Minimizar la importancia del aniversario 200 de la Independencia de México es una actitud mezquina y con intereses políticos sospechosos.
Podemos cuestionar lo que ha sucedido en nuestro país a lo largo de estos dos siglos y criticar los errores cometidos por los mexicanos, desde los gobernantes hasta el pueblo mismo.
También resulta necesario señalar los excesos y las pifias en esta magna celebración, especialmente por parte del Gobierno de Felipe Calderón.
Pero de eso a poner en tela de duda la trascendencia y los logros que representa llegar a los doscientos años de la fundación del país, de tener una patria con clara identidad y con el bagaje cultural e histórico del que goza México, francamente refleja una posición inmadura y rencorosa.
México inició su lucha por la independencia en septiembre de 1810 gracias a un grupo de hombres y mujeres audaces y valientes quienes no soportaban los abusos y el mal trato de la colonia española hacia los mexicanos más desvalidos.
Fueron más de diez años de refriegas hasta que en septiembre de 1821 se consumó la gesta independiente luego del Plan de Iguala promulgado por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero. En ese momento México inició su primera etapa como país libre y soberano.
Al mismo tiempo arrancó un proceso de cambios con infinidad de tropiezos, caídas y sobresaltos que subsisten hasta hoy en día.
Entre las grandes tragedias se encuentra la pérdida de la mitad del territorio a mediados del Siglo XIX. Luego vendrían los aciagos años de la dictadura de Porfirio Díaz que degeneró en la lucha armada de la Revolución en 1910, un movimiento en donde murieron más de un millón de mexicanos y que dejó al país sumido en una profunda pobreza y división.
Para mala fortuna la gesta revolucionaria fue transformada en una tiranía de partido que se prolongó durante siete largas décadas, en donde se incluye el trágico 1994 con el levantamiento en Chiapas y la crisis financiera que puso a México contra la pared.
Pero también el país ha tenido grandes momentos que hoy en este aniversario 200 son dignos de recordarse. Como la batalla de Puebla, las leyes de Reforma, la llegada a la presidencia de Benito Juárez -indígena zapoteca--, y la destitución del emperador Maximiliano de Habsburgo, entre otros sucesos ocurridos en el Siglo XIX.
Años después vino la caída de Porfirio Díaz, la lucha armada por la democracia y la no reelección, la promulgación de la Constitución en 1917 que sentó las bases del nuevo México. Vendría después en 1938 la expropiación petrolera, el desarrollo estabilizador de los años 50 y 60, las olimpiadas de 1968, el Mundial de 1970, el lanzamiento del Tratado de Libre Comercio en 1994 y las reformas electorales que dieron pauta a la transición democrática del año 2000.
Lástima que la discusión sobre el Bicentenario se haya centrado en las formas de celebrarlo y que el país haya tenido que realizar los festejos en un estado de sitio ante la inseguridad imperante.
Qué oportuno habría sido realizar un profundo debate y análisis sobre la visión y misión del México que todos queremos para los futuros 20, 50 y 100 años.
No olvidamos cuando en 1986 el dirigente chino Deng Xiaoping expresó ante el presidente de México, Miguel de la Madrid, que su país aspiraba a convertirse en una sociedad medianamente acomodada para el año 2050. Y vaya que China ha avanzado en esa visión.
En cambio en México los gobernantes, políticos y sus partidos siguen enredados en intrigas y rencillas sin dar cauce y dirección a los intereses y aspiraciones ciudadanas.
Hoy por hoy celebremos este aniversario 200 con orgullo y pasión, y que muy pronto México se sacuda de los políticos sátrapas y de tantos grupos facinerosos que impiden dar paso al país que merecen y anhelan los mexicanos.
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