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Pregunta sin respuesta

Hora Cero

ROBERTO OROZCO MELO

 ¿C Uándo resolverán nuestros políticos los problemas de todos los que aquí vivimos, y no sólo los de una clase económica o una clase social? pregunta un lector y yo quedo en silencio, sin saber qué responder. Han cambiado tanto las cosas en este país, que el cuestionamiento no tiene una sola hebra de la cual tirar para sacar madeja. A veces somos y a veces parecemos serlo. Vivos, digo, pues tontos de tomo y lomo somos por naturaleza. ¿Por dónde le gustaría entrar al baile, le pregunto a usted, lector, que me interroga.

Espero a que me diga si por el lado de los partidos políticos, si por la esclerótica banca mexicana, si por los dizque educadores tan controvertidos o acaso por esa clase política centralista que nos agobia con cargas económicas y con su modo torpe, grosero, de pervertir esa actividad que debería merecer, por ganárselo, el respeto de todos los mexicanos.

Yo recuerdo el cuarto informe del presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, que si bien en sus primeros años había enfrentado problemas graves en materia económica, al filo de su cuarta presentación de resultados parecía entrenado para hacer la carrera del indio al entrar a su quinta oportunidad, cinco de seis, y justificar su presencia en Palacio Nacional.

Parecía y fue imposible. En aquellos años se había resentido los efectos de muchas dificultades bursátiles en países remotos: Rusia, Japón, y sus vecinos geográficos. Para colmo se agregó la disminución del precio del petróleo, que nos afectó severamente. En el fondo de los problemas estaba, ciertamente, la globalización de las economías nacionales que, para nosotros fue como entrar a un túnel oscuro e interminable, pero el nuevo estatus mundial era inevitable, y lo fue ciertamente.

En aquellos años una sola pregunta rondaba en el país, entre mesas de café, barras de cantina y centros diversos de reunión: ¿Estábamos en condiciones y capacidad para arriesgar el bienestar general de los mexicanos por ingresar a un sistema claramente apto para naciones que fueran desarrolladas y autosuficientes? ¡Por qué, nosotros, país escuincle, buscábamos codearnos con las naciones adultas, desarrolladas y autosuficientes en lugar de jugar solos pero contentos?

La comunicación social electrónica parecía y aparecía ufana, como si hubieran descubierto la clave de la felicidad humana, de su felicidad. Claro, era verdad y fue inevitable: lo que sucedía estaba planeado desde los últimos días de régimen de José López Portillo y los primeros años de Miguel de la Madrid. Éste, sin pudor alguno, siendo secretario de Programación, paseó por el mall de Washington haciendo como que la Virgen, perdón, el presidente de Estados Unidos lo llamaba, con un cuaderno de notas virgen bajo el brazo. Era obvio, andaban nuestros políticos en pos del dinero extranjero, aunque no de uno que buscara establecerse, echar raíces, pagar impuestos y producir en beneficio del país hospitalario que lo recibía. Era otro dinero el que llegaría para liquidar la deuda de los veinte mil millones de dólares que nos había prestado el Gobierno de Clinton destinado a mantenernos flotando en el naufragio causado por aquella conjunción de circunstancias que se dieron entre 1993, 1994 y 1995. Dicho dinero fue pagado al prestamista de la buena vecindad, pero un sexenio antes habíamos quedado sujetos al tratado de Libre Comercio propalado entre Bush padre y el hombre de Agualeguas.

Y por ese medio comprometimos muchas cosas más. Entonces creímos, inocentes, que el conflicto chiapaneco, liderado por el sedicente sub comandante Marcos, enrarecía el clima de confianza internacional; pero no, lo que espesó el ambiente fue el discurso de Luis Donaldo Colosio en la aceptación de su candidatura por el PRI, bajo la cúpula del monumento a la Revolución. Días después el magnicidio de Colosio pareció limpiar de incertidumbre a la región más transparente del aire, desde hace 300 y más años, sede del centralismo político, que durante todo ese tiempo ha enlutado, exaccionado y sometido al verdadero pueblo mexicano.

No, amable lector, no puedo responder su pregunta. La respuesta la darán los nuevos tiempos, si es que surge una sociedad que la reclame con hechos, no sólo de palabra.

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