Indudablemente vivimos momentos difíciles, quizá los más difíciles de nuestra existencia como laguneros, como mexicanos y, en muchos aspectos, como ciudadanos del mundo. Claro que yo no conozco la guerra -civil o internacional- más que a través de libros, películas y testimonios de algunos sobrevivientes, ni sé lo que pasa cuando dos grupos entran en conflicto tras la búsqueda de un fin justificador, como la expansión territorial, el poder económico, la imposición de una ideología política o social, o la defensa de la fe. Según los griegos, Zeus provocó la guerra de Troya para abatir la sobrepoblación mundial. Sin embargo, aunque nada de esto nos ha tocado realmente, el momento actual nos coloca en medio de un campo de batalla sui generis en el que sin declaratorias oficiales y sin que pueda definirse con claridad quién es amigo y quién enemigo, los ataques de una y otra parte, sus fatales consecuencias y el ambiente de incertidumbre, miedo e inseguridad, nos envuelven y hacen de nuestro diario vivir una aventura llena de riesgos, de zozobra, de miradas ansiosas y bendiciones anticipadas cada vez que salimos a la calle, por si no hay regreso. Jamás tuvimos asegurada la vida, pero tampoco nunca antes se había visto tan abaratada como ahora. Pienso en la tranquilidad con que se mata, en la frialdad con que se dispara a personas que accidentalmente están en un lugar o pasan por ahí cuando se enfrentan hombres armados que hacen blanco en niños, trabajadores, paseantes, jóvenes que se divierten, ajenos a cualquier conflicto. Los reporteros dan el saldo diario de muertos como quien da la hora, más conmovidos por los goles de Messi que por los caídos en una balacera. Y ahora, después de tanto presenciar la misma función, los espectadores nos hemos acostumbrados a hablar de la muerte sin horror, a comentar los hallazgos de cabezas y cuerpos mutilados, como si fueran huevos de pascua que cualquiera puede encontrar.
Cuando el fuego cruzado entre criminales y fuerzas militares traspasó las puertas del Tecnológico de Monterrey, llevándose la vida de dos estudiantes de posgrado, de ésos que tanto requiere nuestro país para crecer y salir del hoyo en que lo mantienen la ignorancia, la violencia y la corrupción, en la comunidad estudiantil del propio instituto, pero también en toda la comunidad pensante de México debió colmarse el vaso de la tolerancia a la que sólo le faltaba una gota para derramarse. En efecto, el impacto causado por la tragedia ha sido mayúsculo, no sólo porque trunca la existencia de dos jóvenes ejemplares, excelentes estudiantes y deportistas, hombres sanos y prometedores, comprometidos con el progreso tecnológico y social -según muestran las actividades en que hasta antes del 19 de marzo estaban involucrados-, sino porque simbólicamente representa la pérdida de la única fortaleza que nos queda para imaginar un futuro para México: el respeto a la educación como tabla salvadora de nuestro pueblo. Usted puede sumarse a las protestas de muchas personas que se sintieron ofendidas por la atención que se puso a la muerte de dos jóvenes, cuando miles han caído en circunstancias similares en todo lo largo y ancho del país. Puede considerar desproporcionada la reacción y tacharla de injusta y elitista, "como si los muertos de estratos socioeconómicos más modestos no importaran". Pero mejor no lo haga, porque no se trata de eso. La situación es, repito, la gota que derrama un vaso nacional totalmente colmado de muerte y destrucción, de reclamos justos y respuestas fallidas. Y es simbólica porque irrumpe en el ámbito de una comunidad tradicionalmente dedicada al estudio, al trabajo arduo, al servicio social constante, aunque ignorado por quienes suelen opinar sin conocer. Hace 40 años formo parte de la comunidad del Tecnológico, primero como alumna, luego como maestra y madre de estudiantes, y sé porque lo he vivido desde entonces hasta el día de hoy, que la inversión de capital humano, académico y económico en servicios comunitarios -no subsidiados por el Gobierno- es una realidad en el Tec. También lo es el liderazgo de sus directivos, que ante los problemas que afectan al alumnado no se quedan cruzados de brazos, sino que convocan, actúan, apoyan, exigen, proponen y vigilan el cumplimiento de las acciones propuestas. El día de la ceremonia luctuosa en memoria de Jorge Antonio Mercado y Javier Francisco Arredondo, que convocó a más de dos mil estudiantes en los jardines del Tec en Monterrey y a casi 90 mil en enlace virtual, sin contar los cientos de miles de profesores, empleados, egresados y padres de familia que atendieron al llamado del rector, además de la invitación a participar en una propuesta de acciones específicas, concretas y viables que contribuyan a disminuir la inseguridad del país, se renovó el compromiso de trabajar por mejorar la oferta educativa para niños y jóvenes de familias desprotegidas entre los cuales la violencia, la ignorancia y la falta de oportunidades son común denominador y caldo de cultivo ideal para el crimen. Estudiantes del Tec asesorados y supervisados por pedagogos y especialistas serán -como lo fui yo antes de graduarme- maestros en escuelas de apoyo a la comunidad, a las que en forma gratuita llevarán conocimiento, atención y esperanza. Esto no es un hecho aislado; el Tecnológico de Monterrey realiza multitud de acciones que vinculan su trabajo habitual de enseñanza y aprendizaje con la solución de necesidades sociales. Por ejemplo, dos días antes de la balacera, se puso en funcionamiento la más reciente obra del programa Diez Casas para Diez Familias que desarrollan desde hace una década los departamentos de Arquitectura e Ingeniería Civil. En esta ocasión, la casa de dos pisos y 60 m2 de construcción es producto de un trabajo comunitario realizado por alumnos y maestros de profesional y maestría, en conjunto con las personas que la habitarán y sus vecinos. Elaborada totalmente con materiales de reúso, la casa cuenta con sistemas de colección de agua de lluvia y de energía solar, reciclaje de aguas, así como la aplicación de principios bioclimáticos para lograr un ambiente agradable en el hogar, aprovechar los recursos de la naturaleza y disminuir el calor en el interior y el consumo de energía. No se trata de un entretenimiento, ni son obras de relumbrón, sino acciones serias, verdaderamente comprometidas con el presente y el futuro del país. Y hay muchas más, en todas las disciplinas técnicas, científicas, humanas y sociales. Por lo pronto, el día de mañana (en domingo, para no interrumpir actividades académicas ni perder horas de clase) nos daremos cita real o virtual en el Estadio del Tecnológico, para participar del "Pronunciamiento y propuestas para mejorar la seguridad en México". Presidido por el rector Rangel, el evento y las iniciativas concretas que de él se deriven serán resultado de las sugerencias de alumnos, empleados, ex alumnos y padres de familia, analizadas, procesadas y transformadas en propuestas factibles por la Escuela de Graduados en Administración Pública y Política Pública del mismo instituto. La necesidad y la ilusión de que de ahí salga algo bueno, que contribuya a fortalecer a las instituciones públicas y aporte ideas inteligentes para convertirlas en acciones factibles, está latente. Mucho mejor, creo, que los circos partidistas, las zancadillas verbales y la pasividad del Congreso.
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