Seamos o no católicos, algo que los mexicanos hacemos comúnmente ante cualquier dificultad es pedirle ayuda a un santo. Seguramente más de una vez le han recomendado ‘al bueno’ para cierta necesidad; tal vez traiga consigo una estampa o un escapulario y sin duda ha sido testigo de peregrinaciones, ‘reliquias’ y fiestas populares en honor a alguno de ellos. ¿Se ha preguntado de dónde vienen los santos y cómo se arraigaron con tanta fuerza en nuestro país?
¿Se le perdieron las llaves del coche? Pídale ayuda a San Antonio. ¿No encuentra trabajo? Apóyese en San Judas Tadeo. ¿Está en medio de una fuerte tormenta y tiene miedo de los rayos? Encomiéndese a Santa Bárbara. Seguramente estas recomendaciones le suenan familiares, pues sin importar cuáles sean sus creencias religiosas, como mexicano tiene conocimiento de la existencia de los santos y de su apoyo como intermediarios en los momentos complicados.
Y es que más allá de que sus imágenes estén en los templos católicos, día a día encontramos que su presencia ocupa un fuerte lugar en nuestra cultura. Los ejemplos los vemos por donde quiera; una impresionante cantidad de personas y ciudades llevan el nombre de algún santo o santa, al igual que innumerables fraccionamientos, pequeñas propiedades (ranchos), colonias, centros culturales, etcétera.
Las hojas de calendarios y agendas están repletos de sus nombres y hasta a la hora de celebrar los cumpleaños los traemos a colación, cuando al cantar las tradicionales Mañanitas entonamos: “Hoy por ser día de tu santo...”.
Asimismo, si revisamos nuestro círculo cercano (familiares, amigos, compañeros de trabajo), observaremos que varios de ellos acostumbran traer consigo la medalla, pulsera o estampita de un santo; tal vez hasta tienen un pequeño altar en casa o le llevan flores o veladoras a la iglesia, y quizá han hecho un viaje con la única intención de visitar el sitio donde vivió alguno.
Ante el altar de un santo se congregan las más distintas clases sociales y cada año somos testigos de fiestas (ferias, kermeses, danzas, ‘reliquias’ y otras más), que se celebran con motivo del día de un santo en particular -quizá usted mismo, amable lector, acude puntualmente a alguno de esos festejos.
Sabemos también que todas esas prácticas son formas de pedir la ayuda de los santos ante una necesidad determinada, agradecer por un ‘favor recibido’ o simplemente agradar, mostrar devoción.
Pareciera entonces que los santos ocupan un lugar natural en nuestra cultura, pero ¿alguna vez se ha preguntado cómo nació la idea de ‘hacer’ santa a una persona? ¿Por qué surgió la tradición de pedir su protección, o por qué uno es ‘el bueno’ para cierta dificultad? O ¿cómo es que de ser personas ‘comunes y corrientes’ llegaron a los altares y hoy son conocidos y venerados en el mundo entero?
NACEN LOS SANTOS
En los inicios del cristianismo los santos se ‘hacían’ por aclamación popular; es decir, la gente daba ese título a aquellos individuos que consideraba extraordinarios por sus grandes dotes, su carisma y su manera de vivir en general, dedicada a la alabanza a Dios, a difundir sus enseñanzas y a servir a los demás en su nombre, así como a quienes literalmente daban su vida por él, aceptando el martirio por defender su fe. En ese contexto, entre los primeros santos de nuestros días (de la época después de Cristo) se encuentran los apóstoles de Jesús, las personas que tienen un papel crucial en el Nuevo Testamento (como San José, Santa Ana o San Joaquín), o San Esteban, el primer mártir del cristianismo.
Posteriormente, en el siglo V se determinó que únicamente los obispos tenían la autoridad para declarar la santidad, si bien seguía haciéndose de acuerdo a la aclamación del pueblo. Según los registros de la Iglesia, el primer santo canonizado por un papa (Juan XV) fue San Ulrich de Ausburgo -que había sido obispo de dicha localidad alemana- en el año 993. Pero fue hasta 1170 que el Papa Alejandro III decretó que únicamente los papas tendrían la autoridad para canonizar, con el fin de evitar que hubiera descontrol o incluso ‘falsificación’ de santos (enalteciendo a alguien que en realidad no había existido o cuya vida quizá no había sido un verdadero ejemplo de santidad).
