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Si la reforma pasa

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

Pensemos que la iniciativa de reforma institucional del presidente es aprobada íntegramente. ¿Cómo se transformaría el escenario de la política? Desde luego, el cuadro de nuestra política sería muy distinto. Debe reconocerse que la iniciativa es ambiciosa y que sus efectos serían trascendentes. Imaginemos el cuadro tras la puesta en marcha de la reforma.

El presidente tendría mayor confianza en su legitimidad. Gracias a la segunda vuelta su respaldo dejaría las vergüenzas de la minoría y se jactaría de haber recibido un respaldo claro de la mayoría de los votantes. Algunos creerán ese cuento de la legitimidad y dirán que, finalmente, el presidente mexicano es apoyado por la mayoría de los electores. Así lo festejará el candidato triunfante en sus discursos. En cada momento enfatizará la solidez de su popularidad electoral: soy resultado de un amplísimo consenso político; represento a la nación y no solamente a una porción de los electores, dirá. Se cuidará muy bien de no revelar que la participación en la segunda vuelta disminuyó significativamente. El cansancio electoral dejó a muchos votantes en casa. Si bien logró un porcentaje mayor de votos en la segunda vuelta; apenas habrá aumentado la cantidad de votos recibidos.

La reelección defraudará muy pronto a quienes piensan que terminará mágicamente la brecha de representatividad. Con la reelección legislativa habremos accedido a la normalidad, lo cual no implica la maravilla de la identificación entre votantes y legisladores. El reconocimiento de los diputados y senadores seguirá siendo mínimo. Sólo un porcentaje muy pequeño de votantes podrá contestar a los encuestadores qué hizo en la legislatura previa el diputado por el que votó. La identidad partidista y no el desempeño específico del legislador orientará la decisión de los electores. El Congreso se mantendrá en la cola del aprecio colectivo. En los estudios de opinión los diputados permanecerán en los sótanos de la valoración colectiva. Extrañamente, los índices de reelección serán altísimos. Se discutirá la paradoja: ¿cómo es que un órgano tan impopular sea respaldado tan decididamente por los electores? Es cierto que los legisladores contarán con una gran ventaja: se pueden reelegir, pero el paternalismo de nuestra legislación impedirá que se les cuestione con rudeza: nuestros protectores se asegurarán que no sean "denigrados" en tiempo de campaña.

Al mismo tiempo, habrá novedades que oxigenarán la política. Se fortalecerá el trabajo de las comisiones legislativas; se percibirá una insipiente profesionalización; disminuirá el parlamentarismo de circo y madurará el trabajo discreto y eficaz de sus órganos. La indisciplina partidista se extenderá muy rápidamente. Una nueva dinámica legislativa se abrirá paso; la cooperación entre legisladores de distinto partido se facilitará. Se observarán asociaciones colaborativas entre legisladores de organizaciones opuestas que trabajarán en iniciativas comunes. El Congreso se vivificará sustancialmente. Al lado de las bancadas de partido se conformarán asociaciones informales de corte regional: los estados del norte fundarán conferencias bipartidistas que actuarán, en ciertos temas, como bloque, distinguiéndose de sus dirigencias nacionales. El Congreso sentirá también un desplazamiento hacia el localismo. La dirigencia real de los partidos se instalará definitivamente en el Poder Legislativo.

La diversidad política se verá mermada. El Congreso aparecerá casi como una estructura bicolor. Los pequeños partidos se habrán extinguido, pero hasta la tercera fuerza quedará muy disminuida. Muy pronto se constatará que el gran cambio de 2010 no consistió en reinstaurar la reelección legislativa, establecer la segunda vuelta para la elección presidencial. Sobre todo, la manera en que se conformó esa elección. En la primera ronda el candidato del tercer partido pudo haber obtenido un 24% de los votos. En la segunda vuelta, el arrastre de los candidatos punteros tendrá un efecto devastador para las otras fuerzas. El 24% de la primera vuelta se diluirá para hacer de ese partido una organización meramente testimonial. Los intentos de un pequeño sector del tercer partido para conformar una alianza con otra fuerza se frustraron. Se trataba, dijeron los dirigentes -de una alianza antinatural, grotesca y humillante. Se quedaron así, apenas con una parte de su voto duro.

El Ejecutivo federal se habrá fortalecido significativamente. No lo habrán fortalecido las reformas sino la recuperación del control congresional. Algunos lo celebrarán: hemos recuperado la palanca de una gobernabilidad eficiente. El presidente electo habrá jalado los respaldos para su partido consiguiendo mayoría absoluta en el Congreso. La reforma habrá inventado una mayoría con una distante relación de las preferencias ciudadanas. Estaremos en sus manos.

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