Aquella muchacha cuidaba a los hijos de doña Panoplia, dama de la más alta sociedad. Le dice su marido: "No sé qué te sucede, pero en las vacaciones te noto inquieta, preocupada". "Tienes mucha razón -respondió ella-. Me angustio pensando que mis pobrecitos niños están solos con su mamá"... El voluntario llegó a una casa y le dijo a la señora: "Estoy haciendo una colecta para la Sociedad Antialcohólica. ¿Podría usted dar algo?". "De momento no -respondió ella-. Pero si viene usted después de media noche, le daré a mi esposo"... Llegó Babalucas a la oficina de Guinness, y le dijo al encargado: "Quiero que me anote en el Libro de Records". "¿Qué hizo usted?" -pregunta el registrador disponiéndose a apuntar. Responde con orgullo el badulaque: "Armé un rompecabezas de 500 piezas". "Vamos, vamos -dice el hombre dejando a un lado el lápiz-. Cualquiera puede armar un rompecabezas de 500 piezas". "Pero yo lo armé en un año -replica muy ufano el tonto roque-, y mire lo que dice aquí". El registrador toma la caja y lee: "Rompecabezas. De 8 a 12 años"... En los últimos tiempos ha habido un renacimiento del canto gregoriano. Las grabaciones de los monjes de Santo Domingo de Silos, en España, contribuyeron a revivir esa altísima forma del arte musical. Es grande ahora el número de discos de canto gregoriano, y surgen en muchas partes agrupaciones que lo interpretan. Se habían perdido la hondura y la belleza de ese canto, que a través de la música acerca al hombre al misterio de lo divino. La Iglesia casi dejó de usar en su liturgia el canto sacro, y con eso renunció en gran medida a uno de sus más valiosos tesoros. A la belleza, sin embargo, no se puede renunciar, y poco logran contra ella los concilios de los hombres. En estos días me gusta escuchar las notas de esas antiguas partituras que llegan hasta nosotros desde el fondo de los siglos. Severas y majestuosas se elevan las melodías como humo de un incienso que se levanta al cielo. Esto es música vuelta oración; esto es oración vuelta música. Escucho ese canto y siento que algo de mí sube también a la altura donde la belleza vive su eterna vida... El señor cura quería aprender a jugar golf. Se compró la ropa indicada, y adquirió el mejor equipo que pudo encontrar. Cuando llegó la mañana del sábado se dirigió muy contento al campo de golf, y contrató los servicios de un caddie para que lo acompañara a hacer el recorrido. Lleno de animación colocó el sacerdote la pelota en el tee, y se dispuso a golpearla con el bastón. ¡Zas! Falló una vez. ¡Zas! Falló otra. ¡Zas! Falló una tercera. Tres air shots seguidos, que así se llaman en lengua de golfistas los tiros en que no se acierta a la pelota. Mohino y encorajinado, la cabeza hundida en los hombros, se quedó en silencio el sacerdote rumiando su enojo y frustración. Con tono de reproche le dice entonces el muchacho: "Padre: éste es el silencio más maldecidor que he oido en toda mi vida''... Preguntó el conferencista a sus oyentes: "¿Quién creen ustedes que es el hombre más grande que ha existido?". Alguien opinó que Napoleón. Otro que Alejandro Magno. Uno dijo que Sócrates. El de más allá que Gandhi. Al fondo del salón un tímido señor levantó la mano. Le pidió el conferenciante: "Díganos, amigo: quién cree usted que es el mejor hombre que ha habido sobre la faz de la Tierra?". Respondió el señorcito sin dudar: "Estéfano Orivela". "¿Quién es él?" -preguntó desconcertado el disertante. "Nunca lo conocí -responde el señorcito-. Fue el primer marido de mi esposa"... FIN.