Así, el primer proceso canónico (que aún sirve de base para el que existe en nuestros días) lo realizó el Papa Gregorio IX y fue el de San Francisco de Asís, en 1228, a dos años de la muerte del fraile italiano. “A partir de San Francisco de Asís comenzó a integrarse un expediente y un proceso formal sobre vida, virtudes y milagros, antes de la canonización; la Iglesia sigue desde entonces un procedimiento muy cuidadoso, para evitar la creación de mitos. Cuando se realizó el Concilio Vaticano II [1962-1965], el Papa Pablo VI hizo una revisión de todos los santos y algunos desaparecieron del santoral porque no había ningún dato real sobre ellos, por ejemplo San Cristóbal, de quien no se tiene una historia verificada”, expone el Presbítero y Doctor en Sagrada Teología Gerardo Sánchez, Juez Delegado para las Causas de los Santos de la Arquidiócesis de México.
Pero la devoción hacia los santos y la búsqueda de su intercesión ante Dios está arraigada con mayor antigüedad que cualquier método de canonización; se sabe que aun antes de celebrarse la Navidad, la gente ya acudía a los sitios de martirio y sepulcro de San Pedro y San Pablo. “La tumba de Pablo tenía un pequeño orificio y los visitantes metían su mano intentando tocar sus ropas, buscando una bendición a través de ese signo”, explica el Padre Sánchez.
Se estima que hasta la Edad Media (época en que la teología católica europea se fue apartando de sus raíces hebreas) se acentuó la costumbre de pedir la intercesión de los santos ante Dios, pues muchos se sentían impuros para dirigirse a Él y en cambio veían en ellos ‘caras amigas’ en los santos que podrían hablar a su favor, porque como humanos habían atravesado por situaciones similares.
Los ‘requisitos’
Hoy en día para iniciar un proceso de canonización deben haber transcurrido al menos cinco años luego de la muerte del presunto santo (puede haber excepciones, como en el caso del Papa Juan Pablo II, cuya causa comenzó a un mes de su fallecimiento). El proceso consiste en una exhaustiva investigación que inicia con la recopilación de documentos y testimonios que prueben que el sujeto propuesto fue martirizado por su fe o bien poseía virtudes heroicas (fe, esperanza y caridad, o bien prudencia, justicia, templanza y fortaleza, llevadas a niveles extraordinarios); en ambos casos, es necesario además comprobar que el candidato (llamado Siervo de Dios) logró interceder ante Dios para que Él concediera un milagro, lo cual se analiza mediante estrictos peritajes médicos y científicos. Conforme el proceso avanza, la persona adquiere sucesivamente los grados de Venerable (cuando el Papa reconoce las virtudes heroicas), Beato (al probarse un milagro) y Santo (demostrando un segundo milagro, permitiendo su veneración universal).
Adoptando nuevos ‘abogados’
La llegada de los españoles a México significó el arribo del catolicismo. Se sabe que nuestros ancestros tenían un gran fervor hacia sus propias deidades, y que los frailes las tomaron como base, de acuerdo a las características que cada una poseía, para facilitar la implementación de la nueva fe. Así, Quetzalcoatl fue ‘remplazado’ con Jesucristo y Tonantzin con la Virgen. Con los santos también se dio esta situación.
“Por ejemplo tenemos a Tezcatlipoca, que según los aztecas no había tenido contacto sexual. Los religiosos españoles lo identificaron con San Juan Evangelista, lo hicieron su ‘equivalente’; entonces se hacían fiestas en honor de San Juan cuando en realidad eran para Tezcatlipoca; incluso ídolos de éste eran revestidos con pasta de caña para presentar la imagen del santo”, manifiesta el Doctor en Historia Sergio Corona.
