Pobreza alimentaria afecta a 20 millones

Le pesan las piernas. El pavimento de pronto le parece un montón de arena por el trabajo que le cuesta dar un paso y lo inestable que le resulta caminar. Los latidos de su corazón le irradian a la cabeza. Ve luces al abrir y cerrar los ojos. Casi pierde el rumbo. Escucha voces y ruido, pero ya no distingue de dónde provienen. Necesita sentarse. Se acurruca en una banca, bajo la sombra. Le cuesta trabajo respirar.

Isael Pérez siente que en cualquier momento se puede desmayar. Prefiere levantarse e ir a una tienda. La más cercana. Revisa su bolsillo y saca unas monedas que cuenta con detenimiento. Abre el refrigerador y saca un refresco de cola. Junta los cinco pesos y los da a la cajera como si se tratara de monedas de oro. Paga. Apenas sale del local, toma un sorbo grande de refresco. Respira. Toma asiento nuevamente para recuperarse. A media botella "ya deja uno de sentirse de la patada", dice con alivio.

Isael lleva ya dos días sin comer. Tiene 58 años, es trabajador eventual y ofrece servicios de limpieza en casas y en negocios, pero los 58 pesos que a veces le pagan en un día prefiere llevarlos íntegros a su casa. Por eso no come. "Mejor que sirvan de algo, aunque sea pa' que coman mis hijos".

Él vive por la zona de Tacamac, en el Estado de México, y al Distrito Federal llega y se va de aventón. Ronda siempre por la avenida Reforma, una de las zonas donde se concentra la principal actividad financiera y turística de la urbe. Cuando tiene ánimos y energía para caminar, Isael mira a través de los grandes ventanales las comilonas de los restaurantes de lujo y los fast food.

"A veces la gente come como si fuera una fiesta", reflexiona. Y es que él sólo festeja cuando llega la carne a su mesa, cosa que ocurre cada mes o dos.

Su dieta, casi diaria, consiste en café, frijoles, tortilla y sopa de pasta. Y claro, el refresco. "Es que sólo vale cinco pesos, es más barato que la leche y el agua".

 LA CANASTA BÁSICA

A Isael no le gusta que lo incluyan en una estadística oficial. Pero no cabe duda de que forma parte de los 20 millones de mexicanos que viven en pobreza alimentaria porque sus ingresos les impiden cubrir sus requerimientos nutricionales. Lo que gana lo coloca en esta situación. Pero también el aumento en los precios de la canasta básica.

Académicos del Centro de Análisis Multidisciplinario de la Facultad de Economía de la UNAM aseguran que se incrementó en 93% el costo de la canasta básica de alimentos en los últimos tres años. De 80 pesos que costaba en 2006, pasó a casi 157 pesos en 2010.

 GARANTÍA SÓLO EN PAPEL

Las organizaciones Acción contra el Hambre (FIAN, por sus siglas en inglés), la Red Nacional de Organismos Civiles de Derechos Humanos "Todos los derechos para todos", el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez y otro centenar de agrupaciones, consideran que esos problemas se deben a que en el país no estaba garantizado el derecho a la alimentación ni era una garantía consagrada en la Carta Magna hasta el pasado 29 de abril, cuando se le otorgó el rango constitucional. Sin embargo, esa aprobación pasó casi inadvertida para la nación porque se dio en el último día del periodo ordinario de sesiones del Congreso.

Gabriela Franchesscoli, integrante de FIAN México, reconoce que el solo hecho de establecer en la Carta Magna el derecho a la alimentación no va a garantizar en automático que se cumpla, "pero éste es el primer paso".