Plácido (1961, Luis García Berlanga). Sátira feroz en la que no hay héroes y sí muchas pequeñas villanías.
Conocido por cintas como Bienvenido mister Marshall (1952) o El verdugo (1963), Luis García Berlanga estrenó en 1961 Plácido, sátira feroz en la que no hay héroes y sí muchas pequeñas villanías. Película que se acomoda bien a las fiestas decembrinas, aunque no de la manera amable y conciliadora que otras acostumbran.
San Pablo hace una muy bella definición de la caridad. Nos dice que ésta se distingue por ser paciente y servicial. No es envidiosa ni presumida. Aguanta y espera sin límites. Y por si fuera poco, no acabará jamás. Algunas traducciones sustituyen ‘caridad’ por ‘amor’. Esta palabra evoca el sentimiento que une a hombres y mujeres, a padres e hijos, a simples mortales con seres supremos; mientras que el término caridad a los oídos más frívolos les sonará como el tintineo de moneditas en el bote de un mendigo. De esta diferencia justamente, se trata Plácido.
CENE CON UN POBRE, DESAYUNE COMO SIEMPRE
La historia transcurre durante la tarde previa y la Nochebuena. Inicia con los caóticos preparativos de un desfile, en una ciudad española. Plácido es un hombre joven de oficio indeterminado que recién se ha embarcado en la compra de un motocarro. Durante las pocas horas que abarca la acción de la película, será su obsesión pagar la primera letra de su crédito, que vence justo en la víspera del 25.
En lo que parece un golpe de suerte le han contratado para montar en su vehículo una alegoría relativa al motivo del desfile: la promoción del evento Cene con un pobre. En honor al significado de la fecha, pero sobre todo con fines publicitarios y de prestigio personal, en algunas prósperas casas del pueblo la cena será compartida entre los pudientes y un desposeído. Plácido, que claramente se encuentra en el segundo grupo, ve con desesperación que la hora de su vencimiento se acerca y se dedicará durante toda la cinta, machaconamente, a conseguir el pago adelantado de sus servicios.
Hay una multitud de personajes involucrados, con muy diversos intereses y afectados por diversos grados de urgencia. De entrada distinguimos a los patrocinadores del evento: las ollas Cocinex. Hay un hombre que evidentemente carga con la responsabilidad de la organización y es quien arrea a los que forman la comitiva. Hay friolentos ancianos de asilo, indigentes callejeros hambreados, pueblerinos curiosos, algunas damas de sociedad y una pequeña troupe de artistas cinematográficos de segunda categoría. El organizador, montado en el motocarro de Plácido con un altavoz, busca transmitir el espíritu de la época con eslóganes y frases huecas, mientras salen al paso pelotones de monjas y gendarmes como recordatorio de que nos encontramos en plena dictadura de Franco.
Plácido funciona como un abigarrado tríptico de El Bosco. El desfile es su primer panel. Le sigue la subasta, en la que los ricos pujan desganadamente por la compañía de los artistas de cine y los pobres, con fines caritativos. El tercer cuadro lo conforman las diferentes cenas. Entre los paneles deambula Plácido, empecinado en conseguir su pago.
Dada la sobrepoblación de personajes, no es posible el desarrollo dramático tradicional de los protagonistas. La trama no hace más que reafirmar la primera impresión que tuvimos de cada uno de ellos. Lo que el filme logra de manera extraordinaria es tomar una foto instantánea sumamente detallada y graciosa del momento histórico; de los valores de la España franquista de mediados del siglo XX.
CAPOTAZOS A LA CENSURA
Berlanga se impuso retos importantes en la realización de Plácido. Dado que el estilo de la película es coral, hay montones de extras con parlamentos, así sea de una sola línea. La gran dificultad de este tipo de proyectos se presenta a nivel de argumento, donde a falta de una trama compleja que mantenga el interés, los diálogos deben ser chispeantes y naturales. Apoyado por su guionista, el talentoso y prolífico Rafael Azcona, Berlanga cumplió sobradamente ese primer punto. Luego viene un aspecto técnico que será apreciado por los puristas y entusiastas de la puesta en escena, aunque pasará desapercibido para la mayoría: la gran cantidad de magníficos planos secuencia con que el director resolvió la narrativa. Un deleite aparte.
Pero el mayor desafío del cineasta fue evadir la censura. El régimen de Franco fue notable, como todas las dictaduras, por ir más allá de lo que los ciudadanos requerían de su gobierno, que era administrar la hacienda pública y evitar los abusos de los más fuertes. Por un lado el franquismo pretendía regular el pensamiento y las costumbres, alineándolos con su idea de lo moralmente permisible. Por el otro perseguía con letal enjundia a opositores y disidentes. Lo permisible coincidía con los más rancios preceptos de la Iglesia católica. Lo punible, con los ideales de las izquierdas derrotadas en la Guerra Civil.
Berlanga navegó estas aguas con talento. Hijo de un republicano encarcelado, se alistó en la División Azul (un batallón fascista español que peleó junto a los nazis contra los rusos), para recortar la pena de su padre. En sus obras denunció de manera apenas disfrazada las muchas incoherencias del comportamiento católico mojigato. Fueron más las veces que consiguió deslizar una crítica mordaz, que las ocasiones en que la tijera oficialista limitó su discurso. Y de entre las numerosas manifestaciones de esta habilidad suya, Plácido destaca como un logro superior.
SI NO TENGO CARIDAD, NORMAL SOY
El mismo año que Plácido se exhibió con éxito en España, Viridiana (1961), de Luis Buñuel, fue prohibida. Plácido fue nominada al Óscar como mejor película extranjera y Viridiana ganó la Palma de Oro en Cannes. Ambas denuncian el mal uso de la caridad y cuestionan la propia existencia de la misma. Pero las semejanzas terminan cuando a usted se le antoje ver la cinta. Mientras la exhibición de Viridiana es recurrente en cineclubes y se le puede comprar fácilmente en México, en tres ediciones distintas, a Plácido sólo se le encuentra en una tienda online norteamericana (llamada como un caudaloso río sudamericano) y en los éticamente cuestionables canales del peer to peer.
Pese a ser una experiencia divertida, la moraleja de Plácido es demoledora: la caridad que se ostenta como tal es defectuosa en el mejor de los casos, perversa en la mayoría de las ocasiones. Las fechas programadas para tocarse el corazón y compartir con los menos afortunados, son meras invitaciones a la hipocresía y el fingimiento. Bronce que resuena o platillos que aturden, diría San Pablo. Ollas de Cocinex, diría Berlanga.
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