Con el paso de los años, las deidades indígenas quedaron en el olvido, mientras que la religión católica se asentó profundamente en la devoción de nuestro país. Cabe mencionar que la influencia de los frailes españoles fue decisiva para que nuestros predecesores eligieran a ‘sus’ santos. Entre los primeros en ser objeto de veneración en México estuvieron Santiago Apóstol (conocido también como Santiago Matamoros), que era el patrón de España, San Francisco de Asís, fundador de los Franciscanos, Santo Domingo, patrón de los Dominicos, y San Ignacio de Loyola, fundador de los Jesuitas.
Conforme se fue expandiendo la evangelización, los religiosos difundieron la existencia de otros santos de acuerdo a las atribuciones de éstos y a las carencias que veían en la población. “Si sufrían dolor de muelas les hablaban de Santa Apolonia, a quien en su martirio le quitaron todos los dientes; si padecían de la vista se les recomendaba a Santa Lucía, a la cual le sacaron los ojos. Hay que recordar que había muy pocos médicos, así que la gente se apoyaba en el santo según su necesidad”, comenta el Presbítero Sánchez.
Así, para los mexicanos, los santos se convirtieron en los ‘abogados’ por excelencia ante las dificultades que cada época iba presentando. De hecho se estima que alrededor de 1800 la religiosidad era más fuerte en el norte del país, porque en ese tiempo “era un territorio muy hostil, el peligro de muerte era continuo y no sólo por la posibilidad de un final espantoso en manos de los indios, sino por la clase de alimañas que había en el área, además del clima extremo. Los pobladores adquirían cierta paz mental si sentían que tenían una relación con los santos”, relata el Doctor Corona.
CREENCIAS ‘A LA MEXICANA’
De acuerdo a la Iglesia los santos no hacen milagros, sólo son intercesores de los hombres ante Dios (interceder es hablar en favor de alguien para conseguirle un bien o librarlo de un mal).
Actualmente la veneración hacia ellos sigue vigente en todos los países católicos, aunque en los latinoamericanos es más marcado.
En el caso concreto de los mexicanos, se debe a que “encontramos en ellos un refugio a las cuestiones que el sistema social, el político y el mismo sistema religioso no atienden; hay una gran cantidad de carencias que solamente se satisfacen a través del pensamiento mágico, que se proyecta hacia una figura en particular.
Y como el pensamiento mágico no conoce de tiempo ni de lógica, si la gente hace reiteradamente su petición y la ve resuelta al cabo de meses o años, suele pensar que el santo le hizo el milagro”, analiza el Psicólogo Roberto López Franco.
Así, diariamente encontramos que incontables compatriotas se apoyan en los santos para enfrentar problemas económicos o de salud. Por ejemplo a raíz de los altos índices de desempleo es muy común escuchar que muchos le piden a cierto santo que les consiga ocupación.
Hay quienes ven esto como muestra de un carácter cómodo e irresponsable, si bien hay quienes tienen otra percepción. Al respecto, la Antropóloga Leonor Domínguez comenta: “Afirmar que la cultura mexicana es por naturaleza inclinada al mínimo esfuerzo es un cliché. Si los individuos se encomiendan a un santo y aparentemente no buscan trabajo es porque no tienen ni la instrucción suficiente ni los contactos para encontrar uno, así que antes de sucumbir a la desesperanza absoluta recurren a toda su fe y fervor para implorar un milagro”.
En opinión de algunos expertos, la vigencia del apego ‘azteca’ hacia los santos se debe a que ésta se hereda de una generación a otra como una tradición; por eso un sinfín de no católicos -o bien que lo son por bautizo pero no profesan-, acostumbra encomendarse a alguno de ellos como algo ‘automático’.
En el mismo contexto, las redes sociales juegan asimismo un papel importante, pues abundan los sujetos que participan en las celebraciones a un santo sólo porque son parte de las actividades de su círculo familiar, de amistades o laboral.
No obstante, “la cultura del mexicano pareciera estar marcada por la necesidad de contacto con una divinidad. En ocasiones es cuestión de rutina, de comportamiento social aprendido, pero hay un porcentaje de profesión de fe muy alto, fácilmente un 85 por ciento de nuestra población”, agrega López Franco.
