Los años me han concedido el tiempo suficiente para comprobar que la felicidad gratuita de la juventud es sólo otra de las muchas entelequias sociales. Durante muchos años pensé que -excepto para mí- ser joven era como una florida mañana de abril.
Y digo excepto para mí, porque cuando yo nací, mi padre era un joven que disfrutaba de los caballos, los perros y los rifles; aunque sospecho que su juguete favorito era yo. Le gustaba jugar a ser papá, a educarme y a exhibirme: "A ver hijita, enséñales a estos señores cómo dices parangaricutirimicuaro".
A sus dieciocho años, mamá esperaba un marido amoroso y fiel, mientras papá, huérfano de madre desde los siete años, esperaba de su esposa la protección, el cariño y la aceptación incondicional de una madre para las travesuras de su hijo. Ninguno de los dos obtuvo lo que esperaba.
Yo, como todas las jovencitas de mi generación, era flaca (seguramente porque la comida chatarra no existía) y para que embarneciera me hacían tomar hígado de bacalao. ¿Alguien puede imaginar algo más horroroso? Incapaces de ponerse de acuerdo en cuanto a mi educación, yo para ser imparcial los desobedecía a los dos; y por si algo faltara para empedrar mi camino, era también una jovencita insumisa y respondona.
Era una época que el medio más popular para paralizar a un hijo, eran los gritos que infundían miedo, confundían, paralizaban y dejaban la mente en blanco ... o en negro según fuera el caso.
Después del primer grito del padre, ningún hijo se atrevía a sacar la voz más allá de los dientes. ¡Yo sí! Para callarme a mí hacían falta medidas más drásticas como por ejemplo unos buenos bofetones.
Nacer con espíritu rebelde y pertenecer a la última generación en la que los padres mandaban y los hijos obedecían; no facilitó mis años jóvenes. Además estaban los estudios; yo quería ir a la universidad y papá insistió en que estudiara taquigrafía y mecanografía; para que tuviera un oficio que me permitiera ganarme la tortilla por si el marido me salía malo. Estudiar una carrera comercial era para mí como el aceite de hígado de bacalao que me obligaban a tomar "por mi bien".
Menos mal que aquello no sería para siempre, eran apenas tiempos de tanteo, y mientras tanto, cantaba: "¿Seré yo rica, seré yo guapa?... ¿qué será, será?".
No, definitivamente mi juventud no fue ningún divino tesoro; aunque siempre quedaba el futuro para conquistar la felicidad, para corregir los errores y hasta para cometer otros nuevos. Tenía el mundo por delante y para conquistarlo contaba con una cabellera sedosa, la piel de durazno, caudales de energía, de fantasía, de ilusión y montones de proyectos descabellados, y los ojos iluminados por el primer destello del amor.
Terminada la carrera comercial, todos los caminos conducían al matrimonio. Algunas bodas se acuerdan, se anuncian, se hacen lógicas e irremediables y por eso acaban celebrándose. Así fue como me arrojé al desbarrancadero de un matrimonio tan desavenido como el de mis padres. Alguien dijo que lo bueno de la juventud es que se cura con el tiempo.
Yo me di cuenta de que estaba curada cuando a base de ensayo-error, aprendí a hospedarme en el presente, y partiendo de ahí, a descubrir mis propios objetivos y a perseguirlos con terquedad. Me curé cuando descubrí que la felicidad no tiene que ver con la edad, y que nunca es un regalo ni un lugar donde uno llega y se instala para siempre, sino una cuerda floja por donde hay que transitar cada día.
Estoy enterándome ahora de que este 13 de agosto celebramos el Día Internacional de la Juventud y, o estoy amarilla de la envidia, o no entiendo dónde está el motivo de la celebración.
Quiero creer que como siempre, los jóvenes tendrán que enfrentar sus miedos, dudas y contradicciones; con el agravante de que en hoy todo es relativo y la única norma de conducta es el punto de vista personal. Ellos y ellas no cuentan ya con las referencias "caducas" que los mayores tuvimos para orientarnos: llámense valores, principios, espiritualidad, dos sexos con funciones claramente definidas, y tantos otros indicadores que han ido desapareciendo; por lo que tendrán que trazar sus propios mapas, y vaya usted a saber a qué nuevos continentes irán a dar.
Adelace2@prodigy.net.mx