Recuperar los ríos como ecosistemas implica un esfuerzo complicado de restauración de las áreas riparias, sobre todo en aquéllas con las cuales la población tiene contacto permanente, y quizá en algunas de ellas esto resulte muy difícil cuando se ha desplazado severamente la vegetación original o cuando se modifican los cauces, ya sea por la siembra de cultivos en las márgenes e incluso sobre el mismo lecho, o por el levantamiento de construcciones para asentamientos humanos, recreativas y de otro tipo.
En el primer tramo del Río Nazas que comentamos la semana pasada, el que cubre el trayecto comprendido dentro del Parque Estatal Cañón de Fernández, observamos que por haberse sometido a un estatus de protección o por las mismas dificultades para su acceso y ocupación antrópica, afortunadamente aún conserva condiciones ecológicas favorables, no sucediendo con el siguiente que atraviesa el llamado Valle de Juárez, desde La Posta hasta la compuerta de San Fernando.
En este corredor se ha perdido una parte importante del ecosistema ripario, ya que se han rasurado tramos de las márgenes para establecer cultivos o se han plantado árboles exóticos, eliminando la barrera natural que contiene la derivación de sedimentos de los primeros, de estiércoles de ganado y otros desechos sólidos generados por actividades humanas; en su entorno se siembran cerca de diez mil hectáreas, en su mayoría de forrajes, hay un sinnúmero de construcciones de vivienda y productivas donde destaca, además de los poblados y los ranchetes, los establos de bovinos, explotaciones grandes y pequeñas, o de caprinos, sobre las cuales no existe un manejo de las excretas y el agua asociada a la higiene de los mismos; hay laberintos de caminos y terracerías, en sí, constituye un hábitat sumamente fragmentado y alterado antrópicamente sobre el cual quizá sólo sería posible rescatar el corredor ripario, restringir el uso privado y regular su uso público para disminuir la presión que sobre él se viene ejerciendo.
En este tramo termina el río vivo y después inicia el lecho seco, el corredor ripario prácticamente perdido entre la urbanización de la zona metropolitana, donde ya sólo eventualmente fluye el agua debido a la canalización encementada que se hizo desde hace cuatro décadas; la recuperación de dicho trayecto es aún más difícil si la planteamos como restauración del ecosistema, ya que quienes toman decisiones en materia ambiental no conciben este esfuerzo con ese enfoque, no les alcanza el tiempo para pensar en esa posibilidad o quienes quisieran que así fuera no encuentran cómo hacerlo, por ello desde la perspectiva ciudadana tenemos que insistir en adoptarlo como parte de nuestra cultura, o nueva cultura de cuidado del agua y el ambiente.
Recuperar el ecosistema ripario y convertirlo en un río vivo implica mantenerlo limpio, pero sobre todo la posibilidad de recuperar un espacio natural público en beneficio de los ciudadanos, como sucede con las áreas naturales protegidas; un espacio que, como ya expresamos anteriormente, nos proveerá de servicios invaluables en términos de belleza escénica pero también servicios ambientales aparentemente invisibles, pero que contribuirán a mejorar nuestra calidad de vida y, desde luego, la de las siguientes generaciones.
Ciertamente, algunas personas señalan nuestra insistencia, quizá hasta el fastidio, pero creemos que la recuperación de los ecosistemas riparios en, de menos, el corredor que abarca desde la presa Francisco Zarco hasta donde concluye la zona metropolitana, también nos permitirá recuperar la calidad del agua que ya perdimos donde se concentra la población, sería una garantía para quienes quieran vivir o construir una forma de vida o una empresa en esta región, en condiciones mejores que otros sitios, pero que no tienen la fortuna de disponer los volúmenes de agua por unidad de superficie que tenemos los laguneros, un privilegio que estamos dejando ir y que nos posiciona en todo el norte de México.