Romperé los espejos, haré trizas mi imagen -que cada mañana rehace piadosamente mi cómplice, mi delator.
Octavio Paz
Tengo ganas de pensar que nada termina de ser verdad, que la vida no es un torbellino, ni un encuentro con la libertad. Ya van más de tres campanadas que escucho, y es como si esperara que el eco volviera a repetirse. La cuarta campanada está a punto de sonar, y entonces, no me quedará nada más qué esperar.
¿De qué quieres hablar esta vez? Es la pregunta. Quiero hablar de la vida, de los objetos que no tienen nombre, de las preguntas que nadie responde. Quiero hablar con las palabras que están escondidas, del presente, ese que nadie conoce, del pasado que se recuerda, con secretos y temblores. Quiero intentar hacer crecer la lluvia, con esa fuerza de voluntad que pocos ojos conocen.
El tiempo, una palabra tan pesada y vacía a la vez... ¿Cómo podemos percibirlo? ¿Cómo somos capaces de sentir sus estragos, su paso lento y macerado? Hay tiempo para muchas cosas, menos para entender qué demonios es el tiempo. La literatura de todos los tiempos ha desmenuzado esta premisa de las formas más inimaginables. Uno de ellos fue F. Nietzsche, quien desarrolló la idea del eterno retorno, donde el tiempo es circular y gira sobre sí mismo. Eusebi Colomer enfatiza que, en esta idea, lo intemporal es finito, pero el tiempo dentro del cual transcurre es infinito. Así, cuando el curso de las cosas ha terminado, tiene que volver a empezar, repetirse de nuevo, una y otra vez, innumerables veces. Lo bello de esta concepción es que el tiempo no es lo que importa, sino el peso de cada acción, puesto que la eternidad está en el presente, que se prolonga infinitamente, y la muerte ha quedado anulada.
Tiempo que se corrompe en las categorías que hemos dado a su paso. ¿Qué es el presente? Ese misterio tan desentrañable: es, y en cuanto es, ha dejado de ser también, se ha arrugado al segundo siguiente y su valor ha quedado superado para transformarse, casi instantáneamente, en pasado. El presente que no puede ser asido de ninguna manera, que apenas y podemos advertir, cuando en menos de un chasquido se nos desparrama hacia lo que fuimos, a formar parte de la historia del hombre. Para Dilthey, 'somos historia', una que va contándose a cada segundo. 'Es sólo un momento..., en el mismo instante en que el futuro se hace presente, el presente ya está hundiéndose en el pasado'. Y entonces, ¿qué termina de ser el tiempo? ¿Cómo se explica que el ser humano se haga consciente de algo que es tan irracional y fantástico a la vez?
El tiempo no es una cuestión externa, está dentro de cada uno; cada quien hace su tiempo, y, a su vez, nadie puede entender el tiempo de los demás. Somos dueños del tiempo, sin embargo, también podemos ser simplemente sus esclavos. Es una decisión y un compromiso también.
El tiempo lo dirá. Sí, cómo no. ¡El tiempo no dice nada! Es la vida que va tomando cauces distintos y son nuestras decisiones. Lo único seguro es que hoy es tiempo de ser.
Quiero hablar desde mi 'cárcel de palabras', dentro de este mundo de apariencias en el que todos fingimos y vivimos. Aparentar, he ahí nuestra tarea fundamental. Cualquiera que sea nuestra ocupación o lugar en el mundo, seremos parte de este malestar que se extiende cual peste. Hay que aparentar que estamos conformes con las clases políticas a las que hemos puesto en representación de la ciudadanía, que estamos bien con la programación televisiva que alguien ha producido para nosotros. Hay que aparentar que el tiempo no tiene efectos en nuestro cuerpo y que la vida es lo que tiene que ser.
Las cosas no son tan dignas de elogio como a veces aparentan. Y no hay acto más insoportable que el saberse parte de este emporio de falacias, en el que las cosas marchan viento en popa, en el que no hay reclamos ni críticas y donde la imperturbable levedad de la vida no puede ser corroída por frase alguna.
Yo he aparentado por casi seis meses que soy columnista. He fingido saber de temas cuya verdadera trascendencia aún está lejos de mi comprensión, y he obtenido comentarios de todo tipo; sin embargo, me voy feliz de haber podido intentarlo. No quiero revelar los misterios de la vida, me conformo con hacer pensar a las personas y ofrecerles una lectura amena mientras el tiempo se les escapa por la ventana o por un resquicio de inconsciencia. Finalmente, agradezco enormemente a cada uno de los lectores que se encontraron con mis palabras y me dieron la oportunidad de compartirlas con ellos, aunque fuera sólo por un momento.