¿Amenaza?. Fotografía del fundador de WikiLeaks, Julian Assange, en una rueda de prensa en Ginebra.
En abril de este año, Julian Assange participaba en un seminario sobre periodismo en la Universidad de California en Berkeley. Tomando el micrófono, preguntó a la audiencia que levantaran la mano los que habían oído hablar de WikiLeaks, el sitio de Internet que había lanzado en 2006. Del centenar de personas en la sala, periodistas, académicos, activistas de la libertad de prensa, apenas una docena levantó la mano.
Cómo da vueltas la vida. Ahora, WikiLeaks es una sensación global gracias a la revelación de un cuarto de millón de cables diplomáticos de Estados Unidos que ofrecen una ventana de cómo la potencia mundial obtiene información sobre los demás países. A su vez, Assange se ha convertido en el hombre más buscado por la prensa internacional y un recluso que no se puede mover a sus anchas gracias a que cada vez más países lo quieren atrapar para meterlo a la cárcel.
Este activista australiano que empezó como hacker desde la adolescencia ha logrado imponer una idea que, en la aldea global de las tecnologías de información, es cada vez más posible: Se acabaron los secretos.
Flaco, de pelo rubio, de tez casi albina, Assange presentaba una figura que no corresponde con su perfil público de azote de la maquinaria militar y diplomática más poderosa del mundo. Ese abril, WikiLeaks apenas había dado su primer campanazo, la revelación de un video que mostraba a soldados estadounidenses matando a dos periodistas en Irak.
En la audiencia ese domingo en Berkeley, yo fui una de las noventa y tantas personas que no levantó la mano. Ni idea de lo que era WikiLeaks, que me sonaba más a una extensión de la popular Wikipedia. Incluso el papel del sitio de Internet en la difusión del video sobre Irak no había sido tan ampliamente reportado como en los escándalos posteriores.
Participé en el panel que siguió al de Assange y en un breve descanso el organizador del seminario me presentó con el hacker australiano. "Mucho gusto", "mucho gusto". Me preguntó sobre México y la guerra contra el narcotráfico y le ofrecí un panorama sobre la situación general. Lejos estaba de pensar que ese tipo de 39 años estaba a punto de volverse una celebridad global y que su nombre sería asociado a lo que seguramente serán los escándalos más sonados de 2010 y años por venir.
Esa fue fue la última vez que Assange pisó Estados Unidos. En los meses siguientes WikiLeaks publicó una serie de documentos que muestran las decisiones tomadas por el gobierno de Estados Unidos en las guerras en Afganistán e Irak y revelan acciones como tortura, muertes de civiles y otras violaciones de las leyes de guerra. Hábilmente, Assange se asoció con publicaciones de prestigio global para darle salida a estas revelaciones más allá de su sitio de Internet que ha sido objeto de múltiples ataques para sacarlo del ciberespacio.
El problema para Assange es que se volvió un paria internacional, impedido para entrar a varios países, obligado a asumir identidades falsas. En el panel de Berkeley, una diputada de Islandia que había impulsado una ley para convertir a ese país en refugio de periodistas acosados o perseguidos en otros países, le dijo a Assange que quizá algún día se vería forzado a acogerse a esa ley. Ahora, tras la denuncia de que violó a dos mujeres en Suecia, ni siquiera Islandia lo quiere.
La filosofía de Assange es clásica del activismo anti-establishment. "Los regímenes no quieren ser cambiados", escribió en una ocasión. "Debemos pensar más allá de quienes nos antecedieron para descubrir cambios tecnológicos que nos fortalecen para actuar en maneras que nuestros ancestros no pudieron". A manera de colofón, concluye que "entre más injusta y secreta es una organización, en mayor medida las filtraciones inducen miedo y paranoia en sus líderes".
Assange busca un "cambio radical en nuestro pensamiento" y enarbola la bandera de la transparencia. A través de su sitio, ha logrado forjar una red de informantes descontentos con los regímenes a los que sirven, incluyendo un militar estadounidense acusado de haber filtrado los documentos sobre Irak y los cables diplomáticos que ahora causaron revuelo.
El problema es ir demasiado lejos. Los cables diplomáticos no revelan nada escandaloso, más allá de algunos métodos ilegales del Departamento de Estado para allegarse información sobre las élites en otros países, como obtener sus números de tarjetas de crédito o de programas de viajero frecuente para obtener información de viajes y contactos.
Revelan algunos detalles curiosos y hasta divertidos, como que el libio Mohammar Kaddafi se inyecta bótox, que las fiestas del italiano Silvio Berlusconi son orgías de tres días o que el venezolano Hugo Chávez está loco.
Pero como han apuntado varios periodistas, si algo prueban los cables de WikiLeaks es que los diplomáticos estadounidenses hacen muy bien su trabajo que es, a final de cuentas, obtener información en los países donde se encuentran. La diplomacia, como otras profesiones (la medicina, la psiquiatría, la abogacía y sí, el periodismo) necesita cierto grado de confidencialidad y secreto para hacer el trabajo de la mejor manera posible.
Filtraciones como la de WikiLeaks sólo provocarán que diplomáticos de todo el mundo sean más cautelosos para obtener y pasar información por temor a ser avergonzados en el futuro. El resultado, probablemente, será información más pobre que lleve a decisiones mediocres.
Sin embargo, el llamado "Cablegate" contiene información valiosa para entender el panorama de la seguridad global. Sabemos ahora de una activa búsqueda de información en América Latina sobre el posible tráfico de materiales nucleares o actividades de terroristas. Nos enteramos que los países árabes vecinos de Irán están tan nerviosos por su programa nuclear que han pedido a Estados Unidos bombardear el país para eliminar sus reactores. También sabemos que Estados Unidos, China, Corea del Sur y Rusia tienen información tan pobre sobre Corea del Norte que no han podido anticipar sus últimos movimientos con respecto a sus intenciones nucleares. Conocimos además el bajo concepto en que el gobierno estadounidense tiene sobre los líderes de Rusia y las pocas esperanzas para una mayor apertura democrática en esa potencia.
En los próximos días comenzarán a circular los cables redactados en la Embajada y los consulados de Estados Unidos en México que seguramente aportarán un tesoro de información sobre la forma en que los vecinos del norte ven y entienden a México en temas tan importantes como los perfiles de la élite política, la guerra contra el narcotráfico, la seguridad fronteriza o los procesos electorales.
Todo por cortesía de un hacker australiano buscado por la Interpol, acusado de violación en Suecia y que ahora ha puesto de cabeza a la diplomacia mundial con su insistencia de acabar con los secretos.