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Tiempo de la 'U'

Agenda ciudadana

LORENZO MEYER

"El proceso político mexicano ya no marcha por la vía democrática, ha dado un viraje que, de quedarse sin respuesta, nos conduce a desandar lo andado".

Lorenzo Meyer

Para saber hacia dónde se encamina México como sociedad nacional y sistema político, ayuda mucho saber de dónde partió, bajo qué condiciones y en dónde se encuentra. Claro que aún despejando esas incógnitas no es fácil llegar a determinar su futuro, pero conociendo el punto de arranque, la dirección, las vicisitudes de la marcha y la naturaleza de las fuerzas que la impulsan y obstaculizan, se puede otear mejor el horizonte y vislumbrar algo del porvenir.

Sergio Aguayo acaba de publicar Vuelta en U. Guía para entender y reactivar la democracia estancada, (México, Taurus, 2010). En el título está ya condensada la tesis de la obra: México, como sociedad política, ha dejado de desplazarse en la dirección que conducía a una mejoría sustantiva en el entorno político y social y ha dado un gran viraje, una vuelta en "u". En estas condiciones, la consolidación de nuestra joven democracia ha dejado de ser la meta de la élite del poder y se ha empezado a desandar lo andado. Sin embargo, como en materia de cambio histórico nadie vuelve exactamente al pasado, lo que puede ocurrir es que se desemboque en un tipo de autoritarismo disfrazado de democracia, pero uno más inestable y mucho menos incluyente que el priista del siglo pasado, en cuyo caso habremos "salido de Guatemala para caer en Guatepeor". Al concluir su estudio, Aguayo propone una vía para no retroceder: una movilización social que obligue a que el giro ya dado de 180° se transforme en uno de 360° y se recupere el rumbo que se tenía cuando un voto emitido en condiciones de equidad y esperanza echó al PRI de "Los Pinos" en el 2000.

Desde la perspectiva de Aguayo, el autoritarismo del siglo pasado empezó a erosionarse como efecto de cinco procesos de cambio: la urbanización y las transformaciones culturales aparejadas al mudarse una parte importante de la sociedad mexicana del campo al asfalto, el desarrollo de las contradicciones internas del grupo gobernante, el aumento del número y capacidad de actores políticos con márgenes de autonomía -desde empresarios hasta cárteles de la droga-, un entorno internacional menos comprometido con la preservación de estructuras autoritarias y un mayor contacto de la sociedad mexicana con las ideas democráticas y sus efectos benéficos.

El examen de las elecciones de 1910, 1929, 1940 y 1952 (en la lista se echa de menos la de 1946, donde la oposición de derecha también fue objeto del juego sucio), le sirven al autor para mostrar la naturaleza y efectividad de los instrumentos antidemocráticos empleados a todo lo largo del siglo pasado para impedir que las elecciones competidas dieran pie a la alternancia. Los siete artilugios autoritarios revisados por Aguayo incluyen desde la intervención gubernamental abierta en favor del candidato oficial hasta la manipulación de la información.

Pese a lo anterior, el régimen autoritario siempre encontró oposición, pero los oponentes rara vez actuaron unidos -para la izquierda radical, el enemigo más combatido no solía ser el Gobierno sino las otras facciones de la izquierda- y siempre tuvo que nadar a contracorriente, enfrentando lo mismo cooptación que represión. Hasta los 1990, el fracaso de los inconformes -armados o pacíficos- y bien reseñado en este libro, fue sistemático, pero finalmente cada intento dejó un sedimento que, al acumularse, fue desbastando los engranes de la maquinaria priista.

El inicio del cambio puede tener varias fechas que Vuelta en U examina con detalle, pero el fraude de 1988 en la víspera del fin de la Guerra Fría resultó ser un momento definitivo, uno que aceleró las contradicciones internas y externas acumuladas por el autoritarismo mexicano. El triunfo de la oposición finalmente vino por la derecha -el cambio por la derecha encontró poca oposición de los intereses creados.

