"Año. Periodo en el que transcurren 365 desilusiones".
Ambrose Bierce
A primera vista no parecería un año tan malo. La economía mexicana tuvo un crecimiento superior al 5 por ciento, mucho más que el 3 por ciento que Hacienda pronosticó originalmente. La inflación fue apenas superior al 4 por ciento y el peso se fortaleció frente al dólar. El IMSS y la Secretaría del Trabajo reportan hasta el 30 de noviembre la creación de 962 mil empleos formales. Si bien en la segunda quincena de diciembre suele haber despidos importantes, seguramente hemos vivido uno de los años con mayor creación de empleos formales en la historia.
¿Por qué no suenan entonces las campanas en celebración? Porque de nada sirve vivir una recuperación económica si todos vivimos en peligro.
La propia Procuraduría General de la República reconoce que en este 2010 hubo más de 12,456 homicidios con alto grado de violencia hasta el 10 de diciembre. La pretensión de las autoridades de que solamente quienes algo tenían que ver con el crimen eran víctimas ha caído por tierra. Las listas de inocentes ejecutados se vuelven cada vez más abultadas. Muchos son muertos por las propias autoridades. El daño colateral se vuelve cada vez más principal.
Las encuestas de opinión revelan que la mayoría de los mexicanos siguen respaldando al presidente en su lucha contra el narco. Pero los daños que el esfuerzo está ocasionando al país se vuelven cada vez mayores. Nos dicen las autoridades que no ha habido afectaciones económicas, pero miles de familias se han mudado a Estados Unidos en busca de la seguridad que ofrece un país con mayor consumo de drogas pero en el que ni los criminales ni los policías ni los soldados ni los marinos matan a inocentes en las calles.
2010 fue nuevamente un año perdido en la tarea más importante. El crecimiento es en parte producto de un rebote del tropiezo dramático de 2009, pero seguimos sin hacer los cambios de fondo que nos permitirían ser más competitivos.
Tenemos un Gobierno que gasta mucho --3.4 billones de pesos para el 2011, el mayor presupuesto en la historia del país-- pero que lo hace mal. El gasto gubernamental no es promotor de crecimiento porque es improductivo y burocrático. Llevamos dos años hablando de construir una refinería en Tula, Hidalgo, cuando por menos de la mitad habríamos podido comprar una ya lista para producir en Texas.
La producción de petróleo crudo sigue cayendo: en los 11 primeros meses de 2010 promedió 2 millones 576 mil barriles diarios contra 2 millones 601 mil en 2009 o 3 millones 333 mil en 2005. Sólo los altos precios internacionales nos permiten seguir con la ilusión de que somos un gran país petrolero. Las importaciones de petrolíferos, petroquímicos y gas natural pasaron de 9,363 millones de dólares en 2005 a más de 19 mil millones de dólares en 2010.
La Comisión Federal de Electricidad reemplazó a Luz y Fuerza del Centro, una compañía abusiva, pero se volvió más abusiva que su predecesora. Pagamos los sueldos de más de un millón de maestros sin saber cuántos se presentan a trabajar. Gastamos más dinero que nunca en seguridad y combate a la pobreza, pero tenemos cada vez más inseguridad y pobres.
2010 fue un buen año en comparación con los anteriores, pero es un fracaso si lo comparamos con nuestro potencial. Lo peor de todo es que con cuatro años de sexenio, ya todo el mundo está pensando en las elecciones del 2012. En los próximos dos años todo el interés de la clase política se enfocará a obtener el botín que viene con la Presidencia. Ya no habrá esfuerzos por hacer las reformas que merecemos.
El premio a la peor experiencia del 2010 debe darse sin duda a los festejos del Bicentenario. El exceso de gasto y la miopía de objetivos son las razones. La pileta de fin de semana de Bernardo de la Garza de la Conade, el Coloso sin nombre y la inconclusa y costosísima Estela de Luz son los recuerdos más absurdos de este fallido festejo.