En México se inicia una vez más la intensa discusión para determinar los montos de la Ley de Ingresos y del Presupuesto de Egresos. El asunto se desarrollará en el escenario de persistente insistencia en que se efectúen las reformas que, según una opinión muy generalizada, son imprescindibles además de urgentes para que no sigamos cayendo en casi todos los índices internacionales que se citan para describir la crítica situación en que se afirma, nos encontramos. Al respecto, se citan los índices de competitividad, de baja educación, bajos índices de inversión en ciencia y tecnología, etc.
Estas evaluaciones aterrizan en el clima de malestar generalizado debido al deterioro que se advierte en los niveles de vida actuales. Los pronósticos que se divulgan no prometen mejoría. Para remediar la situación se ha puesto de moda señalar en el discurso escrito y hablado la necesidad de definir "cartas de ruta", "paradigmas nuevos", y "modelos innovadores". Las hipotéticas reformas estructurales sirven de hospitalario foro donde cada quien expresa, a su manera, el porqué está imposibilitado de actuar constructivamente por encontrarse trabado por las incongruencias del sistema que lo envuelve. En la confusión reinante exigir reformas en cualquier tópico que aparece en la conversación es el gran punto de convergencia que todo redime y absuelve.
El reclamo de reformas no es privativo de México. Se está dando también en los Estados Unidos y en Europa donde las multitudinarias marchas se oponen a toda acción gubernamental para paliar el desempleo y la crisis imperante. La sorpresa está en que las propuestas provienen de regímenes que habían prometido durante sus campañas electorales atender a cabalidad los reclamos populares.
El malestar social en todo el mundo, curiosamente coincide con los desastres naturales que se están registrando por el cambio climático. El planeta se encuentra afectado por ambos. Podría significar, que en ambos casos, la degradación en los niveles de vida va paralela a la de las condiciones del planeta; se estarían agotando, por lo tanto, los parámetros bajo los que hemos operado durante los últimos milenios, en un caso, y en los últimos cien o doscientos años en el otro.
Pero tales lucubraciones sirven para subrayar que hay que reducir las actividades que agreden a la Naturaleza: la deforestación, el dispendio de recursos acuáticos, el desperdicio de los yacimientos petroleros en combustibles contaminantes.
Si lamentablemente en la próxima conferencia climática en Cancún podría no avanzarse mucho porque no existe un sentido de urgencia, en cambio, nadie duda que es inaplazable poner remedio a los sacrificios que padecen las mayorías de casi todos los países cuyo poder de compra y calidad de vida viene deteriorándose en forma alarmante.
La recesión mundial disparada por los abusos financieros en los Estados Unidos tiene que ser contrarrestada con estímulos oficiales para la creación de empleo y protección de los salarios pero que, a su vez, se combinen con las disciplinas económicas, léanse fiscales, hasta ahora desatendidas, que aseguren la firmeza del remedio aplicado. Difícil conciliar la demanda incontenible con la escasez de los recursos. Es evidente que la única solución está en aumentar la producción de satisfactores.
El que el factor básico de la producción que es la población trabajadora, sufra aguda desocupación es inadmisible paradoja. Surgen las protestas callejeras en varios países europeos contra las medidas que intentan resolver la crisis a costa de sacrificios que ni siquiera se pretextan como temporales. El choque político surge cuando se culpa a los abusos financieros propiciados o al menos tolerados, por el sistema económico vigente.
Se regresa fatalmente a la interminable discusión sobre la urgencia de cambiar de modelo. Hacer esto, empero, está resultando tan fácil, como implantar medidas aceptables para detener el cambio climático.