Carlos Salinas, según aseguró el embajador norteamericano James Jones, "deseaba ser recordado como el presidente más grande que México jamás hubiera tenido", (p. 126). Fantasía pura, pero Vicente Fox, en el arranque de su Gobierno, que fue también el inicio de una nueva página histórica, sí tuvo las condiciones para ser uno de los grandes gobernantes de México pero desperdició su oportunidad miserablemente. Finalmente, dice Aguayo "su principal legado [de Fox] es una redistribución sin precedentes del poder y la entronización de la desigualdad, la impunidad y de una cultura en la cual el poder y el dinero son lo que importa", (p. 142). El fracaso histórico monumental no fue para Fox sino para México.

El proceso electoral de 2006 aparece en la interpretación de Aguayo como un momento decisivo, pues fue entonces que la vuelta en u se completó. El autor examina con detalle la campaña electoral, en particular el efecto devastador que sobre el candidato de izquierda tuvo el tsunami de spots negativos (e ilegales) en televisión y radio -especialmente el de "los ladrillos". A pesar de que su contenido no correspondió a la realidad esos spots permitieron al PAN, en un lapso muy corto, crear un "pánico moral" y presentar a Andrés Manuel López Obrador como un "peligro para México". Aguayo demuestra que el PAN ya había ensayado la campaña negativa en el 2000, pero entonces su notoriedad y efecto fue menor; la del 2006, acoplada a la inducción del voto desde el aparato gubernamental, fue el corazón de una estrategia electoral de derecha tan brutal como efectiva.

Tras examinar con muchos datos no sólo la naturaleza de las campañas partidistas en el 2006 sino la intervención del Gobierno de Fox, de los empresarios, de la Iglesia Católica, de los árbitros (IFE, Trife, Fepade) y de la coordinación entre ellos, nuestro autor llega a esta conclusión: "Con base en la información conocida, en los dictámenes de ilegalidad hechos por la autoridad electoral y, tomando en cuenta el escaso margen entre primero y segundo lugar, considero que de respetarse la ley, el ganador hubiera sido López Obrador a pesar de los graves errores de campaña que comete". (p. 226).

Para Aguayo, los comicios federales y estatales posteriores a 2006 simplemente reafirmaron las fallas de la democracia mexicana. Y es que, a juicio del autor, el problema central no son tanto las anomalías en unos procesos electorales obscenamente costosos y que entre 2000 y 2009 han significado una erogación de dinero público por 158 mil millones de pesos, que bien pudo haberse empleado con más provecho en otra cosa, sino el contexto político, social y económico en que se ha dado la contienda política. Un contexto donde, por ejemplo, las 50 empresas más grandes de México y que facturaron en ventas miles de millones de pesos entre 2000 y 2005 sólo pagaron al fisco por ISR e IVA un promedio anual de ¡141 pesos! Eso explica por qué los empresarios apoyaron con todo a quien garantizaba la permanencia de esa política fiscal. Finalmente, la desigualdad existente -una donde el 20% de los hogares más pobres recibe el 4.6% del ingreso disponible pero otro 20% de los más ricos se queda con el 52% de ese ingreso- no propicia la igualdad democrática.

Al lado de su historia académica, Sergio Aguayo tiene otra como activista en organizaciones no gubernamentales. Y es esa parte de su experiencia la que le lleva a proponer una vía para evitar que la "vuelta en u" se consolide. Esta vía virtuosa consiste en reactivar la "participación ciudadana". Ahora bien, el principal obstáculo a remontar es que las encuestas muestran que los ciudadanos disponibles para esta empresa son una minaría, quizá una quinta parte del conjunto, pues la cultura aún dominante en México es la no democrática. Es a esa minoría dispuesta a movilizarse que Aguayo le propone su fórmula: armar bien "el relato" de los agravios a la democracia que se presentará al resto de la sociedad, emplear a fondo la información disponible, diseñar una estrategia para difundir con efectividad el relato, buscar fuentes de recursos internas y externas, emplear todos los resquicios legales disponibles, mantener canales de comunicación con miembros de la élite política y recurrir al apoyo externo disponible.

Proponer que esa parte minoritaria de la sociedad mexicana -la inconforme y activa- sea la que asuma la responsabilidad de enfrentar sin violencia a una élite del poder anti-democrática y en un entorno donde domina la cultura autoritaria, es mucho proponer. Sin embargo, Aguayo milita en el bando de los optimistas, ojalá su apuesta tenga éxito.

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