Tiger Woods cerró el hoyo 18 en el Masters de Augusta y le rodearon su agente, un publicista y un agente de seguridad. Y dijo que no sabe cuál será su próximo torneo. (EFE)
Más allá del inconveniente principal -que el saco verde fue para Phil Mickel-son-, Tiger Woods debería tener pocas quejas tras su regreso al golf en el Masters de Augusta.
Empató un récord del torneo al lograr cuatro eagles. Desde la ronda inicial, nunca estuvo fuera de los 10 primeros. Logró su mejor total en 72 hoyos en el Augusta National en cinco años.
Nada de esto hubiera sido posible sin la recepción cálida y espontánea que tuvo el jueves en el primer tee del torneo.
Woods pareció ser el mismo jugador de siempre, pero sin duda no era la misma persona. Los seguidores que vinieron a verlo jugar no podían dejar de tener en cuenta la sordidez de su vida privada, la raíz del escándalo mediático que lo alejó del deporte durante cinco meses. Por eso, la ovación inicial fue muy importante. Eso hizo que Woods se sintiera cómodo desde el inicio y, a medida que pasaban las rondas, se fue sintiendo cada vez mejor -incluso cuando su swing comenzó a empeorar.
"A fin de cuentas, fue una buena semana", dijo Woods el domingo luego de terminar empatado en el cuarto puesto.
Woods no dijo cuándo volvería a jugar. Indicó que necesitaba tomarse "un poco de tiempo libre y reevaluar las cosas un poco".
Si mantuviera un calendario normal podría presentarse en Quail Hollow o el Campeonato de Jugadores o incluso el Torneo Memorial. Son las tres competencias donde suele jugar antes del Abierto de Estados Unidos en Pebble Beach.
Lo que no está claro es que el próximo paso en su regreso a la escena pública vaya a ser tan positivo como el primero.
Esos torneos -o cualquier otro en que decida jugar- son diferentes del Masters en que son de acceso público y los espectadores no deben preocuparse por la posibilidad de perder su permiso de temporada. En el green del hoyo 17 del TPC Sawgrass, donde se juega el Campeonato, le podrían gritar cosas muy diferentes de las que le dijeron en el Amen Corner (Rincón del Amén) del Augusta National.
Además, el escrutinio de los medios no se detendrá. Esto quedó claro cuando Woods, que había prometido controlar su temperamento en los festejos y en los improperios, arrojó su hierro al suelo luego de un mal golpe en el hoyo 14. Hace un año, nadie se hubiera fijado, pero esta vez el gesto fue considerado una prueba de que el golfista no había cambiado ni un poco.
"Creo que la gente está exagerando la importancia de esto", dijo Woods en el canal CBS. "No me sentía bien... Pegué un tiro bombeado en el primer hoyo y no sé por qué la gente puede pensar que debería estar contento. Pegué un wedge de 45 yardas y lo mandé por encima del green. Estas son cosas que no suelo hacer. Así que no voy a estar sonriente y no voy a estar contento".
Ese es el nivel de atención que cada una de sus acciones y declaraciones va a recibir, probablemente por el resto del año.
Luego de un torneo de la PGA, Woods se presentará a un major, donde la intensidad es mayor. El Abierto estadounidense es el torneo más público, los tabloides británicos se hacen una fiesta con St. Andrews y la Copa Ryder en Gales es un evento conflictivo aún en los años normales.
Podría ser un año muy largo para Woods. El Masters puede haber parecido un buen comienzo, pero para el número uno del mundo fue apenas la pretemporada.
La broma se convirtió en negocio. El domingo por la noche en Augusta, horas después de la tercera victoria en el Masters de Phil Mickelson, en un restaurante se vendían las bolas de golf con las caras de las supuestas amantes de Tiger Woods. Eran casi las últimas a la venta, porque una de las protagonistas había denunciado el uso de su imagen y ahí acababa el negocio. También parte de las bromas. Woods se marchó de Augusta con una nueva fachada, más cercano a la gente, más humano, aunque sea parte de su teatro para ganarse el cariño y el perdón del aficionado. Después de cinco meses escondido, ha vuelto el golfista de siempre -cuarto en el Masters, todas las rondas bajo par- y una persona con propósito de enmienda. Pero ya puede Woods hacer relaciones públicas que Mickelson le aplaude en el calor de la gente. Y mucho más después de su cuento de hadas de este fin de semana en Augusta.
Si el presidente del Augusta National Club, Billy Payne, atizó a Tiger por desatender las responsabilidades de un número uno, Augusta, un sitio tan tradicional, celebró el domingo la victoria de Mickelson como el triunfo de las cosas bien hechas, a gusto del conservador seguidor estadounidense.
Otro tipo de número uno
Todo en Mickelson representaba el domingo los valores que Woods había mancillado. El lazo rosa en su gorra, símbolo de la lucha contra el cáncer, la enfermedad que han sufrido su madre y su mujer, Amy, que le esperaba en el hoyo 18 con sus tres hijos; el abrazo con su caddie, Jim Bones, "el mejor que se puede tener, pero también el mejor amigo posible", que estuvo con la familia durante las operaciones de Amy; su sólida imagen de hombre familiar, la víspera de la última jornada acudiendo al médico por la noche porque una de sus hijas se hizo daño patinando, viendo la tele juntos hasta la una... Todo parecía un guión de película en el que el bueno acaba besando a la chica después de ganar a los malos. "Estoy orgulloso por la lucha de mi mujer. No estaba seguro de que pudiera estar en el 18. Salir del green y compartir ese momento con ella fue muy emocionante, lo recordaremos toda la vida, ha sido una semana muy especial", se emocionó Mickelson.
Mickelson nunca ha sido el número uno del mundo. Casi un milagro con Woods de por medio. Pero para la sociedad estadounidense se ha convertido en otro tipo de número uno. "Siempre que he necesitado la energía de la gente, la he tenido", dice Mickelson. A Augusta le encantan las historias con final feliz.