"Ser jugador de futbol significa ser un intérprete privilegiado del sentimiento y la ilusión de
Muchísima gente."
César Luis Menotti
Odríamos preguntarle a Fidel Castro. Como dirigente político durante décadas, siempre entendió la importancia para un país de contar con deportistas de alto rendimiento. En las buenas y en las malas dedicó enormes recursos al deporte competitivo. Lejos de ver esto como un lujo, entendió que los triunfos deportivos generan satisfacción y confianza en una nación.
Castro también entendió la forma de lograr el éxito deportivo. El camino no es, por supuesto, el que aplicamos en México. De nada sirve echar porras cada cuatro años o bañar de espuma a la gente en el Ángel de la Independencia. Tampoco sirve ofrecer a la Virgen de Guadalupe los rezos más sinceros, ni ir a bailar a Chalma, ni pronunciar discursos nacionalistas. Lo que se requiere es desarrollar deportistas desde muy temprano.
Eso es algo que no hemos querido hacer en México. Mientras que en los países que han tenido éxito futbolístico millones de niños juegan en ligas infantiles y juveniles organizadas por las escuelas o por los equipos profesionales de futbol, en México las ligas de preparación son muy pocas. Con los dedos de una mano se cuentan los equipos profesionales que tienen equipos para muchachos. En las escuelas públicas, que son el semillero natural de jugadores jóvenes, no hay ni espacio ni condiciones para hacer siquiera 20 minutos diarios de calistenia.
En Argentina, Inglaterra, España y Alemania los equipos profesionales cuentan con buscadores que recorren el país para asistir a partidos colegiales e identificar a los jugadores con talento desde muy temprana edad. En México la mayoría de los clubes profesionales prefieren contratar profesionales ya hechos. No es rentable, dicen, tener cantera.
El que a pesar de estas carencias México se encuentre en el decimoséptimo lugar del mundo según las listas de la FIFA, es un tributo al entusiasmo y dedicación de nuestros jugadores. Pero pensar que podemos ganar una Copa del Mundo o siquiera llegar a semifinales en estas condiciones es un engaño. Aun si esto ocurriera por casualidad, porque así pueden ser las cosas en el campo de futbol, pronto volveríamos a nuestra realidad. Lo mismo ocurrió con Turquía después de que quedó en tercer lugar en la Copa del Mundo de 2002 o con Grecia tras ganar la Eurocopa de 2004.
México puede y debe tener un mejor desempeño en los deportes de alto rendimiento, y en particular en el futbol. Esto exige una inversión, sobre todo para generar las ligas infantiles y juveniles de las que se nutrirán los equipos profesionales en ocho o 10 años. La inversión no tiene que ser solamente pública: las empresas privadas pueden patrocinar equipos y encuentros deportivos.
Los beneficios pueden ser muy importantes. Los niños y los jóvenes involucrados en el deporte competitivo no tienen tiempo o posibilidad de desviarse hacia las drogas o el crimen. Las competencias se convierten en una forma de disciplina que a veces puede ser más importante en la vida que lo que se aprende en clases que no tienen relación con la existencia cotidiana.
Lo más importante de todo, sin embargo, es que los triunfos deportivos se traducen en un ánimo optimista que puede ayudar a impulsar el desarrollo de una nación. Pensemos nada más que hoy a las nueve de la mañana la actividad económica del país se detendrá por dos horas en que las ilusiones de 106 millones de mexicanos volarán pegadas a los botines de 11 futbolistas. No hay nada en la vida nacional que pueda producir esta magia.
SIN COMPETENCIA
Y el ganador es... el único que compitió. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes anunció ayer la asignación de un par de hilos de fibra oscura para comunicaciones de la Comisión Federal de Electricidad. Tres empresas diferentes (Televisa, Megacable y Telefónica) se asociaron para la licitación de la cual se excluyó al único competidor (Iusatel).