Tradiciones con ‘marca registrada’
En nuestro país existen diferentes prácticas que se acostumbran dentro de la veneración a los santos.
Algunas de ellas nos llegaron junto con el catolicismo, por ejemplo las peregrinaciones, los exvotos (retablos y ‘milagritos’) y las mandas (llamadas también votos o promesas). Pero otras como las danzas son propias de nuestra nación.
“En Europa la danza no fue una de las artes vinculadas al pensamiento sacro; en América la danza existía desde el periodo precolombino y hay que recordar que el tercer gran componente racial para el continente lo aportaron los africanos, por la gran cantidad de esclavos que vinieron y que también tenían a la danza como parte de sus rituales religiosos. Se dio entonces una gran fusión entre el México indígena, el africano y la expresión europea, así subsistió la danza hasta nuestros días”, resume la Antropóloga Domínguez. “En el caso de los matachines el origen es totalmente tlaxcalteca, incluso los colores que todavía utilizan en sus ropajes, rojo y blanco, son los colores heráldicos de ese grupo”, complementa Sergio Corona.
En La Laguna existe una tradición muy peculiar: las denominadas ‘reliquias’. Mientras en el catolicismo en general la palabra reliquia se utiliza para referirse tanto a los restos mortales (el cuerpo) como a las pertenencias en vida de quienes hoy son santos, en esta región se emplea para referirse a una comida especial (consistente en siete sopas y un guiso de carne de puerco con salsa roja) que se prepara el día de algunos santos (y advocaciones de la Virgen), y que se regala a todos los que acuden a rezar ante un improvisado altar. Al contrario a lo que la mayoría de los laguneros pudiera pensar, esta muestra de devoción sólo se practica en Torreón, Matamoros, Viesca y algunas ciudades de Zacatecas.
“La reliquia que aquí conocemos surgió en Zacatecas, la gran afluencia de zacatecanos que vino a trabajar a La Laguna trajo esa costumbre, que es por demás interesante, ya que no sólo apunta al santo sino que es filantrópica”, expresa el Doctor Corona.
ELIGIENDO ‘AL BUENO’
¿Cuál es ‘su’ santo? Seguramente ha escuchado por ahí que todos tenemos el ‘nuestro’, ya sea porque nos corresponde de acuerdo a lo que marcó el calendario cuando nacimos, por la profesión u oficio que escogimos, o por el santo al que siempre recurrimos.
Por ejemplo, San Sebastián es el patrón de los atletas, Santa Cecilia de los músicos, San Cosme y San Damián de los médicos, San José de los carpinteros, San Francisco de Asis de los ecologistas... Todos esos patronatos se atribuyeron a cada santo de acuerdo a características de su vida o muerte.
De ahí surgió igualmente la usanza de decir que cierto santo es ‘el bueno’ ante determinada necesidad (como mencionamos hablando de Santa Lucía y Santa Apolonia); en algunos casos la misma Iglesia nombró a ciertos santos como intercesores ante Dios para una causa en especial, mientras que en otros los creyentes los ‘asignaron’ según los favores que recibían, lo fueron difundiendo y en nuestros días es aceptada por los católicos en general.
Así, tenemos que algunos santos tienen una, dos o más ‘especialidades’; independientemente de sus ‘áreas oficiales’, la gente suele encomendarse a la protección de ciertos santos en particular, aun para salir de sus hogares. Algunos de los más buscados por las oraciones de los mexicanos son:
-San Judas Tadeo. Para las causas desesperadas o imposibles y para encontrar trabajo.
-San Antonio de Padua. Para las cosas perdidas y para encontrar pareja.
-San Martín de Porres. Protector de los enfermos y los pobres.
-San Martín Caballero. Patrón de los comercios.
-Santa Ana. Patrona de las embarazadas y de las madres.
-Santa Mónica. Protectora de las amas de casa, de las madres con hijos rebeldes o matrimonios con problemas.
-San José. Protector de los moribundos (para una muerte serena).
¿Están ‘de moda’?
