"Se puede tomar por compañera a la fantasía, pero se debe tener como guía a la razón".
Dr. Samuel Johnson
Tarde o temprano habrá que hacer un libramiento en el sur-poniente de la Ciudad de México. Ha habido propuestas desde hace décadas, pero siempre se han postergado por razones políticas o por protección de intereses particulares. Hoy el Gobierno de Marcelo Ebrard está impulsando un proyecto, conocido como la Supervía, que parece eminentemente razonable.
La Supervía busca conectar Santa Fe, en el poniente de la ciudad de México, con la avenida Luis Cabrera en el sur-poniente. Lo haría a través de 2,060 metros de autopista de superficie, 730 metros de puentes y 2,450 metros de túneles. Es una obra cara, en buena medida por los puentes y túneles, pero que ha sido pensada para sacarle el máximo provecho social.
La vía no requeriría recursos públicos sino que sería construida por una empresa privada que la administraría durante 30 años con un sistema de peaje. No sólo la aprovecharían los automovilistas sino también una nueva ruta de transporte público. El Gobierno del Distrito Federal calcula que unas 30 mil personas utilizarían este transporte diariamente. Actualmente un trabajador o estudiante que quiere trasladarse de Santa Fe a Luis Cabrera o viceversa necesita más de dos horas y 13 pesos en pasajes. Con la nueva vía y su ruta de autobús el tiempo sería de 25 minutos y el costo de cuatro pesos.
Para los automovilistas el ahorro de tiempo y combustible sería también enorme. Esa vialidad la utilizarían también los vehículos que se trasladen entre Cuernavaca y Toluca y afectará el tránsito de la ciudad de México.
El trazo de la Supervía respeta las zonas de valor ambiental de La Loma y la Barranca de Tarango. Las cuotas generarían un fondo ambiental de 50 millones de pesos para preservar estos lugares y las barrancas de la zona. Uno de los problemas fundamentales de los parques y zonas de preservación ecológica de nuestro país es que se convierten en basureros o en asentamientos irregulares por la falta de dinero para sostenerlos.
Mucha de la oposición a la Supervía parte de la idea que las calles y autopistas deben ser gratuitas para los automovilistas a pesar de sus costos de construcción y mantenimiento. Yo estoy en desacuerdo. Me parece inaceptable que los recursos fiscales generales, que provienen de toda la población, incluso de los más pobres, se empleen para subsidiar los vehículos privados, que se concentran en el sector más rico. Me parece razonable que un proyecto que beneficia a los automovilistas sea pagado por ellos. Y si además sirve para pagar un sistema de transporte colectivo, como el que operará en la Supervía, mejor aún. Aun si se encontraran recursos suficientes en el presupuesto, yo no los usaría para financiar la autopista.
Algunos opositores a la Supervía plantean una posición elitista que pretende que no debe haber más tránsito o gente cerca de donde yo vivo. La verdad es que el movimiento poblacional al sur-poniente de la ciudad es irreversible: ya la zona está poblada. Lo que se debe hacer es ordenar el proceso, tener vialidades adecuadas y establecer lugares de preservación ecológica.
No se puede impedir un proyecto vial que beneficiaría a decenas de miles de personas diariamente sin una razón válida. Si hay dudas concretas, éstas se pueden resolver, como ha ocurrido con muchos de los cuestionamientos ecológicos al proyecto. Tarde o temprano, sin embargo, habrá que hacer el libramiento. Y más vale hacerlo ahora, que hay un proyecto bueno y con beneficios sociales.
CICLOPISTA
El Gobierno del Distrito Federal ha puesto ya una ciclopista que elimina un carril de la lateral del Paseo de la Reforma. Con ello ha complicado la circulación en esta ya conflictiva zona y ha generado una mayor contaminación. Esperemos que esta ciclopista no corra la misma suerte que la de López Obrador, que costó más de 100 millones de pesos y que virtualmente nadie usa.