La nación impaciente no está satisfecha con las respuestas que recibe sobre el desastroso derrame petrolero en el Golfo de México.
¿Qué fue exactamente lo que falló? ¿De quién fue la culpa? ¿Cuánto petróleo está contaminando las aguas del golfo? ¿Podría el crudo llegar hasta la Florida e incluso la costa atlántica? ¿Cuáles serán las consecuencias ambientales y económicas? ¿Acaso las sustancias químicas empleadas para dispersar el petróleo dejarán su propio legado destructivo?
A medida que la mancha petrolera se expande, los residentes de las costas del golfo, Washington y el resto del país exigen respuestas inmediatas. Pero todos estos interrogantes no tienen respuesta fácil.
Durante tres semanas, más de una decena de audiencias en el Congreso y horas de declaraciones de testigos no aclararon la causa ni los efectos totales del hecho, que se desencadenó cuando estalló una plataforma submarina que mató a 11 trabajadores y provocó la filtración del petróleo en el lecho del golfo. Pero este tipo de audiencias, especialmente en un año electoral, suelen ser diseñadas más bien para dar a los legisladores un foro para fustigar un blanco políticamente seguro que para llegar a la verdad.
Algunos indicios vitales, como la enorme plataforma submarina y un mecanismo de seguridad que se suponía debía evitar cualquier explosión, yacen a más de kilómetro y medio de profundidad, en un lugar sólo accesible mediante submarinos a control remoto. Algunos de los trabajadores que manejaban la plataforma en el momento de crisis, incluso dos responsables de contener la salida del petróleo, están muertos.
El panorama turbio no se limita al lecho del mar. El Gobierno admitió que los reguladores federales estaban demasiado conectados con la industria petrolera y, por lo tanto, probablemente fueron demasiado flexibles para hacer aplicar las reglas de seguridad. ¿Pero acaso el amiguismo contribuyó de alguna manera al desastre?