Llama la atención que tratándose de los santos hay una suerte de ‘moda’ -como ocurre en otras cuestiones- gracias a la cual algunos de ellos cobran auge durante meses o años, para luego ceder su lugar a otros; hoy en día, entre los mexicanos cobra popularidad la inclinación por San Chárbel, y abundan quienes usan la medalla de San Benito Abad.
Y no es que la Iglesia promueva a los santos, ni que unos sean ‘mejores’ que otros; la tendencia obedece simplemente a que uno o más sujetos que tienen fe en su intercesión se encargan de difundirla, a buscar más sus estampas, generando así un interés en sus conocidos, que a su vez lo recomiendan a más practicantes.
En el mismo contexto, habría que señalar que desde hace ya años San Judas Tadeo (que fuera uno de los 12 apóstoles) parece estar a la cabeza de las devociones, y lejos de pasar de moda la fe en él sigue transmitiéndose de generación en generación.
DE FANATISMO Y ESOTERISMO
Para algunos el término ‘fanatismo’ aplica sólo para aquellos que adoptan actitudes fundamentalistas; en otras palabras, cuando se llega a conductas exageradas como la inmolación en nombre de la fe y en ese sentido nuestro país -y el catolicismo en general- se considera exento de fanáticos.
No obstante, se puede hablar de fanatismo “cuando los individuos incorporan a todas las acciones de su vida la figura de estos personajes, al punto en que sus decisiones y acciones ya no tienen base en la razón y caen en posturas como decir ‘esto te pasó porque no invocaste al santo’; ahí estaríamos hablando de comportamientos irracionales”, opina el Psicólogo López Franco.
Sin embargo, las costumbres de no salir de casa sin antes ponerse la medalla de un santo, no encender el coche sin besar una estampa, o tatuarse el rostro o el nombre de un santo no son muestras de fanatismo, sino de simbolismo, ya que los creyentes buscan un reflejo físico de su fe, algo tangible que les aporte seguridad.
En cuanto a las mandas que implican un gran dolor, como peregrinar de rodillas o descalzo, hasta sangrar -entre otras-, son meras expresiones de religiosidad popular.
“La gente tiene en su interior el instinto de externar su amor a Dios y busca la manera de manifestarlo de acuerdo a su mentalidad. Estas muestras van cambiando con cada época, si bien hay actos extremos que algunas personas siguen haciendo aunque les digamos que no son necesarios”, declara el Presbítero Sánchez.
Hay igualmente otras acciones que se dan con frecuencia en el mundo de los santos. Es común por ejemplo aconsejar a las mujeres solteras que buscan novio, que pongan de cabeza las imágenes de San Antonio de Padua, a fin de ‘castigarlo’ o presionarlo para que les ayude a conseguirlo.
Esta práctica puede verse como una falta de educación religiosa, fomentada además por la coincidencia, ya que si alguien lo hace y encuentra un ‘buen partido’ dará testimonio de la ‘eficacia’ del método, contribuyendo a que se expanda la costumbre.
Pero según Roberto López Franco este simple acto puede ser indicio de algo más delicado: “No es bonito poner a nadie de cabeza, aún cuando sea una efigie implica la proyección de que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, a romper todas las convenciones con tal de obtener lo que quiero”, advierte.
Por otro lado, existen prácticas esotéricas que involucran el empleo de imágenes y estampas de santos, pero no se relacionan con el catolicismo. Aquél que cree en los santos y en su posible intercesión sigue ciertos rituales (rezar oraciones o novenas, encender veladoras, etcétera), pero no siente el deseo de hacerse ‘limpias’, comprar velas de determinado color, repetir plegarias que más bien parecen invocaciones mágicas, etcétera.
Quienes así lo hacen no es porque sean devotos de un santo, más bien son partidarios del new age. “En el movimiento de la nueva era las figuras de los santos son como mágicas, con poderes; por eso se ven tanto en sitios donde leen la mano, el café y todos esos sortilegios, pero evidentemente es en un contexto más mágico que religioso. La veneración a los santos no tiene nada que ver con la magia”, subraya Leonor Domínguez.
