Responsabilidad
Generalmente decimos que somos conscientes de lo que hacemos, es decir, que estamos actuando y comportándonos bajo el supuesto de que somos responsables de nuestras acciones y comportamientos. Pero los hechos disparan en nosotros fuertes reacciones emocionales cuya aparición resulta imposible impedir, y una vez que lo hacen es difícil contenerlas.
¡Cuántas veces nos descubrimos actuando en forma totalmente reactiva e inconsciente! Decimos frases que luego lamentamos, hacemos cosas de las que después nos arrepentimos, nos remuerde la conciencia por nuestro comportamiento y nos sentimos culpables por tomar decisiones apresuradas. La reflexión común a todos estos casos es: “Habría sido tanto mejor si hubiera meditado antes de actuar; si sólo me hubiera tomado un respiro para pensar lo que iba a decir o hacer...”.
En lugar de continuar lamentándose, uno podría aprender la lección de una vez y para siempre. El comportamiento reactivo nunca resulta satisfactorio en el largo plazo (debemos admitir que en lo inmediato, la descarga es gratificante). Las pasiones inconscientes rara vez son coherentes con los objetivos y los valores conscientes. Por eso, antes de obrar, vale la pena hacer una pausa y considerar la situación en forma responsable.
Ya sabemos que una manera de lograrlo es tomar una respiración profunda (en silencio) para reconectar la conciencia. No lleva más que un par de segundos y genera enormes beneficios. Mi abuelo me decía, ciertamente con sabiduría práctica: “Cuenta hasta 10 antes de hacer algo”.
En la inspiración presto atención al aire que entra por mi nariz y llena mis pulmones; presto atención a mis piernas y siento el apoyo de la tierra; presto atención a mis brazos y siento la libertad del aire. Esta inspiración me trae completamente al ‘aquí-ahora’, me ayuda a hacerme presente con toda mi conciencia. En la expiración presto atención a mis objetivos y valores, recuerdo mis intereses y principios de vida; reafirmo el compromiso de manifestar, en todo momento y frente a todo desafío, lo mejor de mí. Esta expiración me proyecta hacia el futuro, afianzándome en mi conciencia.
La vida (afortunada y desgraciadamente) nos provee de manera constante y cotidiana amplias oportunidades para practicar esta respiración de conciencia.
Todo lo que hacemos -es decir, cada acción y comportamiento nuestro- tiene un objetivo doble. En primer lugar se trata de obtener un cierto resultado (que llamamos éxito). Pero más allá de ello, la acción tiene un propósito autoafirmativo de la identidad de la persona (que llamamos paz). Se puede interpretar la acción como una respuesta del individuo al desafío de su entorno. La persona utiliza sus recursos y competencias en aras de la consecución de un objetivo, dentro del marco de sus valores.
La pregunta acerca del éxito obliga a comparar los resultados de la acción con los objetivos perseguidos. La pregunta acerca de la paz, compara a la acción en sí misma con los valores de la persona. El éxito es mediato y condicional, ya que en ocasiones depende de factores fuera del control, pero la paz es posible en forma inmediata e incondicional. La acción, en su manifestación, cumple (o no) con los compromisos existenciales.
Seguramente muchas veces no alcanzamos el éxito que deseamos, pero estamos en paz con nosotros mismos pues lo que hacemos va con nuestros principios y valores, y eso nos proporciona la tranquilidad de que actuamos consciente y responsablemente... Por el contrario, existen ocasiones en que hemos alcanzado éxito en los objetivos que nos planteamos pero experimentamos intranquilidad (y quizá hasta culpa), pues lo que hacemos va en contra de nosotros mismos.
Ciertamente yo prefiero la paz interior que brota de las acciones y comportamientos responsables de actuar conforme a mis propios principios y valores, aunque muchas veces no tenga el éxito que deseo.
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