Cuando me presentó por primera vez la familia de mi hermana a la graciosa perrita de dos meses de edad que recién habían adquirido, aún no le encontraban nombre, se trataba de una cachorrita de la raza Boxer de color café con sus cuatro patas blancas simulando traer calcetones, al igual que su pecho del mismo color de sus patas. Había sido un regalo para mi sobrina para un cumpleaños. Aún yo no me dedicaba a las pequeñas especies y trabajaba como veterinario rural en el municipio de Mapimí atendiendo toda clase de especies, principalmente bovinos y caprinos, como era el único veterinario en la familia me empecé hacer cargo de ella desde sus primeras vacunas hasta su corte de orejas y rabo, así que me encariñé con "Sofy" como finalmente le llamaron. Para entonces sólo tenía a mis primeras dos hijas, Carolina y Alejandra, aún Paco y Sofía no nacían y no contábamos con mascota en la casa, espero que cuando mi hija Sofía lea el presente artículo no se moleste por el nombre de aquella hermosa mascota que fue de la familia de mi hermana, de mis padres y la mía.
La casa de mis padres contaba con un gran jardín y como era el punto de reunión de mis hermanos y los visitábamos a diario, decidieron dejar a "Sofy" para disfrutar del jardín y sobre todo del cariño de mi madre que era adorable con las mascotas. Realmente ése había sido el motivo, nos habíamos encariñado todos con la perrita Boxer, a tal grado que mi hermana no tuvo corazón para llevarla a su casa y ése fue el pretexto de que permaneciera en la casa de los abuelos.
Con el tiempo "Sofy" se transformó en un majestuoso espécimen de la raza Boxer, su figura era esbelta pero de bien torneados músculos, por su voluminosa cabeza y tórax, su trufa ancha y hocico chato se le ha denominado "un perro de bellísima fealdad". Contaba con un carácter de lo más agradable y juguetón, bonachón y leal con los niños, obediente y tolerante con sus dueños, además de ser un excelente guardián al desconfiar de todo extraño.
Pasados los seis meses de edad empezó a estar triste, dejó de comer y esa gran energía que derrochaba a diario se vino abajo, inmediatamente le apliqué medicamentos, pero todo fue inútil, hasta que un día al observarla me di cuenta de unos ligeros espasmos o "tics" sobre la cabeza y me di cuenta de la gravedad de la enfermedad, sabía que sería un largo sufrimiento y sobre todo la tristeza que iba ocasionar a la familia cuando les dijera la enfermedad que se trataba.
Mis colegas de pequeñas especies de seguro ya diagnosticaron la enfermedad y acertaron, se trataba del mortal "distemper" o como lo conocemos en México, el famoso "moquillo".
Se trata de una enfermedad muy común en los perros que es originada por un virus y es contraída principalmente por perros sin vacunar y aún vacunados como fue el caso excepcional de "Sofy". Son variados los signos cuando este mal empieza, desde problemas digestivos, respiratorios y termina con trastornos nerviosos.
Realmente sufren mucho las mascotas y en la mayoría de los casos terminamos durmiendo al paciente, debido a que el virus ataca el sistema nervioso y destruye la mielina de los nervios, ocasionando las impresionantes convulsiones y ya nada podemos hacer para que nuestro paciente se recupere, por lo regular más del noventa por ciento de los pacientes muere y en caso de que haya recuperación, éstos quedan con secuelas nerviosas.
Efectivamente la noticia fue trágica para la familia por el cariño que le teníamos a la simpática perrita, pasaron semanas de aplicar medicamento y realmente no veía mejoría, había ocasiones en que la veía tanto sufrir que estuve a punto de dormirle, pero era su nobleza tan grande que jamás mostró un ápice de agresividad cuando ponía a diario esas dolorosas inyecciones o ese suero intravenoso que solamente me veía con sus ojos tristes y con un ligero movimiento de su muñón de cola, aprobaba una vez más el tratamiento que le administraba.
Pasaron las semanas y empezó su recuperación, aunque no fue total pero estábamos muy contentos de verle una vez más con nosotros. Su estado de salud no fue el mismo, quedó la secuela de un espasmo nervioso muy notorio en una de sus patas delanteras, y estoy seguro que la enfermedad le envejeció por lo menos cinco años a nuestra adorada "Sofy". Así también se fue su juventud y esa alegría de cachorro que sólo los perros con un gran ángel llegan a tener.
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