EL ‘ARTE’ DE INVENTAR SANTOS
Existe una importante cantidad de santos reconocidos; la segunda edición del Martirologio romano (2004), que es una especie de ‘catálogo’ de santos y beatos, recoge 6,538 nombres.
A pesar de ello, un sinfín de individuos parecieran no encontrar en ellos la respuesta a sus dificultades, dando lugar a un fenómeno que si bien no es exclusivo de nuestro país, sí tiene un alto margen de participación: una especie de ‘invención’ de santos, es decir atribuirle cualidades de santidad a quien no podría siquiera aspirar a dicha categoría.
En México hemos visto desde hace varios años que personajes como Jesús Malverde, la ‘santa’ Muerte y hasta Francisco Villa -todavía en menor escala- son objeto de veneración, y que sus imágenes, estampas y novenas se mezclan con las de los auténticos santos en incontables puestos dedicados a la venta de artículos religiosos.
En opinión de los expertos, el fenómeno está cobrando mayor auge en nuestro país debido a una combinación de factores: la ignorancia (muchos seguidores las confunden con santos verdaderos), el ánimo de lucro de algunos comerciantes (que las ofrecen con tal de vender más, confundiendo a los compradores), la conveniencia para los ‘feligreses’ (al tener un ‘santo a la medida’), y la sensación de desprotección de los grupos marginales: “El hombre precisa creer que un poder superior lo protege, es una necesidad universal, lo que busca es paz. Cuando no hay un santo concreto para las funciones que realiza, es capaz de inventarlo”, aporta el Doctor Corona.
Así, quienes se integran a dichos cultos usualmente se sienten rechazados por las religiones instituidas; y es que la Iglesia católica (y el común de los credos no sectarios) no aprueba un estilo de vida basado en actividades delictivas.
Por ello los individuos que se dedican al crimen no buscan el apoyo de un santo ante el cual se sentirían indignos, sino que buscan un ‘ser poderoso’ que se adapte a sus costumbres.
“La gente adopta una leyenda, la convierte en caudillo y luego en ‘santidad’; le da una representación física y territorialidad, es decir le construye un templo y así otros se van sumando. A Malverde lo buscan los que violan constantemente la ley, a Villa los que quieren un ejemplo de valor. El caso de la ‘santa’ Muerte es de cuidado, porque en él se refugian los que están desilusionados tanto del sistema religioso como del social, lo cual los vuelve muy vulnerables para actos de violencia”, analiza Roberto López Franco.
Hay que recordar que para que la Iglesia considere canonizar a una persona, ésta debe haber tenido una vida ejemplar, extraordinaria en sus virtudes y su fe.
En ese sentido, sería incongruente aceptar como candidato a un presunto delincuente como Jesús Malverde (del cual ni siquiera se tiene una historia fidedigna, lo que se ‘sabe’ de él no deja de tener carácter de mito).
Y aunque recientemente hay quienes se acercan a Malverde para pedir su auxilio ante cualquier tipo de carencias, sus principales adeptos siguen siendo aquellos que buscan su protección para cometer delitos, lo cual tampoco es una actitud cristiana -porque al romper la ley siempre se perjudica a terceros.
Por su parte la muerte (cuyo culto data de los tiempos prehispánicos y se acentuó a partir de los sesenta) tampoco puede aspirar a la categoría de santidad, ya que es una fase de la vida, no es ni fue un ser humano.
Pese a que la Iglesia católica ha expresado estas y otras razones en diversas ocasiones, el número de seguidores de los falsos santos sigue en aumento. “Si una de estas figuras les resulta es atractiva, si llena ciertas áreas de su personalidad y se identifican con ella, se vuelcan en una pasión mal encauzada.
Ahí notamos un vacío religioso y afectivo muy fuerte.
Los sacerdotes debemos transmitirles el verdadero mensaje para que descubran el sentido profundo de lo que son los santos”, apunta el Padre Gerardo.
