Sin duda la mejor negociación se alcanza cuando dos o más partes resultan ganadoras en un trato, es decir cuando cada quien obtiene al menos una parte de lo deseado.
Lamentablemente en política cada vez es menos común lograr esta negociación ideal, por el contrario prevalecen las victorias mayoritarias en donde uno es el ganador y otro el derrotado.
Tal es el caso de la reforma del sector salud que acaba de ser aprobada por la cámara de Representantes por 219 votos a favor contra 212 en contra, lo que ha sido divulgado como un gran triunfo del presidente Barack Obama.
No queremos echar a perder la fiesta al señor Obama ni a su equipo de la Casa Blanca, pero tememos que esto será apenas el principio de una larga y cruenta batalla en un sector muy sensible y quizás el más controversial de la sociedad norteamericana.
La reforma intenta, entre otras cosas, aumentar la cobertura médica a 32 millones de residentes de Norteamérica que no cuentan con este servicio. Además detener los abusos y excesos de las compañías aseguradores en cuanto a cobros y regulaciones como la limitación al servicio a enfermos con historial previo.
Según los analistas, esta reforma es la más importante en Norteamérica desde 1965 cuando se crearon el Medicare y el Medicaid, programas para dar atención médica y social a jubilados, trabajadores enfermos, desempleados y personas pobres.
La reforma de salud del Gobierno de Obama pretende reducir el costo de los gastos médicos para los ciudadanos asegurados, pero significará al erario unos 940 mil millones de dólares en los próximos diez años de donde se deriva una buena parte de la oposición republicana.
A diferencia de otros países, en Estados Unidos no existe un plan universal de seguridad médica. En este país la atención médica la controlan empresas privadas y las aseguradoras con excepción de los pensionados, veteranos y grupos privilegiados como los militares.
La oferta de que 32 millones de habitantes más gocen del seguro médico luce espléndida en el papel, pero nada fácil será llevarla a cabo sin afectar la calidad del servicio y atención en clínicas y hospitales privados de por sí afectados severamente por la actual crisis.
La iniciativa contempla innumerables cambios contenidos en unas 2 mil cuartillas, mismos que irán saliendo a la luz pública y seguramente varios de ellos provocarán polémica y escozor como el hecho de que el seguro médico será obligatorio y pagado por los empleados.
Tristemente unos once millones de inmigrantes indocumentados no tendrán derecho a este seguro médico del Gobierno lo que representa un gran hueco en la reforma.
El presidente Obama dejó fuera a los indocumentados y de último momento retiró el apoyo federal para abortos ante la necesidad de amarrar votos para aprobar la nueva ley.
El tema del aborto levantó acaloradas discusiones porque la reforma proponía cubrir los gastos para quienes desearan abortar sin el más mínimo respeto al derecho a la vida. Al final prevaleció la cordura y se quitó este punto en la ley, pero mantiene apoyo federal a quien desee abortar en caso de violación, incesto o cuando exista riesgo en la vida de la mujer embarazada.
El reto siguiente para el Gobierno de Obama será garantizar la calidad en la atención médica y al mismo tiempo asegurar una rentabilidad razonable para las empresas relacionadas con la salud.
Lo peor que podría ocurrir a Estados Unidos sería llevar la medicina a la socialización, es decir ampliar la cobertura médica a más habitantes a cambio de una calidad deplorable en la atención y servicios hospitalarios como ocurre en países muy conocidos.
En suma, el presidente Obama logró su mayor victoria dentro de su mandato a costa de la derrota y el malestar de los republicanos y algunos miembros de su propio partido. Veremos si no llega pronto la revancha.
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