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Sobre la elección inglesa

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

 L As horas del gobierno laborista en Inglaterra están contadas. El próximo jueves los ingleses irán a votar. Todo indica que los electores le retirarán la confianza al partido de Gordon Brown. Las encuestas anticipan una elección cerrada en donde parece en riesgo el duopolio partidista. El tercer partido ha dejado de ser una fuerza marginal. El atractivo de su dirigente, su buen desempeño en los debates de campaña han dado un golpe duro a la competencia binaria que es tradición en la isla. Se especula también que el resultado electoral sea tan apretado que alguno de los pequeños partidos locales pueda tener un efecto definitivo en la formación de la mayoría parlamentaria.

El poder de Brown se desarrolló en la sombra. Desde el surgimiento de eso que se denominó el "Nuevo laborismo" ejerció un enorme poder como cerebro económico del gobierno de Tony Blair. Las relaciones entre ellos fueron complejas, pero funcionales: Blair, el parlamentario elocuente, el político popular y decidido ejercía el poder visible y ocupaba la posición superior. Brown, el político perspicaz y profundo ejercía un poder sin ostentaciones. A la renuncia de Blair, ocupó la casa del primer ministro. Tuvo que encarar una crisis severísima y lo hizo con sensatez-pero sin gracia. La luz de la oficina nunca le sentó bien. Es un político sustancioso, pero no tiene lo indispensable en un gobernante contemporáneo: disposición a agradar. Es mal encarado y aburrido. Durante la campaña se le vio distante, antipático, aún ofensivo en un desliz captado por un micrófono indiscreto. En una contienda anacrónicamente dominada por la televisión, no encontró la plataforma para defender la década laborista ni para detener el llamado al cambio. Por primera vez en un siglo, las encuestas ubican a los laboristas en tercer lugar.

La vieja tecnología de las cámaras y las pantallas fue la protagonista de la campaña. Podría pensarse que, en la era de las redes y los dardos sociales, el viejo formato del debate televisado sería asunto de otros tiempos. No fue así. Este año se dio el primer encuentro televisado entre los líderes de los tres principales partidos ingleses. El evento tuvo un efecto extraordinario en la campaña: catapultó a Nick Clegg a posiciones competitivas y destrozó las esperanzas del primer ministro. El deseo de cambio encontró un rostro creíble en el liberal y cimbró la tradicional estructura bipartidista de la Gran Bretaña.

El desgaste natural de un partido que acumula años en el poder era preludio de una elección sencilla en la que el partido de oposición trotaba tranquilamente para regresar al gobierno. En la dinámica binaria de la tradición británica, el cansancio de un partido no podía más que provocar el ascenso de su (única) alternativa. Ahora el escenario se ha sacudido por la aparición de una tercera fuerza nacional que se asomó como mayoría creíble. Nick Clegg, la estrella del Partido Liberaldemócrata arrebató la exclusividad de la bandera del cambio a los conservadores. La frescura de su imagen y su elocuencia en los debates televisados lo catapultaron hasta el centro de la contienda. Eurófilo y políglota, Clegg ha representado una expectativa de cambio (aunque sea de estilo) en la política británica. Una propuesta se clava el centro de la política británica: la urgencia de modificar un régimen electoral que, privilegiando la estabilidad y la eficacia gubernativa, distorsiona severamente la representatividad. No es raro que los liberaldemócratas cuestionen este sistema. En la elección nacional previa alcanzaron el 22% de los votos, pero ocuparon menos del 10% de los asientos en el Parlamento. En contraste, los laboristas, con un poco más del 35% de los votos, ganaron el 55.2% de los escaños. Bien valdría que nuestros mayoritaristas echaran un vistazo a la creciente insatisfacción británica con este régimen.

Con toda la incertidumbre que rodea la elección del jueves, parece bastante claro que el nuevo habitante de Downing Street será David Cameron. Desde el último debate entre los candidatos actúa ya como inminente triunfador de la contienda. En los cinco años en que ha dirigido a su partido, Cameron ha podido revitalizar la agenda conservadora: se ha separado de la eurofobia de antes, ha abrazado la agenda de la diversidad y ha superado el antiestatismo simplón. Pero la gran incógnita no es si el jueves los electores ratificarán la ventaja que las encuestas registran en estos días, sino si desaparecerá el gobierno unipartidista para dar paso a un gobierno multicolor.

Si la elección del próximo jueves produce un parlamento sin mayoría, puede abrirse la puerta para el experimento de la coalición y la innovación institucional. Los liberaldemócratas lo han puesto con claridad: están dispuestos a entrar al gobierno a cambio de una reforma electoral que modernice las instituciones políticas y acerque a la Gran Bretaña al esquema de proporcionalidad.

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