. Si bien es cierto, a pesar de la libertad de expresión y los cambios generacionales hoy en día, podemos seguir viendo que antes del nacimiento cuando logramos descubrir el sexo de nuestro bebé, integramos a partir de pensamientos automáticos el rosa para la niña y el azul para el niño. Conforme van creciendo, la influencia de los medios de comunicación, los roles y costumbre aprendidas por nuestros padres esta directriz se fortalece. Sin embargo, ¿siempre ha sido así? ¿De dónde aprendimos esto?

La historia nos comparte que en la Inglaterra anglosajona de los siglos V y VI, los bebés varones eran más apreciados que las niñas; de acuerdo a la creencia general, los espíritus malignos visitarían la cuna y dañarían o se llevarían al bebé si éste era niño. El azul, se consideraba en aquella época un color poderoso porque proviene del cielo y ahuyentaría a estas fuerzas. Sin embargo, las niñas no contaban con un color digno de poseer los poderes protectores, esto se mantuvo hasta el siglo pasado, cuando el azul siempre había sido un color femenino mientras que el rojo era masculino. Prueba de ello es que la Virgen de Guadalupe siempre viste con un velo azul y Jesús crucificado se tapa con un velo rojo; el azul representa a Venus y la Luna (astros femeninos), mientras que el rojo a Marte (astro masculino).

Durante la primera Guerra Mundial se asoció el color azul al hombre, el motivo se debió a que los marines americanos iban con chaquetas azules (azul marino). Los carteles que ensalzaban el heroísmo de los marines poblaban todas las paredes. De esta manera en honor a ellos y como ejemplo a seguir a los héroes se puso de moda vestir a los niños de “marineritos”. Esta moda en pocos años los colores se intercambiaron y, por esto, hoy en día los niños visten de azul y las niñas de rosa.

Esta ola de costumbres nos ha llevado a una educación sexista, en la que por muchos años se ha catalogado de masculino el color azul y el rosa asociado a la feminidad y hasta cierto punto débil y cursi. Incluso desde antes del nacimiento, y durante los primeros años se ha observado que las niñas reciben más afecto por parte de sus padres, en comparación con los niños, ya que hasta nuestros días se continúa con dificultad de expresión de afectos ante los varones, basta darse cuenta que algunos padres aún utiliza las frases: “hágase hombre, no llore”, “el llorar es de niñas”, etcétera.

Esta educación limita la expresión de emociones, condiciona al hombre al buscar ser más fuerte y la mujer resignarse a ser vista como la más débil; por lo tanto obligar a los hombres y mujeres a una lucha interminable de poderes que no lleva a ninguno de los dos a desarrollar aspectos positivos y de crecimiento; por ello la importancia por parte de los padres de familia, para hacer conciencia de no educar en una cultura sexista, sino de igualdad y diversidad de género. Donde los hombres y mujeres no son ni mejores ni peores, sino que ambos son personas que requieren las mismas oportunidades de crecimiento y libertad. Enseñarles que su personalidad no estará determinada por el color que visten, ni por el tipo de actividad que desempeñan; es decir, educar en libertad e integridad. ¿Por qué entonces limitar nuestra feminidad o masculinidad en un solo color? Para nuestros padres, un buen regalo podría ser una camisa de vestir o una playera, ambas en tono rosa, o bien una bermuda en el mismo color.

Fuente: Dra. Eva A. de Mayoral

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