Una amiga muy querida me invitó a festejar con ella su cumpleaños, y acá vine, a recuperar, como lo impone el bicentenario, una identidad, que se afirma y se define claramente ¡qué curioso! cuando me encuentro fuera de México.
Tal parece que es fuera de casa donde los mexicanos cantamos nuestras mejores rancheras. Aquí en Dallas, me emociona la voz aguardentosa de Chabela Vargas, me pego a la tele para ver viejas películas de Jorge Negrete, de Pedro Infante; y comparto con mis paisanos la acendrada devoción por la Guadalupana.
Canto a pecho abierto "México lindo y Querido" y me aquieto frente a la pantalla para ver el programa matutino de un popularísimo líder de la comunidad mexicana, que aunque se hace llamar con el ridículo nombre de Piolín, es un hombre comprometido con su comunidad; cuya lucha por mejorar sus condiciones de vida y trabajo comienza cada mañana con un programa de radio en el que pregunta a los inmigrantes: ¿A qué venimos a este país? A lo que él mismo se responde enérgicamente: ¡A triunfar papá!
Y a triunfar está decidida mi amiga que viviendo en México como una princesita, se mudó a los Estados Unidos cuando apenas experimentábamos los primeros ramalazos del terror. "No quiero para mi hijo un país así" -dijo, y después de vender todas sus posesiones, se instaló en Dallas, donde trabaja incluso cuando nadie trabaja. En principio invirtió en bienes raíces (compró tres casas: "porque aquí el crédito es a treinta años, y mientras las pago, puedo rentarlas".
Invirtió también en un pequeño restaurant que ella misma atendió, hasta que por falta de experiencia (este no es un país para improvisaciones) tuvo que declararse en bancarrota.
Por falta de liquidez perdió dos de las casas que había comprado, y hace ya algún tiempo descubrió que su hijo consume marihuana a discreción.
Ante la necesidad de generar dinero, estudió para agente de bienes raíces; pero la competencia es fuerte y mejor conocedora del campo. Empeñosa como es, no se dio por vencida y se preparó seriamente para dedicarse a la venta de seguros.
Mi amiga que es muy inteligente pasó con éxito los exámenes, aunque ese campo tampoco le fue propicio, y hoy vende paquetes funerarios que incluyen féretro, flores, exhumación, funeral con maquillaje para el difunto a petición de los deudos; y un posterior cocotal de agradecimiento para los asistentes.
Parece que esto sí le está funcionando siempre y cuando consiga cobrar antes de que el cliente se le muera. "Voy vengo" dije a mi familia, y volé a Dallas, pero eso de regresar está más que difícil porque si bien llegué a tiempo al aeropuerto, me puse a escribir esta nota y cuando volví en mí ¡el avión había volado!
"Voy vengo", decía Germán Dehesa cuyas palabras eran piedra bola que arrojadas con destreza daban siempre en el blanco; aunque podían ser también suaves caricias o sabio e iluminado verbo; que para todo tenía palabras mi profe Germán.
"Hay una muerte que llega a nosotros como llega la guillotina. Tacos callejeros, combi descontrolada, caída súbita y vertiginosa de algún espectacular, viaje en algún avión oficial, más la sufridísima variedad de enfermedades a nuestra disposición, que cualquier día se alojan en nuestro costado y nos quitan de sufrir en un plazo muy breve".
Y así fue con Germán, cualquier día se alojó en su costado el mal, y así nos lo hizo saber: "Nos abandona la vida, piedra por piedra nos va destruyendo hasta dejar una ruina". Pero él no murió en un hospital de Houston gritando leperadas; que era su maldición favorita, sino que después de ofrecer la noche anterior a su deceso, un homenaje a Jaime Sabines; se sentó tranquilamente en su sillón favorito para despertar en el más allá.
Voy vengo dije yo, pero aquí estoy en el aeropuerto de Dallas gritando leperadas; y hasta que no consiga un nuevo vuelo, no cuenten conmigo para nada.
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