Hace unos días llegó a mi oficina un viejo amigo, no requería decirme que se sentía emocionalmente mal, su rostro y su postura corporal así lo reflejaban, el problema para él, era el más grande del mundo: no le habían hecho caso a una petición suya en su sindicato.
Cuando le cedemos todo el poder que el universo nos otorga a nuestros problemas, debilitamos nuestro potencial, en esta vida los únicos que no los tienen son los muertos, los problemas más bien nos sirven como el viento a los papalotes para levantar vuelo y llegar hasta el cielo.
Cuántas veces al creer que el mundo está contra nosotros, que la vida es ingrata porque pone todo en nuestra "contra" haciendo que las emociones impacten negativamente en nuestro sistema inmunológico y de paso en nuestra salud, olvidamos dos cosas muy simples:
1. Nada de lo que nos pasa sucede por casualidad, todo en nuestra existencia tiene un por qué muy claro y ese es: ser felices; porque estamos aquí como muestra de lo divino que ha bajado hasta lo humano.
2. Porque mientras millones de seres humanos carecen de lo indispensable: salud, educación, techo, comida, familia, amigos, trabajo, nosotros estamos aquí no por casualidad sino para celebrar la vida.
Celebrar la vida significa:
Que destruyendo nuestras prisas, celos, angustias, iras, resentimientos, ego, soledad, miedos, tristezas, nos dispongamos hoy más que nunca a ser felices con lo que somos y lo que tenemos.
Que desafiando sus limitaciones te decidas hoy a amar con la intensidad del sol, porque el amor tiene la magia de sanar a quien lo da como a quien lo recibe.
Que fluyendo con el amor nos entreguemos a la vida para ser, crecer y servir.
Que reinventes tu espacio vital: familia, tu vida o tu trabajo no dando "lo mejor de todo... sino lo mejor de ti".
Que con una autoestima elevada creamos en nuestro potencial de vida y nos reconozcamos como únicos, pues a pesar de la existencia de millones de seres humanos, nadie es igual a ti... eres único.
Que para sanar es fundamental que te reconcilies amorosamente con tu pasado y recuerdes que hay tres personas que siempre están dispuestas a servirte: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Y finalmente que no olvides que "una sonrisa, es una línea curva que todo lo endereza".
A propósito de sonrisa, déjame contarte que la ocasión pasada, venía en un vuelo de Europa a México una distinguida dama, a su lado el afamado padre Chuyo, a quien le dijo:
-Padre, ¿puedo pedirle un favor?
-Por supuesto hija -respondió en su tono siempre amable el sacerdote- ¿Qué puedo hacer por ti?
-Mire Padre, compré una finísima plancha para el cabello para obsequiar a mi mamá por su cumpleaños, viene en caja cerrada, y tengo un pequeño problema: sobrepasa el valor permitido por la aduana, y tengo miedo que me la quiten. ¿Será posible que usted me ayude pasándola? Se me ocurre que quizás, debajo de su sotana.
-Estoy pa' servirte hija, -dijo el sacerdote de Güémez- sólo te advierto: No puedo decir una sola cosa que no sea verdad.
-Padre, por su alta investidura, quién se atreverá a revisarlo, no se preocupe.
Al llegar a la aduana la dama invitó al padre Chuyo que pasara delante de ella.
-¿Padre, trae algo para declarar? -preguntó el aduanal.
-De la cintura para arriba no tengo nada que declarar -respondió el párroco de allá mesmo. El aduanal viendo lo extraño de la respuesta y observando un bulto de dimensiones desproporcionadas entre las piernas del presbítero, le preguntó:
-¿Y tiene algo qué declarar de la cintura para abajo?
-¡Sí! -dijo el padre Chuyo acercándose al oído del oficial de aduanas- llevo un excelente instrumento diseñado para ser usado por las mujeres, pero que hasta este momento está nuevo... ¡¡no 'tá usa'o!!
Soltando una fuerte carcajada el oficial dijo: ¡Adelante padre... puede usted pasar!