Destrucción. Brett Jackson, jefe de producción de una compañía en Valdivieso observa los barriles colapsados tras el sismo.
En la madrugada del día en que Chile fue sacudida por su peor terremoto en los últimos 50 años, Álvaro Galán saltó de la cama y corrió a su bodega de vinos.
En la oscuridad de las 04:00 de la mañana, García parecía estar en un submarino, que se movía y crujía en medio de las réplicas del sismo, mientras chorros de líquido salían de las grietas de los tanques que vibraban y chocaban unos con otros. Sólo que en lugar de agua, por el suelo del depósito corría un líquido rojo: cabernet.
Galán intentó desesperadamente pasar el vino a los tanques que habían sobrevivido, pero cuando finalmente salió el sol ya había perdido 110,000 litros, más la parte de arriba de su pijama, que amarró al intentar hacerle un torniquete a un grifo roto.
"Si una de las escotillas hubiese explotado habría salido volando con la presión y me hubiese llevado".
A lo largo de la región vinícola de Chile, productores como Galán corrieron de un lado a otro para salvar su sustento, en las horas cruciales que siguieron al terremoto del 27 de febrero. Tres semanas después, la lucha desesperada continúa, en momentos en los que los agricultores levantan las vides y se apresuran a recoger la vendimia.
Un cálculo preliminar colocó las pérdidas en 125 millones de litros valorados en 250 millones de dólares, lo que representa el 13% de la producción anual de Chile.
Es probable que los consumidores no detecten un aumento de precio, dado el tamaño del mercado mundial. Sin embargo, a medida que los funcionarios miden el costo de la reducción en la capacidad de producción del quinto exportador mundial de vino, muchos productores enfrentan una dura realidad económica que podría dejarlos sin negocio, propinándole un segundo puñetazo a familias que ya han sufrido la pérdida de hogares y familiares.
Además, Francois Waleski, un gerente de exportaciones de la productora de vinos Valdivieso, señaló que la industria ha tenido un nuevo desafío con la caída del dólares tras décadas de robusto crecimiento.
"Todos luchamos para mantenernos con la vendimia", dijo Waleski.
Las productoras de vino con grandes operaciones, que proveen las vendimias que terminan vendiéndose en anaqueles de Londres y Los Ángeles, pueden cobrar sus seguros, reparar instalaciones y superar un año difícil.
Pero ese no es el caso de los productores más pequeños. Algunos sin seguro y deudas a cuestas deberán tratar de sobrevivir con una producción reducida o salirse del mercado, lo que implica menos marcas de vinos chilenos alrededor del mundo.
"Para mí, que tengo una bodega, el costo de un seguro contra terremotos sería el fin", dijo Galán, quien salvó con sus propios esfuerzos su Viña Galán. Ahora, deberá usar sus ahorros para reparar las instalaciones.
En Lomas de Cauquenes, la última cooperativa de vinos de exportación en Chile, los gerentes se preguntan si su marca sobrevivirá. Veinte iniciativas similares han cerrado sus puertas desde los años 60, asfixiadas por la competencia con empresas más grandes.
Agricultores de vino crearon la cooperativa luego del mortal terremoto de 1939, con la promesa de darle a sus integrantes precios estables y pagos mensuales. Pero para el grupo de 250 pequeños granjeros, necesitados de asistencia inmediata, las ofertas de los grandes exportadores podrían ser demasiado tentadoras para dejarlas pasar.
"Todos enfrentamos la misma situación", dijo el gerente de campo Luis Mendoza. "Es una decisión imposible: ¿me salvo yo o salvo a la cooperativa?"
OTROS NO HAN CORRIDO CON LA MISMA SUERTE En una calle cercana, más de 2 millones de litros de vino se despilfarraron de un depósito. El chorro rojo inundó un viñedo vecino, arrasó con plantas y cargó el aire con un olor avinagrado.
Entre tanto, en Santa Cruz, la Meca de la producción de vino, las vides de Hugo Urzúa están vivas, pero aplastadas. Cuarenta hombres han estado trabajando sin parar desde el terremoto para recoger la vendimia y levantar 25 hectáreas de emparrados caídos. Cada día aumenta el riesgo de que se pudran, pero el equipo sigue, con sus espaldas adoloridas. Ninguno había tenido que levantar uvas del suelo en el pasado.
"Prefiero tener una casa colapsada que un emparrado caído", dijo Urzúa. "Pero ahora ya no hay nada que pueda hacer sino recogerlo".