CREAMOS O NO, ES NUESTRA CULTURA
La cultura de un país la conforman una serie de elementos, entre los cuales desde luego está la religión, con todas sus expresiones. En México el porcentaje de católicos rebasa significativamente a los otros credos, por ello es normal que sus tradiciones sean de conocimiento popular, y que no pase un solo día sin que nos encontremos con uno de sus símbolos en nuestro camino, santos incluidos.
“Venerar a los santos no es exclusivo del pueblo mexicano, pero sí es distintiva la manera en que éste expresa su devoción”, sintetiza la Antropóloga Domínguez. Y como ya vimos, esas mismas muestras de fe pueden variar de acuerdo a la zona del país en donde estemos.
Así como en Zacatecas y La Laguna tenemos las ‘reliquias’, hacia el centro es más marcada la colocación de pequeños altares dentro de las viviendas, mientras que en el sur (en poblados de Chiapas y Oaxaca) existen las ‘mayordomías’, magnas fiestas en honor a un santo patrón o virgen, que duran varios días y cuya preparación implica alrededor de un año de trabajo.
Y aunque no falta quién opine que las muestras de veneración y confianza en estas figuras es un rasgo propio de los países poco desarrollados, “en términos psicológicos y sociales es saludable ‘contar’ con los santos, porque la conciencia también está vinculada con lo religioso; además en situaciones de carencia y pobreza como las que aquí se viven, esa relación es el único consuelo de gran parte de la población”, asevera el Psicólogo López Franco.
En cualquier caso, ya sea que nuestras creencias nos motiven a participar en la veneración a los santos, o que simplemente nos encontremos con sus imágenes mientras realizamos nuestras tareas cotidianas, no podemos negar que las peculiares muestras de devoción que se les dan en México aportan mucho colorido al folclor nacional; son, indiscutiblemente, un ingrediente básico de nuestra identidad.
Fuentes: Presbítero y Doctor en Sagrada Teología Gerardo Sánchez, Juez Delegado para las Causas de los Santos de la Arquidiócesis de México y titular de la Parroquia de Santa Apolonia de la Ciudad de México; Doctor en Historia Sergio Corona, Director del Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad Iberoamericana Plantel Laguna; Antropóloga Leonor Domíguez, catedrática e investigadora de la Universidad Iberoamericana Laguna; Psicólogo y Maestro en Comunicación Roberto López Franco, Catedrático de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Autónoma de Coahuila; A Dictionary of Christian Antiquities Vol. I, Smith, William, Cheetham, Samuel (Editorial John Murray, 1876).
SANTOS MEXICANOS
¿Sabía que en más de 500 años sólo tuvimos un santo mexicano? Sin embargo, entre 2000 y 2006 la cifra aumentó a 30. Actualmente, en las diferentes diócesis de nuestro país hay al menos 100 causas, con su proceso en distintas etapas. A continuación le presentamos la lista de los santos mexicanos, invitándolo que investigue un poco más acerca de ellos.
Canonizado por el Papa Urbano VIII en 1627:
San Felipe de Jesús
Canonizados por el Papa Juan Pablo II en 2000:
San David Galván Bermúdez
San José María Robles Hurtado
San David Roldán Lara
San Salvador Lara Puente
San Manuel Morales
San Luis Batís Sainz
San Jenaro Sánchez Delgadillo
San Mateo Correa Magallanes
San Julio Álvarez Mendoza
San David Uribe Velasco
San Sabás Reyes Salazar
San Román Adame Rosales
San Cristóbal Magallanes Jara
San Agustín Caloca Cortés
San José Isabel Flores Varela
San Miguel de la Mora de la Mora
San Justino Orona Madrigal
San Rodrigo Aguilar Alemán
San Margarito Flores García
San Pedro Esqueda Ramírez
San Jesús Méndez Montoya
San Atilano Cruz Alvarado
San Toribio Romo González
San Tranquilino Ubiarco Robles
San Pedro de Jesús Maldonado
San José María de Yermo y Parres
Santa María Natividad Venegas de la Torre
Canonizado por el Papa Juan Pablo II en 2002:
San Juan Diego Cuauhtlatoatzin
Canonizado por el Papa Benedicto XIV en 2006:
San Rafael Guízar y Valencia