La apreciación del peso desde mediados de septiembre ha llevado el precio del dólar a alrededor de 12.40 pesos. De seguir así por el resto de octubre, estaría rompiendo por segunda ocasión en quince años el patrón de comportamiento que ha caracterizado al precio del dólar desde que empezó la flotación de nuestra moneda en 1995.
Ese patrón, para el que no tengo una explicación científica, consiste en que el precio promedio del dólar ha sido mayor en el mes de octubre en relación con el mes de agosto en 14 de los 15 años anteriores.
Eso indica que el otoño no le sienta bien al peso, por lo menos, no tanto como los calurosos meses del verano. Hay varias hipótesis de por qué sucede así, entre las cuales se encuentran una que lo vincula al calendario de exportaciones e importaciones de la industria automotriz, y otra que habla del cierre del año fiscal en septiembre y octubre de algunas empresas extranjeras.
Por ejemplo, el año modelo en Estados Unidos (EU) comienza a venderse al público desde fines de julio, por lo que las exportaciones de las armadoras son importantes durante el verano. En contraste, la llegada de los modelos nuevos a México sucede hasta el último trimestre del año, cuando se registra un alza de las importaciones de vehículos.
Sea cual fuere la explicación de esa estacionalidad en el precio del dólar, hay por lo menos tres factores que pudieran evitarla en esta ocasión al orientar, particularmente en estos días, los movimientos de la oferta y la demanda de divisas en favor del peso.
El primer factor se relaciona con las dudas respecto a la sostenibilidad de la recuperación económica de EU y la expectativa de un mayor relajamiento monetario que han propiciado la depreciación del dólar a nivel internacional.
En efecto, desde mediados de agosto la divisa estadounidense ha perdido terreno frente a prácticamente todas las monedas del mundo, por lo que no es de extrañar que el peso mexicano también se haya fortalecido en el proceso.
Segundo, el exceso de liquidez global, la diferencial de tasas de interés entre México y EU, así como el entusiasmo por nuestra moneda que han mostrado diversas corredurías y empresas financieras del exterior, contribuyen a un flujo positivo de capitales de corto plazo hacia nuestro país.
La apuesta no sólo es por el rendimiento financiero en los bonos del Gobierno mexicano o las acciones de bolsa, sino por las posibles ganancias de capital en caso de una apreciación adicional del peso frente al dólar.
Tercero, la incorporación de los bonos del Gobierno mexicano en el índice de deuda gubernamental global de Citigroup (Citi), que se planteó desde el mes de abril pero que se hizo oficial el primero de este mes, también favorece a nuestra moneda.
Ese reconocimiento permite que los fondos de inversión que invierten en los bonos de los gobiernos de los países que componen dicho índice puedan hacerlo ahora con bonos mexicanos. Los especialistas de Citi calcularon que había hasta 100 mil millones de dólares (mmd) de esos bonos disponibles para ello.
Un análisis de la casa de Bolsa GBM concluyó que en base a la experiencia de otros países en situación similar a la nuestra, los inversionistas extranjeros comprarían entre 10 y 15 mmd de bonos mexicanos.
Esto explica, en parte, el aumento de 6 mmd que se registró desde abril hasta el 29 de septiembre en la tenencia de valores gubernamentales en manos de extranjeros, y que bien pudiera crecer más en los meses siguientes.
No hay duda, por tanto, que el capital financiero está atrás de la fortaleza de nuestra moneda en estos días. Esta situación, sin embargo, no es permanente. La razón principal es que la fuerza de nuestra moneda no se finca, como en China y otras naciones emergentes, en una cuenta corriente superavitaria, o en una entrada dinámica de nueva inversión extranjera directa (IED).
Nuestras cuentas externas registran un déficit creciente, mientras que la nueva IED se ubicará este año en el nivel más bajo desde el comienzo de esta administración.
Por consiguiente, la fuerza actual del peso está fincada sobre arena. Durará mientras los inversionistas estén dispuestos a seguir trayendo recursos frescos a nuestro país y conserven sus tenencias de bonos gubernamentales.
Hay, sin embargo, diversos factores internos y externos que pueden cambiar repentinamente el panorama y, con ello, la disposición de los inversionistas para dejar sus recursos en México.
Entre ellos están una escalada de la inseguridad en el país, una recaída de la economía de EU, un alza de las tasas de interés internacionales, o un agravamiento de la crisis de deuda en Europa. Cualquiera sería suficiente para depreciar nuevamente nuestra moneda.